Al encuentro de las heridas del hombre
Por José Rico Pavés
Obispo auxiliar de Getafe

De manos del papa Francisco hemos avanzado por el camino del tiempo pascual para encontrarnos con el rostro de Cristo Buen Pastor y celebrar el misterio de su Ascensión y la efusión renovada del Espíritu Santo en Pentecostés. El desenlace de la Pascua ha guiado la predicación del Papa en el marco litúrgico y en las meditaciones previas al canto del Regina coeli, con dos acentos especiales en este año: misión y misericordia.

El secreto de la misión de la Iglesia es la presencia entre nosotros del Señor resucitado, que con el don del Espíritu continúa abriendo nuestra mente y nuestro corazón, para anunciar su misericordia también en los ambientes más refractarios de nuestras ciudades. Al recordar la 50º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Francisco ha dirigido a los comunicadores un deseo hecho petición: "que nuestro modo de comunicar en la Iglesia tenga siempre un claro estilo evangélico, un estilo que una la verdad y la misericordia".

El Espíritu Santo, según la promesa de Cristo, nos enseña todo, es decir, que lo indispensable es amar como Dios. Según esto, el Papa continúa las catequesis de los miércoles y los sábados desarrollando la misericordia. Se ha detenido en la reconciliación y en sus ministros, los confesores. Con palabras enérgicas, se nos ha recordado dónde reside el estilo del actuar de Dios: "Estamos todos avisados: la misericordia hacia los pecadores es el estilo con el cual obra Dios y a esa misericordia Él es muy fiel: nada ni nadie podrá apartarlo de su voluntad de salvación". Hemos meditado con el Papa algunas parábolas evangélicas de la misericordia y, desde el sentido común custodiado por la gracia, se nos ha invitado a no confundir la piedad, que es una manifestación de la misericordia, con la compasión que a veces expresamos hacia los animales.

Con entrañas de misericordia, Francisco ha invitado a coptos y católicos a dar testimonio en aquello que podemos defender unidos, como la sacralidad y la dignidad de toda vida humana, la santidad del matrimonio y de la vida familiar, el respeto de la creación que Dios nos ha confiado. Invitaciones al diálogo y al trabajo en común se han repetido en los discursos dirigidos a diferentes grupos de personas, pertenecientes a asociaciones eclesiales o a organismos civiles, como el Capítulo General de los Mercedarios, el Royal Institute for interfaith studies, "Médicos con África CUAMM", el Círculo San Pedro, la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice, nuevos embajadores, reclutas de la Guardia Suiza o directivos y entrenadores de los equipos de fútbol de Juventus y Milán.

Entre las enseñanzas del Papa hay tres destacadas. En primer lugar, la vigilia de oración “Para secar las lágrimas”, celebrada en el marco del Año de la misericordia: "Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende. El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos".

En segundo lugar destaca el discurso del Papa al recibir el premio Carlomagno, llamada a la conciencia de Europa para que alumbre un nuevo humanismo. La Iglesia puede y debe ayudar al renacer de Europa, impulsando su misión: "El anuncio del Evangelio, que hoy más que nunca se traduce principalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que consuela y anima".

En tercer lugar, el discurso dirigido a la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana ha servido para dibujar los rasgos del sacerdote de nuestro tiempo, constituido por una triple pertenencia: al Señor, a la Iglesia y al Reino. Llamado a servir al Pueblo de Dios en la fraternidad de su presbiterio, no debe olvidar el sacerdote que "la comunión es realmente uno de los nombres de la Misericordia".