En pocos trazos

Diciembre 2014 – enero 2015

Iglesia Madre

Por José Rico Pavés

Recuperadas las catequesis de las Audiencias de los miércoles, el Papa Francisco ha continuado su exposición sobre la Iglesia. Como en otras ocasiones, su palabra no pretende tanto profundizar en la comprensión teológica de la realidad presentada cuanto acercar los misterios de la fe a todos los oyentes. Mediante el recurso a comparaciones sencillas, el Santo Padre propone enseñanzas fáciles de acoger. Así, al hablar de la maternidad de la Iglesia, Francisco ha elogiado el papel de la madre en la vida de toda persona, para describir después los rasgos maternales que deben brillar en el Pueblo de Dios y en sus acciones. La Iglesia es Madre. Las madres son el antídoto más fuerte ante la difusión del individualismo egoísta. “Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral”. No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres. No es difícil ver en las enseñanzas pontificias del último mes un intento concreto de llevar a la práctica el estilo maternal que caracteriza la actuación de la Iglesia.

La fuerza moral se ha hecho visible en el saludo navideño dirigido a los miembros de la Curia, a quienes ha propuesto un verdadero examen de conciencia para ayudar a que mejore en comunión, santidad y sabiduría. La misma fuerza se ha manifestado en el encuentro con la Asociación Nacional de Familias Numerosas, mantenido el Domingo de la Sagrada Familia, en el que ha agradecido a los padres de estas familias el ejemplo de amor a la vida y ha recordado que, en un mundo marcado a menudo por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de fraternidad; y estas actitudes se orientan luego en beneficio de toda la sociedad. La fuerza moral ha movido también a constatar ante los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede las dramáticas consecuencias de la mentalidad del rechazo y de la “cultura de la esclavitud”. No se cansa el Papa de pedir a los gobiernos que adopten medidas concretas en favor de la paz y la defensa de cuantos sufren las consecuencias de la guerra y de la persecución y se ven obligados a abandonar sus casas y su patria. Por eso, al cumplirse el quinto aniversario del terremoto de Haití, Francisco ha afirmado que nuestra primera preocupación debe ser la de ayudar al hombre, a todo hombre, a vivir plenamente como persona, pues “no hay verdadera reconstrucción de un país sin reconstrucción de la persona en su plenitud”.

La entrega ha acompañado al Papa durante las intensas celebraciones navideñas y durante el Viaje apostólico realizado a Sri Lanka y Filipinas, donde ha podido encontrarse con las comunidades católicas para confirmarlas en la fe y en la misión, para animarlas a buscar cada vez más el bien común de la sociedad y para favorecer el diálogo interreligioso en el servicio de la paz. A la entrega generosa del Sucesor de Pedro ha respondido la población con una generosidad aún mayor, alcanzando cifras de participación nunca antes alcanzadas en eventos públicos. Esa entrega nos permite reconocer la preocupación prioritaria del Papa a la hora de programar sus viajes apostólicos: aunque España se quedará sin la deseada presencia del Santo Padre en el año que acabamos de inaugurar, bien hemos comprendido, con gestos antes que con palabras, su voluntad de acercarse a las periferias geográficas y existenciales.

La ternura, en fin, ha guiado los encuentros con familias, jóvenes, religiosos, seminaristas y sacerdotes en Manila. Quedará grabada para siempre, entre las enseñanzas sin palabras de este Papa, la reacción a la pregunta de la niña vencida por las lágrimas. Al preguntar con llanto por el sufrimiento de los inocentes, la chica planteó “la única pregunta que no tiene respuesta”. “Solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar, entendió nuestros dramas”. Invitando a llorar con los que lloran y abrazando a los que sufren, el Papa ha manifestado la ternura materna de la Iglesia.