MEMORIA AGRADECIDA DE UN PONTIFICADO
Homenaje al Papa Benedicto XVI
Presentación del Acto
(Mons. José Rico Pavés)
El presente acto académico desea ser un sentido homenaje al fecundo pontificado del Papa Benedicto XVI. La diócesis de Getafe desea unirse a la acción de gracias a Dios de toda la Iglesia por la vida y el ministerio del Santo Padre. San Juan de Ávila, declarado Doctor de la Iglesia por Benedicto XVI, nos ayuda a orientar el agradecimiento que deseamos expresar con este acto. Al inicio de una carta dirigida a un amigo, editada en 1578, el santo doctor afirmaba:
Tres grados se suelen poner de la virtud del agradecimiento. El primero es conocer en el corazón el beneficio recibido; el segundo, alabarlo y contarlo con palabra; el tercero, satisfacerlo con la obra, según la posibilidad de quien lo recibió... Porque así como la principal parte del beneficio es el amor puro, liberal y sin interes con que se hace, así lo principal con que se debe agradecer es el mismo corazón grato y aparejado a hacer lo que pudiere con quien le benefició, para que así corresponda corazón a corazón y haya igualdad (Ep. 76 [Obras completas, IV (BAC maior 74), 325]).
De la mano de san Juan de Ávila, queremos en esta tarde hacer memoria del Pontificado de Benedicto XVI presentando a Dios nuestra acción de gracias. Cumpliremos los tres grados que sugiere el santo: repasaremos brevemente algunos de los hilos conductores del Magisterio pontificio de Benedicto XVI a fin de "conocer en el corazón el beneficio recibido" y ofrecer pistas para "alabarlo y contarlo con la palabra"; llegaremos, en fin, a "satisfacerlo con la obra" uniéndonos a la oración litúrgica de la Iglesia con la oración de Vísperas.
Los temas seleccionados se expondrán tomando como hilo conductor la rica enseñanza del Papa sobre la Tradición de la Iglesia. El Pontificado de Benedicto XVI ha sido un testimonio gozoso de la fecundidad de la tradición eclesial, entendida como el surco vivo en el que recibimos y comprendemos la Palabra de Dios escrita, donde celebramos la fe de la Iglesia, donde somos capacitados para el diálogo con la modernidad, donde recibimos en fin el amor desbordante de Dios.
Agradezco de corazón la aportación de los profesores de nuestro Centro Diocesano de Teología que, con muy poco tiempo, han preparado este Acto. Agradecimiento muy especial a don José Ramón Velasco y a don Ángel Gómez, director y secretario respectivamente del Centro Diocesano de Teología, que han coordinado las diferentes intervenciones y han dispuesto de forma eficaz todo lo necesario para que en esta tarde resuene desde nuestra diócesis la acción de gracias a Dios por el Papa Benedicto XVI.
EL SURCO VIVO DE LA TRADICIÓN
(Mons. José Rico Pavés)
A modo de pórtico, la primera de las intervenciones desea recuperar las enseñanzas del Papa sobre la Tradición viva de la Iglesia. Para ello se recordarán únicamente dos actuaciones especialmente relevantes: el discurso dirigido a la Curia vaticana el 22 de diciembre del año 2005 y el ciclo de catequesis sobre la Tradición desarrollado en las Audiencias de los miércoles.
1. La correcta recepción del Concilio Vaticano II
Al recordar el cuarenta aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II al inicio de su pontificado, en diciembre de 2005, el Papa Benedicto XVI recuperó un texto de san Basilio de Cesarea (1). En su tratado Sobre el Espíritu Santo, el obispo capadocio describe la situación en la que se encuentra la Iglesia unos cuarenta años después del Concilio de Nicea (325), primer concilio ecuménico, con estas palabras:
¿A qué asemejaremos la presente situación? Sin duda se parece a un combate naval que por viejas ofensas han trabado algunos hombres avezados en las batallas navales y amantes de la guerra, y que alimentan abundante odio mutuo... Un clamor bronco de los que por la controversia se enzarzan en mutua refriega, un vocerío confuso y un ruido indistinto de alborotos que no callan nunca tienen ya casi llena a toda la Iglesia, subvertiendo por exceso y por defecto la recta doctrina de la piedad (2).
Tras citar las palabras de san Basilio, el Papa añadió: «No queremos aplicar esta descripción dramática a la situación del post-Concilio, pero ciertamente algo de lo que ha sucedido se refleja en ella: ¿por qué la recepción del Concilio en grandes partes de la Iglesia, se ha desarrollado hasta ahora de manera tan difícil?» (3). El mismo Papa ofrece la respuesta: la recepción del Concilio ha estado condicionada por dos maneras contrarias de interpretarlo. Una ha sido la interpretación (o hermenéutica) de la discontinuidad y de la ruptura; otra opuesta, la de la reforma. La primera ha causado confusión; la segunda, silenciosa aunque cada vez más visible, sigue produciendo frutos. Veamos más brevemente estos dos modos de entender el Concilio.
1.1. Interpretación de la discontinuidad y de la ruptura
Es la de quienes han entendido la aportación conciliar como una ruptura con la historia anterior de la Iglesia. Esta forma de interpretar el Vaticano II enfrenta la Iglesia postconciliar a la preconciliar, considera insuficientes los textos (la letra) de los documentos conciliares, e invoca su espíritu. Esta interpretación es fácilmente identificable en la vida de la Iglesia, pues ha llevado a planteamientos del tipo “hasta ahora se hacía así... a partir de ahora vamos a ir por otro lado”, es decir, se ha traducido en un empeño por “volver a inventarlo prácticamente todo”, en cualquier ámbito: el de las enseñanzas y doctrina de la Iglesia, en el de la moral, en el de la liturgia, etc. Los que así han interpretado el Concilio, se presentan como los intérpretes autorizados del Vaticano II, invocan muchas veces y de manera muy ruidosa el Concilio, con fórmulas del tipo: “como ya dijo el Concilio...”, pero de él no se dan citas, porque en realidad se atribuyen al Concilio afirmaciones y propuestas que no formuló.
A los que han interpretado en clave de discontinuidad el Concilio y han vivido la recepción como una ruptura con lo anterior, Benedicto XVI les recuerda que procediendo así se destruye en su raíz la naturaleza misma del Concilio. Porque si los Padres conciliares hubieran roto con la Tradición anterior, entonces ¿con qué autoridad y en nombre de quién habrían celebrado el concilio? Los obispos, por el contrario, en expresión de san Pablo, son administradores de los misterios de Dios (1 Cor 4, 1), y como tales han de ser fieles y sabios (cf. Lc 12, 41-48). Es decir, deben administrar el don del Señor de manera justa para que de fruto abundante y el Señor, al final, pueda decir: porque has sido fiel en lo poco, ti daré autoridad sobre mucho (Mt 25, 14ss). En estas palabras del evangelio encuentra Benedicto XVI sintetizada la dinámica de la fidelidad.
1.2. Interpretación de la reforma
Para entender la “hermenéutica de la reforma”, Benedicto XVI ha recordado dos intervenciones. En primer lugar, las palabras de Juan XXIII en las que señalaba el propósito del Concilio, a saber:
... transmitir pura e íntegra la doctrina, cierta e inmutable, de modo que sea profundizada y presentada de manera adecuada a las exigencias de nuestro tiempo. Pues una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra veneranda doctrina, y otra cosa el modo en que son enunciadas, manteniendo en ellas el mismo sentido y el mismo alcance (4).
Este propósito de expresar de manera nueva una determinada verdad exige ciertamente una reflexión renovada y una relación viva también nueva con ella. En este sentido el objetivo marcado por Juan XXIII al Concilio fue muy exigente, como exigente es la síntesis de fidelidad y dinamismo. Donde esta orientación ha guiado la recepción conciliar, han brotado frutos duraderos. Revisando estos frutos, Benedicto XVI concluye: «Cuarenta años después del Concilio podemos observar cómo lo positivo es más grande y está más vivo que cuanto pudo aparecer en la agitación de los años en torno a 1968. Hoy comprobamos que la semilla buena, aun cuando se ha desarrollado lentamente, crece todavía, y con ella crece nuestro profundo agradecimiento por la obra desarrollada por el Concilio» (5).
La segunda intervención recordada por Benedicto XVI para explicar la hermenéutica de la reforma son las palabras de Pablo VI en la clausura del Concilio.
El Concilio Vaticano II, reunido en el Espíritu Santo y bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, que hemos declarado Madre de la Iglesia, y de San José, su ínclito esposo, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, debe, sin duda, considerarse como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia. En efecto, fue el más grande por el número de padres del globo, incluso de aquellas donde la jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno, porque, teniendo presente las necesidades de la época actual, se enfrentó, sobre todo, con las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a los cristianos todavía separados de la comunidad de la sede apostólica, sino también a toda la familia humana (8.12.1965).
El concilio es considerado como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia; grande por el número de participantes; rico por los temas desarrollados; oportuno, por haber mirado a las necesidades de nuestro mundo con solicitud pastoral. La amplitud de las cuestiones tratadas, unido a la hondura de los planteamientos y a la universalidad de las aportaciones, lleva a Benedicto XVI a situar la aportación conciliar en el horizonte histórico de la Modernidad. La fractura que progresivamente se había ido produciendo entre la Iglesia y la cultura desde el siglo XVII ha encontrado su respuesta en el Vaticano II. Esa fractura se materializó en tres ámbitos: en el de las ciencias, en el de los Estados modernos y en el de la tolerancia religiosa. Ante esta fractura la Iglesia no ha respondido en clave de ruptura, sino mostrando la capacidad del evangelio, custodiado y transmitido por la Tradición, de responder a las cuestiones de todos los tiempos. El pontificado de Benedicto XVI han contribuido poderosamente a continuar la recepción del Concilio Vaticano II, despejando sus interpretaciones falseadoras e insertándolo en el surco vivo de la tradición eclesial.
2. Las catequesis sobre los grandes maestros de la Tradición
La segunda referencia que nos permite descubrir la importancia de la Tradición en el pontificado de Benedicto XVI es el ciclo de catequesis dedicado a los grandes maestros de la Tradición de la Iglesia. Como es sabido, en los primeros meses de su pontificado, el Papa completó las catequesis del beato Juan Pablo II sobre los salmos e himnos de laudes y vísperas. Las primeras catequesis propiamente suyas las dedicó a abrir una nueva línea de enseñanza centrada en los apóstoles y sus colaboradores. Vino después el ciclo de catequesis dedicadas a los Santos Padres, a los autores medievales, a las grandes mujeres de la Iglesia en la época medieval y a los doctores de la Iglesia. Este conjunto de catequesis se abrió con unas sesiones dedicadas a exponer el sentido católico de la Tradición. Para este acto, considero oportuno traer a la memoria alguna de las enseñanzas ahí contenidos.
La catequesis de la Audiencia del miércoles, 26 de abril de 2006, estuvo dedicada a la naturaleza íntima de la Iglesia, edificada sobre el cimiento de los apóstoles. Después de presentar en cuatro catequesis la realidad de la comunión eclesial, suscitada y sostenida por el Espíritu Santo, y conservada y promovida por el ministerio apostólico, Benedicto XVI quiso reflexionar sobre el alcance de la comunión eclesial.
La comunión de la Iglesia no se extiende únicamente a todos los creyentes de un determinado momento histórico, sino que abarca todos los tiempos y a todas las generaciones. Tal es la fuerza de la Tradición: permite la comunión con los creyentes de los tiempos.
Tenemos una doble universalidad: la universalidad sincrónica -estamos unidos con los creyentes en todas las partes del mundo- y también una universalidad diacrónica, es decir: todos los tiempos nos pertenecen; también los creyentes del pasado y los creyentes del futuro forman con nosotros una única gran comunión (6).
El garante de la presencia del misterio en la historia es el Espíritu Santo. Gracias a Él la experiencia del encuentro con Cristo Resucitado, que vivió la comunidad apostólica en los orígenes de la Historia de la Iglesia, pueden vivirla las generaciones sucesivas, en cuanto transmitida y actualizada en la fe, en el culto y en la comunión del pueblo de Dios.
La Tradición es la comunión de los fieles en torno a los legítimos pastores a lo largo de la historia, una comunión que el Espíritu Santo alimenta asegurando el vínculo entre la experiencia de la fe apostólica, vivida en la comunidad originaria de los discípulos, y la experiencia actual de Cristo en su Iglesia. En otras palabras, la Tradición es la continuidad orgánica de la Iglesia, templo santo de Dios Padre, edificado sobre el cimiento de los apóstoles y mantenido en pie por la piedra angular, Cristo, mediante la acción vivificante del Espíritu Santo (7).
La Tradición no es entonces transmisión de cosas o de palabras, es «el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes».
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Sirvan estas palabras de Benedicto XVI para subrayar la importancia de la Tradición como surco vivo en el que la presencia siempre nueva del encuentro fundante con el Señor nos permite recibir, custodiar y transmitir la Palabra de Dios escrita (Sagrada Escritura), la novedad del culto cristiano que nos llega por la Liturgia, la capacidad para entrar en diálogo con nuestro mundo y la frescura imperecedera del amor primero. Tales son los temas que se irán exponiendo a continuación.
1. Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005).
2. Basilio de Cesarea, De Spiritu Sancto 30, 76.77 (BPa 32, 238.241).
3. Benedicto XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005).
4. Benedicto XVI, Discurso a la Curia (22.12.2005).
5. Ibidem.
6. Benedicto XVI, Audiencia (26.4.2006).
7. Benedicto XVI, Audiencia (26.4.2006).
8. Benedicto XVI, Audiencia (26.4.2006).