El sábado 15 de febrero se celebra la primera Jornada de Formación del Aula de Teología desde el Corazón de Cristo, que lleva por título “El Corazón de Cristo, en el año diocesano de la Esperanza” para profundizar en la teología y espiritualidad del Corazón de Jesús y darla a conocer al hombre de nuestro tiempo.
Lugar:
Parroquia Santa Maravillas de Jesús, de Getafe,
De 9:30h hasta las 20.00 h
Es necesario inscribirse a través del teléfono 91 696 17 65 o enviando la hoja de inscripción a
Los niños tendrán una convivencia que les ayudará a entusiasmarse con el Corazón de Jesús.
Hoja de Inscripción Cartel Folleto Oficial Horario de la Jornada
Descarga aquí: Creer para entender. Apuntes sobre la exégesis patrística de Is 7,9 (s. LXX) - José Rico Pavés
LA CARIDAD: EJE DEL MAGISTERIO DE BENEDICTO XVI
En primer lugar quiero saludar a nuestro querido Obispo D. Joaquín María López de Andújar y a nuestro querido Obispo auxiliar D. José Rico Pavés, al director del Centro Diocesano de Teología, D. Rosé Ramón Velasco, a los que quiero expresar mi gratitud por esta preciosa encomienda que me ha permitido profundizar más en la riqueza del Magisterio Pontificio, saludo a los profesores, alumnos del Centro Diocesano de Teología y a todos los presentes.
Lo primero que tengo que decir es que la reflexión sobre la caridad ha ocupado el corazón y el eje de todo el legado que nos ha dejado Benedicto XVI como así lo ha mostrado el hecho de dedicarle explícitamente dos de las tres Encíclicas escritas: "Deus caritas est", y "Caritas in veritate", los mensajes dedicados en los constantes encuentros donde el Papa ha propuesto su rico magisterio. En todos ellos ha querido mostrar que: “el amor, partiendo del corazón de Dios y actuando a través del corazón del hombre, es la fuerza que renueva el mundo”
Por razones de brevedad voy a centrarme, de modo especial, en las dos Encíclicas citadas y en el último mensaje de Cuaresma, resaltando sólo algunas de sus ideas y afirmaciones.
La Carta Encíclica Deus Caritas est
El 25 de enero de 2005, en el primer año de su pontificado, firmaba su también primera Encíclica. Fue recibida con la expectación de creer que en ella se contendría la definición de su pontificado. Creemos que realmente ha sido así. A lo largo de estos casi 8 años ha penetrado con su clarividente inteligencia, y con el mayor aún poder de su amor, en el misterio de las entrañas de la Santísima Trinidad, que constituyen la definición misma del Amor Absoluto, y por tanto en el misterio de quien ha sido hecho a su imagen y semejanza, desvelando al hombre la esencia de su ser y la consistencia de su obrar.
Inmersos en pleno año de la Fe, esta Carta muestra el estrecho vínculo entre la fe y la caridad. Arranca mostrándonos cuál es el secreto de nuestra Fe: no viene por transmisión de una verdad teórica, sino que se ha producido en nosotros el acontecimiento del encuentro con la Persona de Cristo. En el conocimiento de Su Amor se nos ha revelado el secreto de la intimidad de Dios: Dios es amor, y por eso somos cristianos y eso es lo que quería mostrar el Papa que: “El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica” .
“Deus Caritas est” tiene dos partes que corresponden a los dos aspectos de la caridad: su significado y su aplicación práctica. El amor es la esencia de Dios mismo, es el sentido de la creación y de la historia, es luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por decirlo así el “estilo” de Dios y del creyente; es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En Jesucristo estos dos aspectos forman una unidad perfecta; él es el Amor encarnado. Este Amor se nos reveló plenamente en Cristo crucificado. Al contemplarlo, podemos confesar con el apóstol san Juan « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1Jn 4, 16, Deus Caritas est 1).
Esta sería la quintaesencia de la Encíclica resumida por el propio Pontífice. Adentrarse en su análisis es una maravilla porque consigue mostrar la grandeza del amor tal como Dios lo ha revelado en Él y en la creación, desmontando muchos prejuicios y críticas que se hacen desde la lógica del mundo.
Porque se entiende el amor humano sólo como un sentimiento, o atracción que nos aparece con fascinación, como eros envuelto en promesa de feliz disfrute, la sociedad se revela ante un cristianismo que parece exhibir una moral aguafiestas con sus prohibiciones. Sin embargo, el amor cristiano lejos de destruir al eros, lo purifica, para que alcance su verdadera grandeza (su divinización, sólo conseguiría de nosotros degradarnos en mera instintividad, cuando no en ser objeto de mercancía si el eros se reduce a mero sexo). Lo importante es que el eros madure ajustándose a nuestra auténtica estructura antropológica que une indisolublemente lo espiritual y lo corporal. Esta maduración permite adentrarse en una experiencia del amor que la Revelación muestra como ágape, donde se da el descubrimiento del otro en la profundidad y totalidad de su persona, superando el egocentrismo, y aportando auténtica alegría: “Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca”, alcanzando un amor que abarca la existencia entera con exclusividad y vocación de eternidad.
Así muestra esta Encíclica el camino de purificación y maduración necesaria para que la verdadera promesa del eros pueda cumplirse, a través de esta educación de la castidad que no es otra cosa que verdadera educación en la totalidad y grandeza del amor.
Pero este camino del amor pleno y auténtico no se puede ejercer sin haberlo experimentado primero. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34), porque en su muerte se dona a sí mismo como nuevo maná que nos une a Él y participando de la Eucaristía nos implicamos en su misma dinámica de donación y nos unimos a todos por los que Él se ha donado, convirtiéndonos así en un solo cuerpo.
En la segunda parte de la Encíclica muestra como la actividad caritativa debe reflejar el amor trinitario y por ello es tarea irrenunciable de toda la comunidad eclesial. Así emergió en la Iglesia primitiva la “diaconía” como servicio del amor al prójimo ejercido de modo comunitario y de forma ordenada, junto al anuncio de la Palabra de Dios (“kerygma-martyria”) y la celebración de los sacramentos (“leiturgia”), tareas que se necesitan mutuamente y no pueden separarse una de otra.
Benedicto XVI afronta una respuesta seria a la crítica marxista contra la actividad caritativa de la Iglesia queriéndola contraponer con la justicia, alegando que sería mejor luchar por la justicia, haciendo superflua la caridad.
La reflexión de la Encíclica sitúa los cometidos que tienen los distintos Estamentos. La creación de un orden justo de la sociedad y del Estado es la tarea central de la política, por tanto no puede ser el cometido inmediato de la Iglesia. La doctrina social católica pretende simplemente purificar e iluminar la razón, ofreciendo su propia contribución a la formación de las conciencias, de manera que las verdaderas exigencias de la justicia puedan ser percibidas, reconocidas y también realizadas. Es tarea de la Iglesia curar la razón y reforzar la voluntad por hacer el bien, no hacer política. Por otra parte, la justicia nunca hará superfluo el amor porque el hombre necesita algo más que justicia, necesita amor, que es el alma de la justicia.
Asimismo, es importante que la actividad caritativa de la Iglesia no pierda su propia identidad, disolviéndose en la organización asistencial común. Por ello debe basarse en una fuerte vida espiritual de encuentro con Cristo y participación del don de sí que nos hace en la Eucaristía, y por ello también es tan importante la oración que, además, previene del activismo. El que ora no desperdicia su tiempo, aunque la situación parezca empujar únicamente a la acción, busca –con el ejemplo de María y de los Santos- alcanzar en Dios la luz y la fuerza del amor que vence toda oscuridad y egoísmo presente en el mundo.
Este final de Deus Caritas est parece hoy un preanuncio del sentido que ha dado al final de su pontificado, además de expresar el eje programático que daba a su misión. Ha elegido sostener la caridad de la Iglesia, seguir sirviéndola en la perfecta humildad de la oración. Y como a María este don no le será arrebatado y nos conseguirá todas las gracias que necesitamos.
La Caridad en la verdad
El 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo, Benedicto XVI nos dedicó su tercera encíclica que habla expresamente de la Caridad, la tituló “Caritas in veritate”: La Caridad en la verdad, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.
El Papa, contra el pesimismo reinante, compartió en esta Encíclica la convicción profundamente positiva de la Doctrina social de la Iglesia sobre la posibilidad de que la libertad humana enderece la historia, para lo cual es necesario penetrar en la verdad del amor, pues sin verdad, el amor se reduce a sentimentalismo. Sólo en la verdad, resplandece la caridad. La iglesia no pretende dar soluciones, técnicas, pero sí, iluminar todo desde la fe porque la razón necesita ser purificada por la fe: “la caridad está llena de verdad y puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza y valores, compartida y comunicada”. La verdad es “logos”, que crea “dia-logos”, es decir, comunicación y comunión”, abre y une la inteligencia de los seres humanos en el amor.
Caritas in veritate aporta una visión del desarrollo humano auténticamente integral (no sólo económico y tecnológico) desde una antropología inspirada en el misterio del Amor trinitario. En la Trinidad, el Amor es poner todo en común, hasta la identidad de la esencia y de la vida, al mismo tiempo que se realiza la custodia perfecta de cada persona. Esta perfección de unidad se corresponde con su fecundidad. De este paradigma trinitario nace una implicación antropológica y social muy clara. El don de sí debe ser permitido y ofrecido como elemento clave en la vida social y económica. La experiencia del don, no es reconocida en la esfera pública “debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (…) pero el desarrollo, (…) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, y esto puede renovar y cambiar la lógica mercantil que debe estar ordenada a la consecución del bien común. Hacen falta “formas de economía solidaria” y “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.“Las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material”. Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”.
El Santo Padre analiza la clave de construcción de toda política, sea en asuntos económicos, como internacionales, tecnológicos, fundamentado en una antropología relacional”. Se trata de garantizar una sociedad al servicio del hombre y éste definido no por una autonomía individualista, sino por su relación constitutiva con Dios y su apertura relacional con los demás: “El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad, pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”, por ello “La economía tiene necesidad (…) de una ética amiga de la persona”. El fenómeno de la globalización, no se debe entender solo como “un proceso socio-económico”(…). La globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (…) y capaz de corregir sus disfunciones”.
En contraposición, Benedicto XVI advierte que “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”
Asimismo, evidencia que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” y afirma que “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”.
Gobierno y organismos internacionales no pueden olvidar “la objetividad y la indisponibilidad” de los derechos”. A este respecto, se detiene en las problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico. Reafirma que la sexualidad no se puede “reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico”.
Los Estados están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia. De ahí la importancia del papel de las religiones para el desarrollo integral, el Pontífice reitera que “la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política “.
Respecto a la técnica también tiene que estar a favor del hombre y del bien común, no puede tener una “libertad absoluta”. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser”. “El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común”.
El campo primario “de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética”, explica el Papa, y añade: “La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se convierte en “cuestión antropológica”. La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, “son promovidas por la cultura actual”, que “cree haber desvelado todo misterio” y puede llevar a “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.
“El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano. Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil –en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos–, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento”.
Por eso, explica, “el desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor (…) El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz”, concluye.
Como puede verse, de nuevo la oración es lo que garantiza la conversión del corazón a la lógica del Evangelio y procura desde ahí el auténtico ejercicio de la caridad.
Me parece oportuno terminar mencionando sucintamente las cuatro principales afirmaciones que nos ha legado Benedicto XVI en su mensaje para la cuaresma 2013 porque corona el vínculo de la caridad con la fe en este reto evangelizador al que ha impulsado a toda la iglesia:
1. La fe como respuesta al amor de Dios
En el marco del Año de la fe, el Santo Padre nos ofreció una preciosa reflexión sobre la relación entre fe y caridad en perfecta continuidad con su primera Encíclica Deus caritas est en la que claramente nos expuso que la fe proviene de haber experimentado que Dios nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), fruto de un Encuentro vivo con Cristo, lo que suscita la respuesta de nuestro amor al Amor.
2. La caridad como vida en la fe
“El sí de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia le da pleno sentido” “con la fe se entra en la amistad con el Señor” y con la caridad se vive y se cultiva esta amistad”.
3. El lazo indisoluble entre fe y caridad
La fe y la caridad tienen un lazo indisoluble, por ello hay que rehuir tanto la fe sin obras, cayendo en un fideísmo estéril como pensar que las obras pueden sustituir la fe y caer así en un activismo moralista alejado del encuentro con Dios. A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». “Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana”.
4. Prioridad de la fe, primado de la caridad
“La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella”.
MUCHÍSIMAS GRACIAS, SANTO PADRE, POR SU VIDA ENTREGADA A PONER SOBRE EL CANDELERO LA LUZ DEL AMOR DE DIOS PARA QUE ALUMBRE A LA HUMANIDAD, A CUYO SERVICIO SE RETIRA PARA GANARNOS DEL TODO PARA ÉL.
BENEDICTO XVI: DIÁLOGO CON LA MODERNIDAD
La modernidad podría definirse como el desarrollo cultural de los últimos cinco siglos. En el esfuerzo por dialogar con esta modernidad, el Papa emérito ha hecho especial hincapié en defender la unión inseparable entre la fe y la razón: la mutua colaboración entre teología, filosofía y ciencia, cada una desde su ámbito y con sentido de complementariedad. Por ello en esta comunicación destacaría dos aspectos: su deseo de defender la verdad contra el relativismo y su diálogo con los más grandes pensadores de la modernidad.
En el pensamiento del Papa emérito se busca superar el irracionalismo nietzscheano, la fragilidad del pensamiento débil, las consecuencias fatales de la sociedad líquida de Bauman. Por ello nos ofrece una gran confianza en el hombre que es capaz de conocer la verdad: tiene derecho a conocer la verdad. Es la verdad la que nos posee, es algo vivo. Nosotros no la poseemos, sino que somos aferrados por ella. Sólo permanecemos en ella si nos dejamos guiar y mover por ella; sólo está en nosotros y para nosotros si somos, con ella y en ella, peregrinos de la verdad. (Cf. Homilía en Castelgandolfo, 2 de septiembre de 2012). Desde esta perspectiva, considera la razón, compatible con la religión; es más, ambas pueden curarse de sus «respectivas patologías», dijo en 2004 ante Jürgen Habermas. La razón puede evitar que la religión caiga en el fanatismo y el fundamentalismo. La religión puede impedir que la razón engendre monstruos como Auschwitz. Eso sí, hace falta una razón abierta («ampliada» dijo en Ratisbona) a otras dimensiones de la vida como el amor, el arte, la ética o la religión. Razón y corazón a la vez y, por tanto, verdad y amor, tal como reza el título de su encíclica social.
Siendo cardenal, la homilía de la Eucaristía del precónclave giró en torno a la dictadura del relativismo. Esta misma idea la expresó en múltiples ocasiones anteriores: «El relativismo se ha convertido en el problema central de la fe en la hora actual. Sin duda, ya no se presenta tan sólo con su vestido de resignación ante la inmensidad de la verdad, sino también como una posición definida positivamente por los conceptos de tolerancia, conocimiento dialógico y libertad, conceptos que quedarían limitados si se afirmara la existencia de una verdad válida para todos. A su vez, el relativismo aparece como fundamentación filosófica de la democracia. Una sociedad liberal sería, pues, una sociedad relativista; sólo con esta condición podría permanecer libre y abierta al futuro». (Conferencia en Guadalajara, 1996). Por ello el Papa emérito defiende que las certezas construyen una fe fuerte que deriva en una profunda espiritualidad, la cual alimenta una pastoral de la Verdad.
Esta misma visión está en el fondo de su famoso discurso de Ratisbona (12 de septiembre 2006), del que podemos destacar algunos aspectos de la postura del Papa:
1. El Papa confía en la razón occidental (griega) y la toma, de algún modo, como referencia universal, como si formara parte de los “preambula fidei”. Eso le hace desconfiar de otros acercamientos que, a su juicio, serían menos racionales.
2. El Papa parece rechazar los diversos “juegos de la razón”, es decir, los diversos modelos de racionalidad que formuló hace tiempo Wittgenstein hablar de los diferentes juegos/modelos de lenguaje y racionalidad. A los ojos del Papa habría una racionalidad modélica (que sería la occidental).
3. Esa racionalidad habría sido formulada por los filósofos y teólogos medievales, en un camino que ha culminado en la buena Ilustración; por eso, la post-ilustración, que implicaría una dispersión de razones estaría equivocada
4. El misterio de la creación. La ecología y el respeto a la naturaleza han de estar unidos con su propio origen: la creación. Son buenos porque han salido de la mano de Dios. La naturaleza (también la nuestra) puede ser conocida además por la conciencia de cualquier persona, creyente o no. Esta puede ser una privilegiada plataforma común de diálogo entre culturas y religiones. En este ámbito resalta también la continua defensa de la dignidad del hombre por ser creado por Dios a su imagen y semejanza.
4. Las religiones orientales correrían el riesgo de caer en vacío, más allá de la racionalidad.
5. Por su parte, el Islam, que no ha realizado el camino racional de Occidente, correría el riesgo de un irracionalismo fanático.
En su diálogo con la modernidad también ha propuesto nuevas líneas de actuación en su encíclica Caritas in Veritate (2009), donde expone y despliega su visión del orden global, que debería estar regido por una autoridad mundial, que sería, de algún modo, el complemente de la Iglesia Católica, entendida como autoridad mundial en línea religiosa: «Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la Arquitectura Económica y Financiera Internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres…Urge la presencia de una verdadera Autoridad Política Mundial» (Caritas in Veritate 67).
En ese esfuerzo por dialogar con la modernidad, quiero proponer, a modo de síntesis, el tratamiento que ha dado en la encíclica Spes Salvi a cuatro autores muy representativos del pensamiento.
Francis Bacon (1561-1626), es uno de los máximos representantes de la fe en el progreso científico y técnico. Bacon creía, realmente, que con el desarrollo de la ciencia y de la tecnología sería posible alcanzar una sociedad ideal en la tierra, una especie de paraíso, donde el ser humano podría dedicarse a tareas creativas y al cultivo del pensamiento.
El Papa no niega, de ningún modo, los alcances del progreso científico y técnico, ni niega el valor positivo que han tenido para mejorar la calidad de vida de las personas y de los pueblos, pero discute la ingenuidad de la fe en el progreso, la creencia de que el desarrollo científico y técnico pueda realmente colmar las aspiraciones trascendentes de la persona, el deseo de felicidad eterna que anida en ella. La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma. La salvación del ser humano no pasa, pues, por la ciencia, ni por la técnica. No morimos de lo mismo, pero seguimos muriendo. Seguimos sufriendo y necesitamos, como siempre hemos necesitado, de la consolatio. El progreso no garantiza la felicidad humana. Ningún artefacto tecnológico puede colmar la sed del corazón humano. Sólo la esperanza en un Dios-Amor puede dar plenitud a las aspiraciones del ser humano.
Kant (1724-1804), defiende la autonomía del ser humano frente al poder religioso y político y su capacidad para pensar por sí mismo y para buscar el pleno desarrollo de su ser y de la sociedad a través del uso público de la racionalidad. Kant constata que en el proceso de la Ilustración de los pueblos, la fe racional suplirá paulatinamente a la fe eclesiástica. La salida del estado de minoría de edad que representa para Kant la Ilustración, conlleva, necesariamente la crítica racional de la religión y la depuración de los elementos mitológicos, supersticiosos e infantiles de la fe eclesiástica.
El Papa muestra como el cristianismo es fundamental para el pleno desarrollo de las sociedades y que su total olvido o ausencia significaría entrar en una vereda que sólo podría llevarnos a un perverso final. No niega el valor de la Ilustración, ni el uso público de la racionalidad, ni el espíritu de emancipación y de crítica que definen a la Modernidad. Sin embargo, afirma que también el espíritu ilustrado debe someterse a autocrítica para alcanzar su plena madurez, sopena de incurrir en el relativismo.
Marx (1818-1883), ha sido otro de los grandes padres de la modernidad. Propone una apuesta por la justicia y por la igualdad, así como también ofrece agudos análisis sobre la situación de la clase proletaria. Propone como vía de solución a los grandes conflictos sociales el materialismo histórico y dialéctico.
Dice Benedicto XVI sobre el particular que Marx indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía simplemente que, con la expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. Pero su error está más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y olvidado su libertad. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo desde fuera, creando condiciones económicas favorables.
Theodor W. Adorno (1903-1969), autor de la Dialéctica negativa. Critica con vehemencia el proceso de la Ilustración y denuncia la metamorfosis de la razón moderna en razón instrumental. Dicho llanamente, consideran que el destino final del proceso de emancipación moderno y de los ideales ilustrados son los campos de exterminio nazis. En definitiva, constatan, con gravedad, el fracaso la razón humana y de la ciencia en particular para liberar el corazón del ser humano de las tinieblas. El desarrollo de la ciencia, de la educación y de la tecnología no sólo no ha evitado la caída en el mal radical, sino que, además, la ha hecho posible.
Para el Papa, el error de Adorno es el pesimismo y la renuncia a toda imagen y, por tanto, excluye también la ‘imagen’ del Dios que ama. No obstante, siempre ha subrayado también esta dialéctica ‘negativa’ y ha afirmado que la justicia, una verdadera justicia, requeriría un mundo ‘en el cual no sólo fuera suprimido el sufrimiento presente, sino también revocado lo que es irrevocablemente pasado’. Pero esto significaría -expresado en símbolos positivos y, por tanto, para él inapropiados- que no puede haber justicia sin resurrección de los muertos. Pero una tal perspectiva comportaría la resurrección de la carne, algo que es totalmente ajeno al idealismo, al reino del espíritu absoluto”.
Pocos pensadores han sabido leer con tanta destreza la modernidad. Benedicto XVI pasará a la historia como el Pontífice del diálogo sincero con su tiempo. El hombre que se dejó arropar por la Verdad y defenderla con su viva inteligencia iluminada por la fe.
LA LITURGIA: CELEBRACIÓN DE LA FE DE LA IGLESIA
Introducción
El Beato Juan Pablo II, el 15 de agosto de 1997, publicó la Carta Apostólica «LAETAMUR MAGNOPERE» por la que aprobaba la edición típica latina del Catecismo de la Iglesia Católica. Y la Constitución Apostólica «FIDEI DEPOSITUM» (11 de octubre de 1992) por la que promulgaba y establecía, después del Concilio Vaticano II, y con carácter de instrumento de derecho público, el Catecismo de la Iglesia Católica. En ella nos dice: “Tras la renovación de la Liturgia y el nuevo Código de Derecho Canónico de la Iglesia de la Iglesia latina y de los Cánones de las Iglesias Orientales Católicas, este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial, promovida y llevada a la práctica por el Concilio Vaticano II”.
Juan Pablo II, con motivo del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio hizo una convocatoria extraordinaria del Sínodo de los Obispos, fruto de éste, en 1985, confió a una comisión de 12 cardenales y obispos, presidida, por el entonces, Cardenal Joseph Ratzinger, la tarea de preparar un proyecto del Catecismo solicitado por los padres sinodales…
La estructura de este nuevo Catecismo es la siguiente: 1. LA PROFESIÓN DE LA FE (Lex credendi). 2. LOS SACRAMENTOS DE LA FE (Lex orandi). 3. LA VIDA SEGÚN LA FE (Lex vivendi). Y 4. La oración en la vida de la fe (sentido de la vida de oración en la vida del creyente)(1).
1. DEFINICIÓN DE LITURGIA EN EL VATICANO II, según Benedicto XVI (2)
“El concilio Vaticano II define la liturgia como «obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia» (3). La obra de Jesucristo se designa en el mismo texto como obra de redención que Cristo ha realizado especialmente a través del misterio pascual de su muerte, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. «Por este misterio, “con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida”»(4).
A primera vista, en estas dos frases, la expresión «obra de Cristo» parece utilizarse en dos sentidos diversos. Con «obra de Cristo» se designan primeramente las acciones históricas de salvación de Jesús, su muerte y su resurrección; por otra parte, se designa «obra de Cristo» la celebración de la liturgia. En realidad, ambos significados están indisolublemente unidos: el misterio pascual, la muerte y la resurrección, no son solo acontecimientos históricos exteriores. En la resurrección esto resulta muy claramente. La resurrección penetra en la historia, pero la trasciende en dos sentidos: no es la acción de un hombre sino de Dios, y conduce a Jesús, por eso mismo, más allá de la historia, a su lugar a la derecha del Padre. Pero tampoco la cruz es simplemente una acción humana. Lo meramente humano se encuentra en las personas que llevaron a Jesús a la cruz. Para el mismo Jesús, la cruz no es ante todo una acción, sino una pasión, pero una pasión que significa unirse con la voluntad de Dios -un hacerse uno cuyo dramatismo permite reconocer el relato del Huerto de los Olivos-(5). Así, la dimensión pasiva de ser entregado a la muerte es transformada en la dimensión activa del amor: la muerte se hace entrega de sí mismo al Padre por los hombres. De esta manera, el radio llega de nuevo también aquí, como en la resurrección, mucho más allá de lo meramente humano y mucho más allá de lo meramente puntual del ser clavado en la cruz y morir. El lenguaje de la fe ha llamado «misterio» a este plus sobre el momento meramente histórico, y ha resumido en la expresión «misterio pascual» el verdadero núcleo del evento de la salvación. Si, conforme a esto, podemos decir que el misterio pascual constituyó el núcleo de la «obra de Jesús», se pone ya de manifiesto la relación con la liturgia: justamente esta «obra de Jesús» es el verdadero contenido de la liturgia. En ella la «obra de Jesús» sigue penetrando en la historia a través de la fe y de la oración de la Iglesia. Así, en la liturgia se trascienden los diferentes momentos históricos para alcanzar el acto permanente divino-humano de la salvación. En ella Cristo es el verdadero sujeto portador; ella es obra de Cristo, pero él atrae en ella hacia sí la historia, la atrae justamente hacia el interior de aquel acto permanente que es el lugar de nuestra salvación.
Si volvemos una vez más al Vaticano II encontramos allí descrito en este conjunto de puntos de vista de la siguiente manera: «La liturgia, por medio de cual “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el sacrificio divino de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia» (6).
Benedicto XVI en su primera Exhortación apostólica SACRAMENTUN CARITATIS (7), al mencionar en la Introducción el Desarrollo del rito eucarístico, “Desde las diversas modalidades de los primeros siglos, que resplandecen aún en los ritos de las antiguas Iglesias de Oriente, hasta la difusión del Ritual romano; desde las indicaciones claras del Concilio de Trento y el Misal de san Pio V hasta la renovación litúrgica establecida por el Vaticano II: en cada etapa de la historia de la Iglesia, la celebración eucarística, como fuente y culmen de su vida y misión, resplandece en el rito litúrgico con toda su riqueza multiforme…”(8).
A continuación, el Papa nos habla del Sínodo de los Obispos dedicado a la Eucaristía y del Gran Jubileo de 2000, iniciado con el Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara (Méjico 2004)(9) y también de la Carta apostólica, de su predecesor, MANE NOBISCUM DOMINE (2004)(10), y a las valiosas sugerencias de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (2004). Cita también, en la introducción, la Encíclica de Juan Pablo II, ECCLESIA DE EUCHARISTIA (2003)(11), donde su antecesor, “nos ha dejado una segura referencia magisterial sobre la doctrina eucarística”
En los tres capítulos que constituyen Exhortación apostólica SACRAMENTUM CARITATIS, descubrimos de nuevo que reproduce el esquema fundamental de Catecismo de la Iglesia Católica:
1. EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER (Lex credendi). (12)
2. EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR (Lex orandi). (13)
3. EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR (Lex vivendi). (14)
En el inicio de la Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio” Porta fidei con la que se convoca el Año de la fe, nº 9, titulado “Intensificar la celebración de la fe en la liturgia y también el testimonio creíble de vida de los fieles”, leemos: Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción (Lex credendi), con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración (Lex orandi) de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza» (15). Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble (Lex vivendi). Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada (16), y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año. (11 de octubre de 2011).
La fe de la Iglesia (Lex credendi), la celebración litúrgica (Lex orandi), la vida de la Comunidad cristiana, forman parte de una auténtica unidad.
2. Joaquín Mª López de Andújar y Cánovas del Castillo. Llenos de amor por el hombre con la antorcha de Cristo en la mano. Gran Misión Diocesana, con motivo del 25 aniversario de la creación de la Diócesis de Getafe. Getafe, 11 de Diciembre 2012.
Con motivo del 25 aniversario de la creación de la Diócesis de Getafe, nuestro querido Obispo D. Joaquín María ha dirigido esta Carta Pastoral junto a unas Catequesis para el año de la fe, donde desde una manera sencilla y profunda nos ayuda a insertarnos cada día más en la vida de la Iglesia.
La Carta Pastoral tiene dos partes. En la primera, más breve, denominada: «Llenos de amor por el hombre», nos habla de la “Misión ad gentes”, a la que estamos invitados todos los Creyentes en Cristo, todos los Bautizados.
La segunda, titulada «Con la antorcha de Cristo en la mano», contiene dos grandes capítulos: I. PREPARACIÓN PARA LA MISIÓN. Y EL II. DESARROLLO DE LA MISIÓN. La carta finaliza proponiéndonos unas Conclusiones.
Me voy a parar en el capítulo I. PREPARACIÓN PARA LA MISIÓN, ya que en ella nos habla de “Intensificar la reflexión sobre la Fe” (Lex credendi); de “Vivir con mayor esplendor la Liturgia” (Lex Orandi); y de “Fortalecer el testimonio de la caridad” (Lex Vivendi); siguiendo el mismo esquema del Magisterio de la Iglesia, como hemos dicho antes.
Deteniéndonos en el punto 1.2. VIVIR CON MAYOR PROFUNDIDAD Y ESPLENDOR LA LITURGIA, leemos:
1.2. Vivir con mayor profundidad y esplendor la celebración de la fe.
En este Año de la Fe hemos de esforzarnos por cumplir el ardiente deseo de la Iglesia, manifestado en el Concilio Vaticano II, de llevar a todos los fieles a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, de forma que éstas sean la primera y más necesaria fuente en la que ellos puedan beber el espíritu verdaderamente cristiano (17). Vivir con mayor profundidad y esplendor la celebración de la fe, será la mejor preparación para la Misión.
Y para ello, siguiendo la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1136-1186), hemos de dar respuesta, en nuestras catequesis y planes de formación, a estas cuatro importantes cuestiones: quién celebra, cómo celebrar, cuándo celebrar, dónde celebrar.
1.2.1 Quién celebra.
La liturgia es acción del “Cristo total”: Cristo que es la Cabeza y la Iglesia que es su Cuerpo; y quienes celebran esta acción participan ya de la liturgia del Cielo, allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta (Cf. Apoc 4,2; 5,6; 22,1; 21,6). El Espíritu y la Iglesia nos hacen participar a cada cristiano, siempre que celebramos, en los sacramentos el Misterio de la Salvación en esta liturgia eterna.
Por tanto, es muy importante tener siempre en cuenta que cuando celebramos la fe es toda la Comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, quien celebra. Las acciones litúrgicas no son acciones privadas sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad, esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Así pues, estas acciones sagradas pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes y funciones (18).
De todo esto se deduce que «todos los miembros no tienen la misma función» (Rom 12,4). Algunos son llamados por Dios, en y por la Iglesia, a un servicio especial a la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el Señor en el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (19). El ministro ordenado es como el “icono” de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente la sacramentalidad de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar y, en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.
En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden. «Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la “schola cantorum”, desempeñan un auténtico ministerio litúrgico»(20). Así, en la celebración de los sacramentos, participa toda la asamblea, cada cual según su función, pero en la unidad del Espíritu que actúa en todos (21).
1.2.2. Cómo celebrar.
La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu, estos elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos que nos hacen recordar a Dios, se hacen portadores de la acción salvadora y santificadora de Cristo. Hemos de cuidar mucho estos signos, para que ellos mismos nos hablen de Dios y nos introduzcan en su misterio inefable.
Junto a los símbolos está la Palabra. La liturgia de la Palabra es parte esencial de la celebración. El sentido de la celebración es expresado por la Palabra de Dios, que es anunciada y por el compromiso de la fe, que responde a ella. Por ello, para nutrir la fe de los fieles, los signos de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra (leccionario o evangeliario), su veneración (procesión, incienso, luz), su lectura audible e inteligible, sin improvisar, hecha por lectores bien formados, la homilía del ministro bien preparada, que prolonga su proclamación, y las respuestas de la asamblea (aclamaciones, salmos responsoriales, letanías, confesiones de fe...), que nunca pueden ser sustituidos arbitrariamente por otras aclamaciones o cantos según nuestro gusto.
También el canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica. Serán criterios para un uso adecuado de ellos: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea y el carácter sagrado de la celebración.
Igualmente, las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el Misterio de Cristo y en el amor y veneración a la Virgen María y a todos los santos. Pongamos mucha atención, sentido religioso y buen gusto a la hora de elegir nuestras imágenes (22).
1.2.3. Cuándo celebrar.
El Domingo es el “día del Señor”, es el día principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día de la Resurrección. Es el día de la asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y del descanso del trabajo. Él es fundamento y núcleo de todo el Año Litúrgico (23). Tenemos que seguir fomentando con insistencia, en nuestras catequesis y planes de formación, en la importancia de la Misa dominical, esencial para vivir nuestra fe, destacando especialmente la Misa en familia.
También hay que señalar la importancia del Año Litúrgico. La Iglesia a lo largo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor (24). Y, haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la Santa Madre de Dios, seguida de los apóstoles, los mártires y los otros santos, en días fijos del Año Litúrgico, la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del cielo, alaba a Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros glorificados y nos estimula con su ejemplo en el camino hacia el Padre.
Finalmente, tenemos que dar gracias a Dios por el número, cada vez mayor de fieles, especialmente jóvenes, que se unen a la oración de la Iglesia en la Liturgia de las Horas. De esta manera se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos, de los cánticos y de las bendiciones y por la meditación de la Palabra de Dios, para asociarse a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu sobre el mundo entero (25).
Y también hemos de resaltar la importancia del Santo Rosario que, gracias a Dios, sigue siendo práctica habitual en muchas familias.
1.2.4 Dónde celebrar.
Cristo es el verdadero Templo de Dios, el “lugar donde reside su Gloria”. Y, por la gracia de Dios, los cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia.
Sin embargo, la Iglesia, en su condición terrena, tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse: nuestros templos visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad Santa, la Jerusalén celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.
Nuestra Diócesis está haciendo un extraordinario esfuerzo para que todos los nuevos barrios y urbanizaciones tengan su parroquia y que todas las parroquias tengan su templo. Cuidemos nuestros templos y sigamos ayudándonos unos a otros en la construcción de los nuevos, para que en ellos la Iglesia pueda celebrar el culto público para gloria de la Santísima Trinidad, pueda escuchar la Palabra de Dios y cantar sus alabanzas, pueda elevar su oración y ofrecer el Sacrificio de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la asamblea (26).
APÉNDICES
1. ENCUENTRO CON LOS PÁRROCOS Y EL CLERO DE ROMA. DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI. Sala Pablo VI. Jueves 14 de febrero 2013.
2. DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL INSTITUTO LITÚRGICO PONTIFICIO SAN ANSELMO. Sala Clementina, Viernes 6 de mayo de 2011.
ENCUENTRO CON LOS PÁRROCOS Y EL CLERO DE ROMA
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Sala Pablo VI
Jueves 14 de febrero 2013
“Tras la Primera Guerra Mundial, había ido creciendo precisamente en Europa Central y Occidental el movimiento litúrgico, un redescubrimiento de la riqueza y profundidad de la liturgia, que hasta entonces estaba casi encerrada en el Misal Romano del sacerdote, mientras que el pueblo rezaba con sus propios libros de oraciones, compuestos según el corazón de la gente; se trataba de este modo de traducir el alto contenido, el lenguaje elevado de la liturgia clásica, en palabras más emotivas, más cercanas al corazón del pueblo. Pero eran como dos liturgias paralelas: el sacerdote con los monaguillos, que celebraba la Misa según el Misal, y al mismo tiempo los laicos, que rezaban en la Misa con sus libros de oración, sabiendo básicamente lo que se hacía en el altar. Pero ahora se había redescubierto precisamente la belleza, la profundidad, la riqueza histórica, humana y espiritual del Misal, y la necesidad de que no fuera sólo un representante del pueblo, un pequeño monaguillo, el que dijera: «Et cum spiritu tuo»..., sino que hubiera realmente un diálogo entre el sacerdote y el pueblo; que la liturgia del altar y la liturgia de la gente fuera realmente una única liturgia, una participación activa; que la riqueza llegara al pueblo. Y así la liturgia se ha redescubierto, se ha renovado.
Ahora, en retrospectiva, creo que fue muy acertado comenzar por la liturgia. Así se manifiesta la primacía de Dios, la primacía de la adoración: «Operi Dei nihil praeponatur». Esta sentencia de la Regla de san Benito (cf. 43,3) aparece así como la suprema regla del Concilio. Alguno criticaba que el Concilio hablara de muchas cosas, pero no de Dios. Pero sí que habló de Dios. Y su primer y sustancial acto fue hablar de Dios y abrir a todos, al pueblo santo por entero, a la adoración de Dios en la celebración común de la liturgia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En este sentido, más allá de los aspectos prácticos que desaconsejaban iniciar de inmediato con temas polémicos, digamos que fue realmente providencial el que en los comienzos del Concilio estuviera la liturgia, estuviera Dios, estuviera la adoración. No quisiera entrar ahora en los detalles de la discusión, pero siempre vale la pena volver, más allá de las aplicaciones prácticas, al Concilio mismo, a su profundidad y a sus ideas esenciales.
Diría que había varias: sobre todo el Misterio pascual como centro del ser cristiano, y por tanto de la vida cristiana, del año, del tiempo cristiano, expresado en el tiempo pascual y en el domingo, que siempre es el día de la Resurrección. Siempre recomenzamos nuestro tiempo con la Resurrección, con el encuentro con el Resucitado y, a partir del encuentro con el Resucitado, vamos al mundo. En este sentido, es una pena que actualmente el domingo se haya transformado en el fin de semana, cuando es la primera jornada, es el inicio; interiormente debemos tener presente esto: que es el inicio, el inicio de la Creación, el inicio de la recreación en la Iglesia, encuentro con el Creador y con Cristo Resucitado. También este doble contenido del domingo es importante: es el primer día, o sea, fiesta de la Creación: estamos en el fundamento de la Creación, creemos en el Dios Creador; y es encuentro con el Resucitado, que renueva la Creación; su verdadero objetivo es crear un mundo que sea respuesta al amor de Dios.
También había algunos principios: la inteligibilidad, en lugar de quedar encerrados en una lengua desconocida, no hablada, y también la participación activa. Lamentablemente, estos principios también se han malentendido. Inteligibilidad no quiere decir banalidad, porque los grandes textos de la liturgia —aunque se hablen, gracias a Dios, en lengua materna— no son fácilmente inteligibles; necesitan una formación permanente del cristiano para que crezca y entre cada vez con mayor profundidad en el misterio y así pueda comprender. Y también la Palabra de Dios. Cuando pienso día tras día en la lectura del Antiguo Testamento, y también en la lectura de las epístolas paulinas, de los evangelios, ¿quién podría decir que entiende inmediatamente sólo porque está en su propia lengua? Sólo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una participación que es más que una actividad exterior, que es un entrar de la persona, de mi ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo”.
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL INSTITUTO LITÚRGICO PONTIFICIO SAN ANSELMO
Sala Clementina, Viernes 6 de mayo de 2011
“La liturgia más como un objeto por reformar que como un sujeto capaz de renovar la vida cristiana, dado que «existe, en efecto, un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia. La Iglesia (...) saca de la liturgia las fuerzas para la vida». Nos lo recuerda el beato Juan Pablo II en la Vicesimus quintus annus (n. 4), donde la liturgia se presenta como el corazón palpitante de toda actividad eclesial. Y el siervo de Dios Pablo VI, refiriéndose al culto de la Iglesia, con una expresión sintética afirmaba: «De la lex credendi pasamos a la lex orandi, y esta nos lleva a la lux operandi et vivendi» (Discurso en la ceremonia de la ofrenda de los cirios, 2 de febrero de 1970: L’Osservatore Romano, 8 de febrero de 1970, p. 4).
La liturgia, culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de la que brota su virtud (cf. Sacrosanctum Concilium, 10), con su universo celebrativo se convierte así en la gran educadora en la primacía de la fe y de la gracia. La liturgia, testigo privilegiado de la Tradición viva de la Iglesia, fiel a su misión original de revelar y hacer presente en el hodie de las vicisitudes humanas la opus Redemptionis, vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio, lúcidamente explicitada por la constitución conciliar en el número 23. Con estos dos términos, los padres conciliares quisieron expresar su programa de reforma, en equilibrio con la gran tradición litúrgica del pasado y el futuro. No pocas veces se contrapone de manera torpe tradición y progreso. En realidad, los dos conceptos se integran: la tradición es una realidad viva y por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso. Es como decir que el río de la tradición lleva en sí también su fuente y tiende hacia la desembocadura”.
Getafe, 13 de marzo de 2013
Conmemoración de las Santas Perpetua y Felicidad
Jesús Enrique García Rivas
Delegado Episcopal de Liturgia
1. Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Asociación de Coeditores del Catecismo, Libreria Editrice Vaticana, Bilbao 2005. (Editio Typica latina, 15 de agosto de 1997).
2. Joseph Razinger, Obras completas XI, Teologia de la liturgia. La fundamentación sacramental de la existencia cristiana. BAC, Madrid 2012, pp. 483-484.
3. SC 7; cf. CEC 1070.
4. SC 5; cf. CEC 1067
5. Véase François-Marie LÉTHEL, Théologie de l´agonie du Chist (Paris 1979)
6. SC 2; cf. CEC 1068.
7. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis. Sobre la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, Palabra, Madrid 2007.
8. Ib., pp. 9-10.
9. 7 de octubre de 2004.
10. Cf. Año de la Eucaristía. Sugerencias y propuestas (14 de octubre de 2004): L´Osservatore Romano (15 octubre 2004) Suplemento.
11. 17 de abril de 2003.
12. Sacr. Carit., pp. 15-58.
13. Ib., pp. 59-102.
14 Ib., 105-140.
15. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
16. Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
17. cf., SC, 14.
18. cf., PO 2 y 15.
19. cf., SC 29.
20. cf., CIC., 1136-1144.
21. cf., CIC., 1189-1192
22. cf. SC 102.
23. cf., SC 106.
24. Cf., CIC 1197-1199.
25. cf., CIC 1197-1199
26. cf., CIC 1197-1199