Entre sueños y esperanzas
Por José Rico Pavés

La Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada a los jóvenes y el discernimiento vocacional, ha centrado las enseñanzas del Papa en el mes de octubre. La peculiaridad de este Sínodo radica no sólo en la temática abordada sino también en la metodología adoptada. Se aplica por primera vez la reciente Constitución Apostólica Episcopalis communio y se presenta, todo él, como ejercicio eclesial de discernimiento. Llegarán más adelante las respuestas; ahora tocaba escuchar. Francisco entiende el desarrollo de las sesiones sinodales como un tiempo para la participación, en el que se invita a hablar con valentía, es decir, integrando libertad, verdad y caridad. “Sólo el diálogo nos hace crecer”. Por eso, a la valentía en el hablar debe corresponder la humildad en el escuchar. Todos los miembros que participan en el Sínodo son signo de una Iglesia que está a la escucha y en camino, que huye de prejuicios y estereotipos, que supera la plaga del clericalismo y cura el virus de la autosuficiencia. Para el Papa la tarea del Sínodo consiste en “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos, e inspire a los jóvenes –a todos los jóvenes, sin excepción– la visión de un futuro lleno de la alegría del evangelio”.

En el ecuador del mes de octubre y del Sínodo de los Obispos, la canonización de siete nuevos santos ha permitido al Papa volver a recordar nuestra vocación común: la llamada universal a la santidad. San Pablo VI, san Óscar Romero, san Francisco Spinelli, san Vicente Romano, santa María Catalina Kasper, santa Nazaria Ignacia de santa Teresa de Jesús y san Nucio Sulprizio tienen en común, a pesar de los diferentes contextos en los que vivieron, haber traducido en sus vidas la palabra evangélica, sin tibiezas, sin cálculos, con el ardor de arriesgarse y dejar algo para seguir sin condiciones a Jesús.

No ignora el Papa la gravedad del momento presente: “vivimos en un contexto en que la barca de la Iglesia se ve golpeada por vientos contrarios y violentos, provocados de modo especial por las graves culpas cometidas por algunos de sus miembros”. En esta situación resulta especialmente importante no olvidar la humilde fidelidad cotidiana en el ministerio que el Señor permite vivir a la gran mayoría de los sacerdotes. “No hemos sido consagrados por el don del Espíritu para ser superhéroes. Hemos sido enviados con la conciencia de ser hombres perdonados, para ser pastores al modo de Jesús, herido, muerto y resucitado”. La misión del sacerdote en todos los tiempos es dar testimonio de la fuerza de la Resurrección en las heridas de este mundo.