BENEDICTO XVI: DIÁLOGO CON LA MODERNIDAD

La modernidad podría definirse como el desarrollo cultural de los últimos cinco siglos. En el esfuerzo por dialogar con esta modernidad, el Papa emérito ha hecho especial hincapié en defender la unión inseparable entre la fe y la razón: la mutua colaboración entre teología, filosofía y ciencia, cada una desde su ámbito y con sentido de complementariedad. Por ello en esta comunicación destacaría dos aspectos: su deseo de defender la verdad contra el relativismo y su diálogo con los más grandes pensadores de la modernidad.

En el pensamiento del Papa emérito se busca superar el irracionalismo nietzscheano, la fragilidad del pensamiento débil, las consecuencias fatales de la sociedad líquida de Bauman. Por ello nos ofrece una gran confianza en el hombre que es capaz de conocer la verdad: tiene derecho a conocer la verdad. Es la verdad la que nos posee, es algo vivo. Nosotros no la poseemos, sino que somos aferrados por ella. Sólo permanecemos en ella si nos dejamos guiar y mover por ella; sólo está en nosotros y para nosotros si somos, con ella y en ella, peregrinos de la verdad.  (Cf. Homilía en Castelgandolfo, 2 de septiembre de 2012). Desde esta perspectiva, considera la razón, compatible con la religión; es más, ambas pueden curarse de sus «respectivas patologías», dijo en 2004 ante Jürgen Habermas. La razón puede evitar que la religión caiga en el fanatismo y el fundamentalismo. La religión puede impedir que la razón engendre monstruos como Auschwitz. Eso sí, hace falta una razón abierta («ampliada» dijo en Ratisbona) a otras dimensiones de la vida como el amor, el arte, la ética o la religión. Razón y corazón a la vez y, por tanto, verdad y amor, tal como reza el título de su encíclica social.

Siendo cardenal, la homilía de la Eucaristía del precónclave giró en torno a la dictadura del relativismo. Esta misma idea la expresó en múltiples ocasiones anteriores: «El relativismo se ha convertido en el problema central de la fe en la hora actual. Sin duda, ya no se presenta tan sólo con su vestido de resignación ante la inmensidad de la verdad, sino también como una posición definida positivamente por los conceptos de tolerancia, conocimiento dialógico y libertad, conceptos que quedarían limitados si se afirmara la existencia de una verdad válida para todos. A su vez, el relativismo aparece como fundamentación filosófica de la democracia. Una sociedad liberal sería, pues, una sociedad relativista; sólo con esta condición podría permanecer libre y abierta al futuro». (Conferencia en Guadalajara, 1996). Por ello el Papa emérito defiende que las certezas construyen una fe fuerte que deriva en una profunda espiritualidad, la cual alimenta una pastoral de la Verdad.

Esta misma visión está en el fondo de su famoso discurso de Ratisbona (12 de septiembre 2006), del que podemos destacar algunos aspectos de la postura del Papa:
1. El Papa confía en la razón occidental (griega) y la toma, de algún modo, como referencia universal, como si formara parte de los “preambula fidei”. Eso le hace desconfiar de otros acercamientos que, a su juicio, serían menos racionales.
2. El Papa parece rechazar los diversos “juegos de la razón”, es decir, los diversos modelos de racionalidad que formuló hace tiempo Wittgenstein hablar de los diferentes juegos/modelos de lenguaje y racionalidad. A los ojos del Papa habría una racionalidad modélica (que sería la occidental).
3.  Esa racionalidad habría sido formulada por los filósofos y teólogos medievales, en un camino que ha culminado en la buena Ilustración; por eso, la post-ilustración, que implicaría una dispersión de razones estaría equivocada
4. El misterio de la creación. La ecología y el respeto a la naturaleza han de estar unidos con su propio origen: la creación. Son buenos porque han salido de la mano de Dios. La naturaleza (también la nuestra) puede ser conocida además por la conciencia de cualquier persona, creyente o no. Esta puede ser una privilegiada plataforma común de diálogo entre culturas y religiones. En este ámbito resalta también la continua defensa de la dignidad del hombre por ser creado por Dios a su imagen y semejanza.
4. Las religiones orientales correrían el riesgo de caer en vacío, más allá de la racionalidad.
5. Por su parte, el Islam, que no ha realizado el camino racional de Occidente, correría el riesgo de un irracionalismo fanático.

En su diálogo con la modernidad también ha propuesto nuevas líneas de actuación en su encíclica Caritas in Veritate (2009), donde expone y despliega su visión del orden global, que debería estar regido por una autoridad mundial, que sería, de algún modo, el complemente de la Iglesia Católica, entendida como autoridad mundial en línea religiosa: «Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la Arquitectura Económica y Financiera Internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres…Urge la presencia de una verdadera Autoridad Política Mundial» (Caritas in Veritate 67).

En ese esfuerzo por dialogar con la modernidad, quiero proponer, a modo de síntesis, el tratamiento que ha dado en la encíclica Spes Salvi a cuatro autores muy representativos del pensamiento.

Francis Bacon (1561-1626), es uno de los máximos representantes de la fe en el progreso científico y técnico. Bacon creía, realmente, que con el desarrollo de la ciencia y de la tecnología sería posible alcanzar una sociedad ideal en la tierra, una especie de paraíso, donde el ser humano podría dedicarse a tareas creativas y al cultivo del pensamiento.

El Papa no niega, de ningún modo, los alcances del progreso científico y técnico, ni niega el valor positivo que han tenido para mejorar la calidad de vida de las personas y de los pueblos, pero discute la ingenuidad de la fe en el progreso, la creencia de que el desarrollo científico y técnico pueda realmente colmar las aspiraciones trascendentes de la persona, el deseo de felicidad eterna que anida en ella. La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma. La salvación del ser humano no pasa, pues, por la ciencia, ni por la técnica. No morimos de lo mismo, pero seguimos muriendo. Seguimos sufriendo y necesitamos, como siempre hemos necesitado, de la consolatio. El progreso no garantiza la felicidad humana. Ningún artefacto tecnológico puede colmar la sed del corazón humano. Sólo la esperanza en un Dios-Amor puede dar plenitud a las aspiraciones del ser humano.

Kant (1724-1804), defiende la autonomía del ser humano frente al poder religioso y político y su capacidad para pensar por sí mismo y para buscar el pleno desarrollo de su ser y de la sociedad a través del uso público de la racionalidad. Kant constata que en el proceso de la Ilustración de los pueblos, la fe racional suplirá paulatinamente a la fe eclesiástica. La salida del estado de minoría de edad que representa para Kant la Ilustración, conlleva, necesariamente la crítica racional de la religión y la depuración de los elementos mitológicos, supersticiosos e infantiles de la fe eclesiástica.

El Papa muestra como el cristianismo es fundamental para el pleno desarrollo de las sociedades y que su total olvido o ausencia significaría entrar en una vereda que sólo podría llevarnos a un perverso final. No niega el valor de la Ilustración, ni el uso público de la racionalidad, ni el espíritu de emancipación y de crítica que definen a la Modernidad. Sin embargo, afirma que también el espíritu ilustrado debe someterse a autocrítica para alcanzar su plena madurez, sopena de incurrir en el relativismo.

Marx (1818-1883), ha sido otro de los grandes padres de la modernidad. Propone una apuesta por la justicia y por la igualdad, así como también ofrece agudos análisis sobre la situación de la clase proletaria. Propone como vía de solución a los grandes conflictos sociales el materialismo histórico y dialéctico.

Dice Benedicto XVI sobre el particular que Marx indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía simplemente que, con la expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. Pero su error está más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y olvidado su libertad. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo desde fuera, creando condiciones económicas favorables.

Theodor W. Adorno (1903-1969), autor de la Dialéctica negativa. Critica con vehemencia el proceso de la Ilustración y denuncia la metamorfosis de la razón moderna en razón instrumental. Dicho llanamente, consideran que el destino final del proceso de emancipación moderno y de los ideales ilustrados son los campos de exterminio nazis. En definitiva, constatan, con gravedad, el fracaso la razón humana y de la ciencia en particular para liberar el corazón del ser humano de las tinieblas. El desarrollo de la ciencia, de la educación y de la tecnología no sólo no ha evitado la caída en el mal radical, sino que, además, la ha hecho posible.

Para el Papa, el error de Adorno es el pesimismo y la renuncia a toda imagen y, por tanto, excluye también la ‘imagen’ del Dios que ama. No obstante, siempre ha subrayado también esta dialéctica ‘negativa’ y ha afirmado que la justicia, una verdadera justicia, requeriría un mundo ‘en el cual no sólo fuera suprimido el sufrimiento presente, sino también revocado lo que es irrevocablemente pasado’. Pero esto significaría -expresado en símbolos positivos y, por tanto, para él inapropiados- que no puede haber justicia sin resurrección de los muertos. Pero una tal perspectiva comportaría la resurrección de la carne, algo que es totalmente ajeno al idealismo, al reino del espíritu absoluto”.

Pocos pensadores han sabido leer con tanta destreza la modernidad. Benedicto XVI pasará a la historia como el Pontífice del diálogo sincero con su tiempo. El hombre que se dejó arropar por la Verdad y defenderla con su viva inteligencia iluminada por la fe.