LA CARIDAD: EJE DEL MAGISTERIO DE BENEDICTO XVI

En primer lugar quiero saludar a nuestro querido Obispo D. Joaquín María López de Andújar y a nuestro querido Obispo auxiliar D. José Rico Pavés, al director del Centro Diocesano de Teología, D. Rosé Ramón Velasco, a los que quiero expresar mi gratitud por esta preciosa encomienda que me ha permitido profundizar más en la riqueza del Magisterio Pontificio, saludo a los profesores, alumnos del Centro Diocesano de Teología y a todos los presentes.

Lo primero que tengo que decir es que la reflexión sobre la caridad ha ocupado el corazón y el eje de todo el legado que nos ha dejado Benedicto XVI como así lo ha mostrado el hecho de dedicarle explícitamente dos de las tres Encíclicas escritas: "Deus caritas est", y "Caritas in veritate", los mensajes dedicados en los constantes encuentros donde el Papa ha propuesto su rico magisterio. En todos ellos ha querido mostrar que: “el amor, partiendo del corazón de Dios y actuando a través del corazón del hombre, es la fuerza que renueva el mundo”

Por razones de brevedad voy a centrarme, de modo especial, en las dos Encíclicas citadas y en el último mensaje de Cuaresma, resaltando sólo algunas de sus ideas y afirmaciones.

La Carta Encíclica Deus Caritas est

El 25 de enero de 2005, en el primer año de su pontificado, firmaba su también primera Encíclica. Fue recibida con la expectación de creer que en ella se contendría la definición de su pontificado. Creemos que realmente ha sido así. A lo largo de estos casi 8 años ha penetrado con su clarividente inteligencia, y con el mayor aún poder de su amor, en el misterio de las entrañas de la Santísima Trinidad, que constituyen la definición misma del Amor Absoluto, y por tanto en el misterio de quien ha sido hecho a su imagen y semejanza, desvelando al hombre la esencia de su ser y la consistencia de su obrar.

Inmersos en pleno año de la Fe, esta Carta muestra el estrecho vínculo entre la fe y la caridad. Arranca mostrándonos cuál es el secreto de nuestra Fe: no viene por transmisión de una verdad teórica, sino que se ha producido en nosotros el acontecimiento del encuentro con la Persona de Cristo. En el conocimiento de Su Amor se nos ha revelado el secreto de la intimidad de Dios: Dios es amor, y por eso somos cristianos y eso es lo que quería mostrar  el Papa que: “El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica” .

“Deus Caritas est” tiene dos partes que corresponden a los dos aspectos de la caridad: su significado y su aplicación práctica. El amor es la esencia de Dios mismo, es el sentido de la creación y de la historia, es luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por decirlo así el “estilo” de Dios y del creyente; es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En Jesucristo estos dos aspectos forman una unidad perfecta; él es el Amor encarnado. Este Amor se nos reveló plenamente en Cristo crucificado. Al contemplarlo, podemos confesar con el apóstol san Juan « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1Jn 4, 16, Deus Caritas est 1).

Esta sería la quintaesencia de la Encíclica resumida por el propio Pontífice. Adentrarse en su análisis es una maravilla porque consigue mostrar la grandeza del amor tal como Dios lo ha revelado en Él y en la creación, desmontando muchos prejuicios y críticas que se hacen desde la lógica del mundo.

Porque se entiende el amor humano sólo como un sentimiento, o atracción que nos aparece con fascinación, como eros envuelto en promesa de feliz disfrute, la sociedad se revela ante un cristianismo que parece exhibir una moral aguafiestas con sus prohibiciones. Sin embargo, el amor cristiano lejos de destruir al eros, lo purifica, para que alcance su verdadera grandeza (su divinización, sólo conseguiría de nosotros degradarnos en mera instintividad, cuando no en ser objeto de mercancía si el eros se reduce a mero sexo). Lo importante es que el eros madure ajustándose a nuestra auténtica estructura antropológica que une indisolublemente lo espiritual y lo corporal. Esta maduración permite adentrarse en una experiencia del amor que la Revelación muestra como ágape, donde se da el descubrimiento del otro en la profundidad y totalidad de su persona, superando el egocentrismo, y aportando auténtica alegría: “Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca”, alcanzando un amor que abarca la existencia entera con exclusividad y vocación de eternidad.

Así muestra esta Encíclica el camino de purificación y maduración necesaria para que la verdadera promesa del eros pueda cumplirse, a través de esta educación de la castidad que no es otra cosa que verdadera educación en la totalidad y grandeza del amor.

Pero este camino del amor pleno y auténtico no se puede ejercer sin haberlo experimentado primero. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34), porque en su muerte se dona a sí mismo como nuevo maná que nos une a Él y participando de la Eucaristía nos implicamos en su misma dinámica de donación y nos unimos a todos por los que Él se ha donado, convirtiéndonos así en un solo cuerpo.

En la segunda parte de la Encíclica muestra como la actividad caritativa debe reflejar el amor trinitario y por ello es tarea irrenunciable de toda la comunidad eclesial. Así emergió en la Iglesia primitiva la “diaconía” como servicio del amor al prójimo ejercido de modo comunitario y de forma ordenada, junto al anuncio de la Palabra de Dios (“kerygma-martyria”) y la celebración de los sacramentos (“leiturgia”), tareas que se necesitan mutuamente y no pueden separarse una de otra.

Benedicto XVI afronta una respuesta seria a la crítica marxista contra la actividad caritativa de la Iglesia queriéndola contraponer con la justicia, alegando que sería mejor luchar por la justicia, haciendo superflua la caridad.

La reflexión de la Encíclica sitúa los cometidos que tienen los distintos Estamentos. La creación de un orden justo de la sociedad y del Estado es la tarea central de la política, por tanto no puede ser el cometido inmediato de la Iglesia. La doctrina social católica pretende simplemente purificar e iluminar la razón, ofreciendo su propia contribución a la formación de las conciencias, de manera que las verdaderas exigencias de la justicia puedan ser percibidas, reconocidas y también realizadas. Es tarea de la Iglesia curar la razón y reforzar la voluntad por hacer el bien, no hacer política. Por otra parte, la justicia nunca hará superfluo el amor porque el hombre necesita algo más que justicia, necesita amor, que es el alma de la justicia.

Asimismo, es importante que la actividad caritativa de la Iglesia no pierda su propia identidad, disolviéndose en la organización asistencial común. Por ello debe basarse en una fuerte vida espiritual de encuentro con Cristo y participación del don de sí que nos hace en la Eucaristía, y por ello también es tan importante la oración que, además, previene del activismo. El que ora no desperdicia su tiempo, aunque la situación parezca empujar únicamente a la acción, busca –con el ejemplo de María y de los Santos- alcanzar en Dios la luz y la fuerza del amor que vence toda oscuridad y egoísmo presente en el mundo.

Este final de Deus Caritas est parece hoy un preanuncio del sentido que ha dado al final de su pontificado, además de expresar el eje programático que daba a su misión. Ha elegido sostener la caridad de la Iglesia, seguir sirviéndola en la perfecta humildad de la oración. Y como a María este don no le será arrebatado y nos conseguirá todas las gracias que necesitamos.

La Caridad en la verdad

El 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo, Benedicto XVI nos dedicó su tercera encíclica que habla expresamente de la Caridad, la tituló “Caritas in veritate”: La Caridad en la verdad, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.

El Papa, contra el pesimismo reinante, compartió en esta Encíclica la convicción profundamente positiva de la Doctrina social de la Iglesia sobre la posibilidad de que la libertad humana enderece la historia, para lo cual es necesario penetrar en la verdad del amor, pues sin verdad, el amor se reduce a sentimentalismo. Sólo en la verdad, resplandece la caridad. La iglesia no pretende dar soluciones, técnicas, pero sí, iluminar todo desde la fe porque la razón necesita ser purificada por la fe: “la caridad está llena de verdad y puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza y valores, compartida y comunicada”. La verdad es “logos”, que crea “dia-logos”, es decir, comunicación y comunión”, abre y une la inteligencia de los seres humanos en el amor.

Caritas in veritate aporta una visión del desarrollo humano auténticamente integral (no sólo económico y tecnológico) desde una antropología inspirada en el misterio del Amor trinitario. En la Trinidad, el Amor es poner todo en común, hasta la identidad de la esencia y de la vida, al mismo tiempo que se realiza la custodia perfecta de cada persona. Esta perfección de unidad se corresponde con su fecundidad. De este paradigma trinitario nace una implicación antropológica y social muy clara. El don de sí debe ser permitido y ofrecido como elemento clave en la vida social y económica. La experiencia del don, no es reconocida en la esfera pública “debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (…) pero el desarrollo, (…) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, y esto puede renovar  y cambiar la lógica mercantil que debe estar ordenada a la consecución del bien común. Hacen falta “formas de economía solidaria” y “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.“Las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material”. Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”.

El Santo Padre analiza la clave de construcción de toda política, sea en asuntos económicos, como internacionales, tecnológicos, fundamentado en una antropología relacional”. Se trata de garantizar una sociedad al servicio del hombre y éste definido no por una autonomía individualista, sino por su relación constitutiva con Dios y su apertura relacional con los demás: “El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad, pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”, por ello “La economía tiene necesidad (…) de una ética amiga de la persona”. El fenómeno de la globalización, no se debe entender solo como “un proceso socio-económico”(…). La globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (…) y capaz de corregir sus disfunciones”.

En contraposición, Benedicto XVI advierte que “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”
Asimismo, evidencia que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” y afirma que “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”.
Gobierno y organismos internacionales no pueden olvidar “la objetividad y la indisponibilidad” de los derechos”. A este respecto, se detiene en las problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico. Reafirma que la sexualidad no se puede “reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico”.

Los Estados están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia. De ahí la importancia del papel de las religiones para el desarrollo integral, el Pontífice reitera que “la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política “.

 Respecto a la técnica también tiene que estar a favor del hombre y del bien común, no puede tener una “libertad absoluta”. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser”. “El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común”.

El campo primario “de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética”, explica el Papa, y añade: “La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se convierte en “cuestión antropológica”. La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, “son promovidas por la cultura actual”, que “cree haber desvelado todo misterio” y puede llevar a “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.

“El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano. Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil –en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos–, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento”.

Por eso, explica, “el desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor (…) El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz”, concluye.

Como puede verse, de nuevo la oración es lo que garantiza la conversión del corazón a la lógica del Evangelio y procura desde ahí el auténtico ejercicio de la caridad.

Me parece oportuno terminar mencionando sucintamente las cuatro principales afirmaciones que nos ha legado Benedicto XVI en su mensaje para la cuaresma 2013 porque corona el vínculo de la caridad con la fe en este reto evangelizador al que ha impulsado a toda la iglesia:

1. La fe como respuesta al amor de Dios
En el marco del Año de la fe, el Santo Padre nos ofreció una preciosa reflexión sobre la relación entre fe y caridad en perfecta continuidad con su primera Encíclica Deus caritas est en la que claramente nos expuso que la fe proviene de haber experimentado que Dios nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), fruto de un Encuentro vivo con Cristo, lo que suscita la respuesta de nuestro amor al Amor.

2. La caridad como vida en la fe
“El sí de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia le da pleno sentido” “con la fe se entra en la amistad con el Señor” y con la caridad se vive y se cultiva esta amistad”.

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad
La fe y la caridad tienen un lazo indisoluble, por ello hay que rehuir tanto la fe sin obras, cayendo en un fideísmo estéril como pensar que las obras pueden sustituir la fe y caer así en un activismo moralista alejado del encuentro con Dios. A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». “Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana”.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad
“La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella”.

MUCHÍSIMAS GRACIAS, SANTO PADRE, POR SU VIDA ENTREGADA A PONER SOBRE EL CANDELERO LA LUZ DEL AMOR DE DIOS PARA QUE ALUMBRE A LA HUMANIDAD, A CUYO SERVICIO SE RETIRA PARA GANARNOS DEL TODO PARA ÉL.