¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

¡El Viviente está con nosotros hasta el final de los tiempos!

Es Pascua, y desde la alegría de la Resurrección, en nuestra querida la diócesis de Getafe, comparto con vosotros uno de los signos de tan gozoso acontecimiento, la felicidad donde no se espera: las Bienaventuranzas. 

 Las Bienaventuranzas en la enseñanza de los Padres de la Iglesia

San Agustín, en su obra El Sermón de la Montaña, nos enseña que las Bienaventuranzas son el programa de vida cristiana. Según él, la pobreza de espíritu es la primera porque implica la humildad del corazón, que nos hace reconocer nuestra necesidad de Dios. La verdadera felicidad no está en la riqueza material, sino en una vida centrada en el amor a Dios.

San Juan Crisóstomo explica que los que tienen hambre y sed de justicia son aquellos que desean ardientemente vivir según la voluntad de Dios. No es una justicia meramente humana, sino la justicia divina que transforma el corazón y el mundo.

Santo Tomás de Aquino ve en las Bienaventuranzas la perfección de las virtudes cristianas. Cada una de ellas corresponde a un crecimiento en la vida espiritual: la pobreza de espíritu es el inicio, la pureza de corazón es el culmen de la visión de Dios. Para Santo Tomás, vivir las Bienaventuranzas es recorrer el camino de la santidad.

 

Vivir las Bienaventuranzas hoy

En nuestro mundo, donde el éxito se mide, a veces, por la riqueza, el poder y la fama, las Bienaventuranzas nos desafían a vivir de manera distinta.

  • Ser pobres de espíritu significa confiar en Dios y no en las riquezas pasajeras.
  • Tener hambre y sed de justicia nos llama a trabajar por la verdad y la dignidad humana.
  • Ser misericordiosos nos invita a perdonar y a construir una sociedad más fraterna.
  • Ser perseguidos por la justicia nos recuerda que seguir a Cristo implica cargar la cruz y sufrir por la verdad.

El fruto de las Bienaventuranzas en nuestra vida

Las Bienaventuranzas no son solo promesas para el futuro, sino que dan frutos en nuestra vida presente: la paz, la alegría del Espíritu Santo, la libertad interior, y la esperanza en medio de las pruebas. Quien las vive experimenta el gozo de una vida plena en Dios.

 

 

 

 

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