La peregrinación del Papa a Fátima con motivo del primer centenario de las apariciones de la Virgen María en Cova da Iria llena de luz las enseñanzas de Francisco en el mes dedicado a la Reina del Cielo. Así como en Fátima reconocemos el papel singular de la Virgen Madre, la predilección divina hacia los pequeños y la urgencia de un mensaje para construir la paz, así también las intervenciones del Santo Padre en las últimas semanas han girado en torno a María como Madre de esperanza, la grandeza de ser pequeños en el reconocimiento de la santidad de los pastorcillos Jacinta y Francisco, y la actualidad imperecedera de una llamada a la conversión y a la oración como el camino seguro para alcanzar la paz.


“¡Tenemos una Madre!” ha sido el grito repetido de Francisco al recordar que “Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle «muéstranos a Jesús»”. Aferrándonos a Ella como hijos podemos vivir de la esperanza que se apoya en Jesús. Por eso el Papa ha vuelto a pedir durante el Ángelus que recemos el Rosario, como pidió la Virgen a los pequeños pastores.


En la recta final de la cincuentena pascual, la Virgen María, perfecta discípula de su Hijo y Señor, nos ayuda a ser cada día más dóciles al Paráclito para aprender a amarnos como Jesús nos ha amado. Las catequesis sobre la esperanza cristiana, que siguen centrando la atención de las Audiencias de los miércoles, se detienen también en María, invocada como Madre de esperanza. “María ha vivido más de una noche en su camino de madre”. Ella nos enseña la virtud de la espera, experimentamos su maternidad, por eso la amamos como Madre. “No estamos huérfanos”.
La referencia a la Madre también ha estado presente en la Carta a los participantes en la XXXVI Asamblea General del CELAM, recordando el tercer centenario de Nuestra Señora de Aparecida. “Aparecida es toda ella una escuela de discipulado”. La aparición de la imagen de la Virgen hace trescientos años y la experiencia actual de la Consejo Episcopal Latinoamericano ofrecen claves, pequeñas grandes certezas, que renuevan la esperanza en medio de tantas inclemencias.


Junto a María, la “Bella Señora”, este mes de mayo nos ha regalado la canonización de los niños Jacinta y Francisco, pequeños a los ojos del mundo, grandes a los ojos de Dios. En Fátima la Virgen eligió el corazón inocente y la sencillez de tres niños pequeños como depositarios de su mensaje: “Con la canonización de Francisco y Jacinta, he querido proponer a toda la Iglesia su ejemplo de adhesión a Cristo y el testimonio evangélico, y además, he querido proponer a toda la Iglesia el cuidado de los niños”.


Inocencia y sencillez son criterios siempre nuevos a la hora de comunicar el Evangelio de la misericordia a todas las gentes, reto planteado por el Papa a los participantes en la plenaria de la Secretaría para la Comunicación. A la comunidad del Pontificio Colegio Pío Rumano de Roma, Francisco ha pedido custodiar la memoria y cultivar la esperanza. Al igual que a los miembros del Pontificio Colegio Portugués de Roma, a quienes ha deseado que aprendan a saborear a Dios, siguiendo el ejemplo de los pequeños videntes de Fátima.


El mensaje de paz confiado por la Virgen a los pastorcillos es llamada a la oración y a la penitencia para implorar la gracia de la conversión. La paz es tarea que requiere corazones reconciliados con Dios y con los hermanos. En la construcción de la paz importa el trabajo de todos. Como mensajero de paz, el Papa se ha dirigido a los nuevos guardias suizos, a los equipos de fútbol de la Juventus y la Lazio, a los nuevos embajadores que han presentado cartas credenciales, y a otros peregrinos que se han acercado a escuchar sus palabras de aliento. Para todos vale la invitación filial de quien tiene a la Virgen como Madre: “Dejémonos guiar por la luz que viene de Fátima. Que el Corazón Inmaculado de María sea siempre nuestro refugio, nuestra consolación y la vía que nos conduce a Cristo”.