LA LITURGIA: CELEBRACIÓN DE LA FE DE LA IGLESIA

Introducción

    El Beato Juan Pablo II, el 15 de agosto de 1997, publicó la Carta Apostólica «LAETAMUR MAGNOPERE» por la que aprobaba la edición típica latina del Catecismo de la Iglesia Católica. Y la Constitución Apostólica «FIDEI DEPOSITUM» (11 de octubre de 1992)  por la que promulgaba y establecía, después del Concilio Vaticano II, y con carácter de instrumento de derecho público, el Catecismo de la Iglesia Católica. En ella nos dice: “Tras la renovación de la Liturgia y el nuevo Código de Derecho Canónico de la Iglesia de la Iglesia latina y de los Cánones de las Iglesias Orientales Católicas, este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial, promovida y llevada a la práctica por el Concilio Vaticano II”.
   
Juan Pablo II, con motivo del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio hizo una convocatoria extraordinaria del Sínodo de los Obispos, fruto de éste, en 1985, confió a una comisión de 12 cardenales y obispos, presidida, por el entonces, Cardenal Joseph Ratzinger, la tarea de preparar un proyecto del Catecismo solicitado por los padres sinodales…
   
La estructura de este nuevo Catecismo es la siguiente: 1. LA PROFESIÓN DE LA FE (Lex credendi). 2. LOS SACRAMENTOS DE LA FE (Lex orandi). 3. LA VIDA SEGÚN LA FE (Lex vivendi). Y 4. La oración en la vida de la fe (sentido de la vida de oración en la vida del creyente)(1).    

1.    DEFINICIÓN DE LITURGIA EN EL VATICANO II, según Benedicto XVI (2)

“El concilio Vaticano II define la liturgia como «obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia» (3). La obra de Jesucristo se designa en el mismo texto como obra de redención que Cristo ha realizado especialmente a través del misterio pascual de su muerte, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. «Por este misterio, “con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida”»(4).

A primera vista, en estas dos frases, la expresión «obra de Cristo» parece utilizarse en dos sentidos diversos. Con «obra de Cristo» se designan primeramente las acciones históricas de salvación de Jesús, su muerte y su resurrección; por otra parte, se designa «obra de Cristo» la celebración de la liturgia. En realidad, ambos significados están indisolublemente unidos: el misterio pascual, la muerte y la resurrección, no son solo acontecimientos históricos exteriores. En la resurrección esto resulta muy claramente. La resurrección penetra en la historia, pero la trasciende en dos sentidos: no es la acción de un hombre sino de Dios, y conduce a Jesús, por eso mismo, más allá de la historia, a su lugar a la derecha del Padre. Pero tampoco la cruz es simplemente una acción humana. Lo meramente humano se encuentra en las personas que llevaron a Jesús a la cruz. Para el mismo Jesús, la cruz no es ante todo una acción, sino una pasión, pero una pasión que significa unirse con la voluntad de Dios -un hacerse uno cuyo dramatismo permite reconocer el relato del Huerto de los Olivos-(5). Así, la dimensión pasiva de ser entregado a la muerte es transformada en la dimensión activa del amor: la muerte se hace entrega de sí mismo al Padre por los hombres. De esta manera, el radio llega de nuevo también aquí, como en la resurrección, mucho más allá de lo meramente humano y mucho más allá de lo meramente puntual del ser clavado en la cruz y morir. El lenguaje de la fe ha llamado «misterio» a este plus sobre el momento meramente histórico, y ha resumido en la expresión «misterio pascual» el verdadero núcleo del evento de la salvación. Si, conforme a esto, podemos decir que el misterio pascual constituyó el núcleo de la «obra de Jesús», se pone ya de manifiesto la relación con la liturgia: justamente esta «obra de Jesús» es el verdadero contenido de la liturgia. En ella la «obra de Jesús» sigue penetrando en la historia a través de la fe y de la oración de la Iglesia. Así, en la liturgia se trascienden los diferentes momentos históricos para alcanzar el acto permanente divino-humano de la salvación. En ella Cristo es el verdadero sujeto portador; ella es obra de Cristo, pero él atrae en ella hacia sí la historia, la atrae justamente hacia el interior de aquel acto permanente que es el lugar de nuestra salvación.

Si volvemos una vez más al Vaticano II encontramos allí descrito en este conjunto de puntos de vista de la siguiente manera: «La liturgia, por medio de cual “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el sacrificio divino de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia» (6).

    Benedicto XVI en su primera Exhortación apostólica SACRAMENTUN CARITATIS (7), al mencionar en la Introducción el Desarrollo del rito eucarístico, “Desde las diversas modalidades de los primeros siglos, que resplandecen aún en los ritos de las antiguas Iglesias de Oriente, hasta la difusión del Ritual romano; desde las indicaciones claras del Concilio de Trento y el Misal de san Pio V hasta la renovación litúrgica establecida por el Vaticano II: en cada etapa de la historia de la Iglesia, la celebración eucarística, como fuente y culmen de su vida y misión, resplandece en el rito litúrgico con toda su riqueza multiforme…”(8).

A continuación, el Papa nos habla del Sínodo de los Obispos dedicado a la Eucaristía y del Gran Jubileo de 2000, iniciado con el Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara (Méjico 2004)(9) y también de la Carta apostólica, de su predecesor, MANE NOBISCUM DOMINE (2004)(10), y a las valiosas sugerencias de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (2004). Cita también, en la introducción, la Encíclica de Juan Pablo II, ECCLESIA DE EUCHARISTIA (2003)(11), donde su antecesor, “nos ha dejado una segura referencia magisterial sobre la doctrina eucarística”

En los tres capítulos que constituyen Exhortación apostólica  SACRAMENTUM CARITATIS, descubrimos de nuevo que reproduce el esquema fundamental de Catecismo de la Iglesia Católica:                         
1. EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER (Lex credendi). (12)   
2. EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR (Lex orandi). (13)
3. EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR (Lex vivendi). (14)
   
En el inicio de la Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio” Porta fidei con la que se convoca el Año de la fe, nº 9, titulado “Intensificar la celebración de la fe en la liturgia y también el testimonio creíble de vida de los fieles”, leemos: Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción (Lex credendi), con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración (Lex orandi) de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza» (15). Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble (Lex vivendi). Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada (16), y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año. (11 de octubre de 2011).
   
La fe de la Iglesia (Lex credendi), la celebración litúrgica (Lex orandi), la vida de la Comunidad cristiana, forman parte de una auténtica unidad.
   
2.    Joaquín Mª López de Andújar y Cánovas del Castillo. Llenos de amor por el hombre con la antorcha de Cristo en la mano. Gran Misión Diocesana, con motivo del 25 aniversario de la creación de la Diócesis de Getafe. Getafe, 11 de Diciembre 2012.

Con motivo del 25 aniversario de la creación de la Diócesis de Getafe, nuestro querido Obispo D. Joaquín María ha dirigido esta Carta Pastoral junto a unas Catequesis para el año de la fe, donde desde una manera sencilla y profunda nos ayuda a insertarnos cada día más en la vida de la Iglesia.

La Carta Pastoral tiene dos partes. En la primera, más breve, denominada: «Llenos de amor por el hombre», nos habla de la “Misión ad gentes”, a la que estamos invitados todos los Creyentes en Cristo, todos los Bautizados.

La segunda, titulada «Con la antorcha de Cristo en la mano», contiene dos grandes capítulos: I. PREPARACIÓN PARA LA MISIÓN. Y EL II. DESARROLLO DE LA MISIÓN. La carta finaliza proponiéndonos unas Conclusiones.

Me voy a parar en el capítulo I. PREPARACIÓN PARA LA MISIÓN, ya que en ella nos habla de “Intensificar la reflexión sobre la Fe” (Lex credendi); de “Vivir con mayor esplendor la Liturgia” (Lex Orandi); y de “Fortalecer el testimonio de la caridad” (Lex Vivendi); siguiendo el mismo esquema del Magisterio de la Iglesia, como hemos dicho antes.

      Deteniéndonos en el punto 1.2. VIVIR CON MAYOR PROFUNDIDAD Y ESPLENDOR LA LITURGIA, leemos:

1.2. Vivir con mayor profundidad y esplendor la celebración de la fe.

En este Año de la Fe hemos de esforzarnos por cumplir el ardiente deseo de la Iglesia, manifestado en el Concilio Vaticano II, de llevar a todos los fieles a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, de forma que éstas sean la primera y más necesaria fuente en la que ellos puedan beber el espíritu verdaderamente cristiano (17). Vivir con mayor profundidad y esplendor la celebración de la fe, será la mejor preparación para la Misión.


Y para ello, siguiendo la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1136-1186), hemos de dar respuesta, en nuestras catequesis y planes de formación, a estas cuatro importantes cuestiones: quién celebra, cómo celebrar, cuándo celebrar, dónde celebrar.

1.2.1 Quién celebra.

La liturgia es acción del “Cristo total”: Cristo que es la Cabeza y la Iglesia que es su Cuerpo; y quienes celebran esta acción participan ya de la liturgia del Cielo, allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta (Cf. Apoc 4,2; 5,6; 22,1; 21,6). El Espíritu y la Iglesia nos hacen participar a cada cristiano, siempre que celebramos, en los sacramentos el Misterio de la Salvación en esta liturgia eterna.


Por tanto, es muy importante tener siempre en cuenta que cuando celebramos la fe es toda la Comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, quien celebra. Las acciones litúrgicas no son acciones privadas sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad, esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Así pues, estas acciones sagradas pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes y funciones (18).


De todo esto se deduce que «todos los miembros no tienen la misma función» (Rom 12,4). Algunos son llamados por Dios, en y por la Iglesia, a un servicio especial a la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el Señor en el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (19). El ministro ordenado es como el “icono” de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente la sacramentalidad de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar y, en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.


En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden. «Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la “schola cantorum”, desempeñan un auténtico ministerio litúrgico»(20). Así, en la celebración de los sacramentos, participa toda la asamblea, cada cual según su función, pero en la unidad del Espíritu que actúa en todos (21).

1.2.2. Cómo celebrar.

La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu, estos elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos que nos hacen recordar a Dios, se hacen portadores de la acción salvadora y santificadora de Cristo. Hemos de cuidar mucho estos signos, para que ellos mismos nos hablen de Dios y nos introduzcan en su misterio inefable.


Junto a los símbolos está la Palabra. La liturgia de la Palabra es parte esencial de la celebración. El sentido de la celebración es expresado por la Palabra de Dios, que es anunciada y por el compromiso de la fe, que responde a ella. Por ello, para nutrir la fe de los fieles, los signos de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra (leccionario o evangeliario), su veneración (procesión, incienso, luz), su lectura audible e inteligible, sin improvisar, hecha por lectores bien formados, la homilía del ministro bien preparada, que prolonga su proclamación, y las respuestas de la asamblea (aclamaciones, salmos responsoriales, letanías, confesiones de fe...), que nunca pueden ser sustituidos arbitrariamente por otras aclamaciones o cantos según nuestro gusto.


También el canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica. Serán criterios para un uso adecuado de ellos: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea y el carácter sagrado de la celebración.


Igualmente, las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el Misterio de Cristo y en el amor y veneración a la Virgen María y a todos los santos. Pongamos mucha atención, sentido religioso y buen gusto a la hora de elegir nuestras imágenes (22).

1.2.3. Cuándo celebrar.

El Domingo es el “día del Señor”, es el día principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día de la Resurrección. Es el día de la asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y del descanso del trabajo. Él es fundamento y núcleo de todo el Año Litúrgico (23).  Tenemos que seguir fomentando con insistencia, en nuestras catequesis y planes de formación, en la importancia de la Misa dominical, esencial para vivir nuestra fe, destacando especialmente la Misa en familia.



También hay que señalar la importancia del Año Litúrgico. La Iglesia a lo largo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor (24). Y, haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la Santa Madre de Dios, seguida de los apóstoles, los mártires y los otros santos, en días fijos del Año Litúrgico, la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del cielo, alaba a Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros glorificados y nos estimula con su ejemplo en el camino hacia el Padre.



Finalmente, tenemos que dar gracias a Dios por el número, cada vez mayor de fieles, especialmente jóvenes, que se unen a la oración de la Iglesia en la Liturgia de las Horas. De esta manera se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos, de los cánticos y de las bendiciones y por la meditación de la Palabra de Dios, para asociarse a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu sobre el mundo entero (25).


Y también hemos de resaltar la importancia del Santo Rosario que, gracias a Dios, sigue siendo práctica habitual en muchas familias.

1.2.4 Dónde celebrar.

Cristo es el verdadero Templo de Dios, el “lugar donde reside su Gloria”. Y, por la gracia de Dios, los cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia.


Sin embargo, la Iglesia, en su condición terrena, tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse: nuestros templos visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad Santa, la Jerusalén celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.


Nuestra Diócesis está haciendo un extraordinario esfuerzo para que todos los nuevos barrios y urbanizaciones tengan su parroquia y que todas las parroquias tengan su templo. Cuidemos nuestros templos y sigamos ayudándonos unos a otros en la construcción de los nuevos, para que en ellos la Iglesia pueda celebrar el culto público para gloria de la Santísima Trinidad, pueda escuchar la Palabra de Dios y cantar sus alabanzas, pueda elevar su oración y ofrecer el Sacrificio de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la asamblea (26).

APÉNDICES
1. ENCUENTRO CON LOS PÁRROCOS Y EL CLERO DE ROMA. DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI. Sala Pablo VI. Jueves 14 de febrero 2013.     
2. DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL INSTITUTO LITÚRGICO PONTIFICIO SAN ANSELMO. Sala Clementina, Viernes 6 de mayo de 2011.


ENCUENTRO CON LOS PÁRROCOS Y EL CLERO DE ROMA
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala Pablo VI
Jueves 14 de febrero 2013

“Tras la Primera Guerra Mundial, había ido creciendo precisamente en Europa Central y Occidental el movimiento litúrgico, un redescubrimiento de la riqueza y profundidad de la liturgia, que hasta entonces estaba casi encerrada en el Misal Romano del sacerdote, mientras que el pueblo rezaba con sus propios libros de oraciones, compuestos según el corazón de la gente; se trataba de este modo de traducir el alto contenido, el lenguaje elevado de la liturgia clásica, en palabras más emotivas, más cercanas al corazón del pueblo. Pero eran como dos liturgias paralelas: el sacerdote con los monaguillos, que celebraba la Misa según el Misal, y al mismo tiempo los laicos, que rezaban en la Misa con sus libros de oración, sabiendo básicamente lo que se hacía en el altar. Pero ahora se había redescubierto precisamente la belleza, la profundidad, la riqueza histórica, humana y espiritual del Misal, y la necesidad de que no fuera sólo un representante del pueblo, un pequeño monaguillo, el que dijera: «Et cum spiritu tuo»..., sino que hubiera realmente un diálogo entre el sacerdote y el pueblo; que la liturgia del altar y la liturgia de la gente fuera realmente una única liturgia, una participación activa; que la riqueza llegara al pueblo. Y así la liturgia se ha redescubierto, se ha renovado.

Ahora, en retrospectiva, creo que fue muy acertado comenzar por la liturgia. Así se manifiesta la primacía de Dios, la primacía de la adoración: «Operi Dei nihil praeponatur». Esta sentencia de la Regla de san Benito (cf. 43,3) aparece así como la suprema regla del Concilio. Alguno criticaba que el Concilio hablara de muchas cosas, pero no de Dios. Pero sí que habló de Dios. Y su primer y sustancial acto fue hablar de Dios y abrir a todos, al pueblo santo por entero, a la adoración de Dios en la celebración común de la liturgia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En este sentido, más allá de los aspectos prácticos que desaconsejaban iniciar de inmediato con temas polémicos, digamos que fue realmente providencial el que en los comienzos del Concilio estuviera la liturgia, estuviera Dios, estuviera la adoración. No quisiera entrar ahora en los detalles de la discusión, pero siempre vale la pena volver, más allá de las aplicaciones prácticas, al Concilio mismo, a su profundidad y a sus ideas esenciales.

Diría que había varias: sobre todo el Misterio pascual como centro del ser cristiano, y por tanto de la vida cristiana, del año, del tiempo cristiano, expresado en el tiempo pascual y en el domingo, que siempre es el día de la Resurrección. Siempre recomenzamos nuestro tiempo con la Resurrección, con el encuentro con el Resucitado y, a partir del encuentro con el Resucitado, vamos al mundo. En este sentido, es una pena que actualmente el domingo se haya transformado en el fin de semana, cuando es la primera jornada, es el inicio; interiormente debemos tener presente esto: que es el inicio, el inicio de la Creación, el inicio de la recreación en la Iglesia, encuentro con el Creador y con Cristo Resucitado. También este doble contenido del domingo es importante: es el primer día, o sea, fiesta de la Creación: estamos en el fundamento de la Creación, creemos en el Dios Creador; y es encuentro con el Resucitado, que renueva la Creación; su verdadero objetivo es crear un mundo que sea respuesta al amor de Dios.

También había algunos principios: la inteligibilidad, en lugar de quedar encerrados en una lengua desconocida, no hablada, y también la participación activa. Lamentablemente, estos principios también se han malentendido. Inteligibilidad no quiere decir banalidad, porque los grandes textos de la liturgia —aunque se hablen, gracias a Dios, en lengua materna— no son fácilmente inteligibles; necesitan una formación permanente del cristiano para que crezca y entre cada vez con mayor profundidad en el misterio y así pueda comprender. Y también la Palabra de Dios. Cuando pienso día tras día en la lectura del Antiguo Testamento, y también en la lectura de las epístolas paulinas, de los evangelios, ¿quién podría decir que entiende inmediatamente sólo porque está en su propia lengua? Sólo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una participación que es más que una actividad exterior, que es un entrar de la persona, de mi ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo”.

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL INSTITUTO LITÚRGICO PONTIFICIO SAN ANSELMO

Sala Clementina, Viernes 6 de mayo de 2011

“La liturgia más como un objeto por reformar que como un sujeto capaz de renovar la vida cristiana, dado que «existe, en efecto, un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia. La Iglesia (...) saca de la liturgia las fuerzas para la vida». Nos lo recuerda el beato Juan Pablo II en la Vicesimus quintus annus (n. 4), donde la liturgia se presenta como el corazón palpitante de toda actividad eclesial. Y el siervo de Dios Pablo VI, refiriéndose al culto de la Iglesia, con una expresión sintética afirmaba: «De la lex credendi pasamos a la lex orandi, y esta nos lleva a la lux operandi et vivendi» (Discurso en la ceremonia de la ofrenda de los cirios, 2 de febrero de 1970: L’Osservatore Romano, 8 de febrero de 1970, p. 4).
La liturgia, culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de la que brota su virtud (cf. Sacrosanctum Concilium, 10), con su universo celebrativo se convierte así en la gran educadora en la primacía de la fe y de la gracia. La liturgia, testigo privilegiado de la Tradición viva de la Iglesia, fiel a su misión original de revelar y hacer presente en el hodie de las vicisitudes humanas la opus Redemptionis, vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio, lúcidamente explicitada por la constitución conciliar en el número 23. Con estos dos términos, los padres conciliares quisieron expresar su programa de reforma, en equilibrio con la gran tradición litúrgica del pasado y el futuro. No pocas veces se contrapone de manera torpe tradición y progreso. En realidad, los dos conceptos se integran: la tradición es una realidad viva y por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso. Es como decir que el río de la tradición lleva en sí también su fuente y tiende hacia la desembocadura”.

Getafe, 13 de marzo de 2013
Conmemoración de las Santas Perpetua y Felicidad

Jesús Enrique García Rivas
Delegado Episcopal de Liturgia


1. Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Asociación de Coeditores del Catecismo, Libreria Editrice Vaticana, Bilbao 2005. (Editio Typica latina, 15 de agosto de 1997).  
2. Joseph Razinger, Obras completas XI, Teologia de la liturgia. La fundamentación sacramental de la existencia cristiana. BAC, Madrid 2012, pp. 483-484.
3. SC 7; cf. CEC 1070.
4. SC 5; cf. CEC 1067
5. Véase François-Marie LÉTHEL, Théologie de l´agonie du Chist (Paris 1979)
6. SC 2; cf. CEC 1068.
7. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis. Sobre la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, Palabra, Madrid 2007.
8. Ib., pp. 9-10.
9. 7 de octubre de 2004.
10. Cf. Año de la Eucaristía. Sugerencias y propuestas (14 de octubre de 2004): L´Osservatore Romano (15 octubre 2004) Suplemento.
11. 17 de abril de 2003.
12. Sacr. Carit., pp. 15-58.
13. Ib., pp. 59-102.
14 Ib., 105-140.
15. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
16. Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
17. cf., SC, 14.
18. cf., PO 2 y 15.
19. cf., SC 29.
20. cf., CIC., 1136-1144.
21. cf., CIC., 1189-1192
22. cf. SC 102.
23. cf., SC 106.
24. Cf., CIC 1197-1199.
25. cf., CIC 1197-1199
26. cf., CIC 1197-1199