Concurren en el mes de octubre acentos singulares para quien camina en este mundo al abrigo de la comunión católica de la Iglesia: la Virgen Madre nos acompaña al desgranar las cuentas del rosario, en el mes dedicado a este ejercicio inmarcesible de piedad mariana; el celo y la gratitud por la misión evangelizadora se ven renovados al celebrar la Jornada Mundial de las Misiones (Domund); las fiestas litúrgicas nos llaman a la acción de gracias, petición de perdón y renovación de confianza en compañía de santos familiares y cercanos. Es octubre buen mes para nacer y renacer, para recibir misión de alcance eterno y volver a escuchar que Jesucristo “quiere testigos, personas que propaguen esperanza”. En las catequesis de las Audiencias de los miércoles, seguimos encontrando una clave importante para leer en unidad las enseñanzas del Santo Padre en el último mes: cómo ser hoy misioneros de esperanza, la espera vigilante de quienes arriesgan en este mundo sabiendo que su ciudadanía está en el Cielo, la serena certeza de que tras la muerte el Señor nos espera, el Paraíso, que consiste en el abrazo del Padre, como meta última de nuestra esperanza.

Hemos conocido en este mes tres Cartas de fuerte impronta misionera. En la primera, el Papa se dirige a los obispos de la India exhortándoles a vivir la diversidad de iglesias sui iuris como expresión de riqueza y no como fuente de tensiones, erigiendo dos nuevas eparquías de la Iglesia Siro-Malabar y ampliando la extensión de los límites de las dos ya existentes. “El camino de la Iglesia Católica en la India no puede ser el del aislamiento y la separación, sino más bien el del respeto y la cooperación”. En la Carta dirigida al P. Francisco Patton, o.f.m., Custodio de Tierra Santa, con ocasión del VIII centenario de la presencia franciscana en la tierra de Jesús, el Papa ha recordado las palabras siempre actuales de san Francisco de Asís a los hermanos que partían a tierras de misión: “Aconsejo a mis hermanos que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras, ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene”. La tercera carta misionera prepara el centenario de la Carta Apostólica Maximum illud, de Benedicto XV (30.11.1919), con la que dio un nuevo impulso a la misión evangelizadora de la Iglesia. Cuando queda poco para cumplirse cien años de ese documento, el Papa Francisco ha querido recordar la actualidad de su mensaje, sostenido posteriormente por las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de los últimos Papas. Uniéndose a ellos, Francisco ha vuelto a renovar lo dicho en la Exhortación Evangelii gaudium: “toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión”. A los participantes en el Congreso sobre catequesis y personas con discapacidad, el Papa ha pedido que la catequesis descubra formas coherentes para que toda persona encuentre a Jesús.

Audacia misionera hemos encontrado en la visita pastoral a Cesena y Bolonia, en el testimonio heroico de los nuevos santos canonizados, y en la celebración del centenario de la Congregación para las Iglesias Orientales y el Pontificio Instituto Oriental. En la visita a la sede de la FAO en Roma con motivo del día mundial de la alimentación, Francisco ha exigido un renovado esfuerzo para vencer la lacra del hambre en el mundo. A los ministros de agricultura del G7, el Papa les ha planteado esta pregunta: “¿Sería exagerado introducir en el lenguaje de la cooperación internacional la categoría del amor, conjugada como gratuidad, igualdad de trato, solidaridad, cultura del don, fraternidad, misericordia?”. Al recordar el 25 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, Francisco ha subrayado la importancia de este instrumento al servicio de la misión de la Iglesia y, deteniéndose en la formulación de la enseñanza moral sobre la pena de muerte, ha pedido un mejor tratamiento del tema, recordando que “no se puede conservar la doctrina sin hacerla progresar”, precisamente porque la Tradición es una realidad viva.