Las sorpresas del Cielo
Por José Rico Pavés

El misterio de la Navidad proyecta su luz inmarcesible sobre el comienzo del nuevo año litúrgico y sobre el final del año natural. El ciclo de la Liturgia nos conduce por el sendero de la esperanza y nos empuja a clamar en el año que acaba y en el nuevo que se estrena una única petición: ¡Ven, Señor Jesús! Nos descubrimos entonces miembros de una Iglesia que es Esposa y une su voz a la del Espíritu para pronunciar en la historia el deseo confiado de que el Esposo vuelva. Se nos regala la oportunidad preciosa de acompañar a Cristo en los misterios de su vida para descubrir admirados su presencia misteriosa en el camino de la vida. Volvemos sobre lo mismo, pero nunca de la misma manera. Cada tiempo litúrgico es derroche de gracia siempre nueva que requiere de nuestra parte capacidad intacta de asombro. Por eso Francisco invita a vivir una nueva Navidad como acogida en la tierra de las sorpresas del Cielo, celebración de Dios que por amor asume lo nuestro para darnos lo suyo. “Navidad significa acoger en la tierra las sorpresas del Cielo y celebrar a un Dios que revoluciona nuestras lógicas humanas. Vivir la Navidad es entender que la vida no se programa sino que se da, que no podemos vivir para nosotros mismos sino para Dios, que descendió hasta nosotros para ayudarnos”. De la Virgen María, “pedagoga del evangelio”, aprendemos la actitud clave de la vida: “heme aquí”.
Repasando el año que termina, ha advertido Francisco que “la barca de la Iglesia ha vivido y vive momentos de dificultad, y ha sido embestida por tormentas y huracanes”. Han sido muchas las aflicciones: inmigrantes que hallan la muerte o encuentran las puertas cerradas; niños y adultos que mueren por falta de agua, alimentos y medicinas; violencia contras los débiles y las mujeres; la persecución contra los cristianos (“vivimos una nueva era de mártires”). Entre las aflicciones, dos heridas merecen especial atención: los abusos y las infidelidades. Sobre los primeros, el Papa ha afirmado con rotundidad el compromiso de la Iglesia para trabajar en una triple dirección: reparar el daño hecho a las víctimas, llevar ante la justicia a los criminales y nunca encubrir o subestimar ningún caso. Pero también ha habido alegrías, como el sínodo de los jóvenes, los nuevos santos y beatos, los pasos dados en la reforma de la curia o la fidelidad silenciosa de tantos hijos de la Iglesia que viven conforme a su propia vocación. Mayores siempre que las aflicciones serán las alegrías, pues “la Navidad nos da cada año la certeza de que la luz de Dios seguirá brillando a pesar de nuestra miseria humana; la certeza de que la Iglesia saldrá de estas tribulaciones aún más bella, purificada y espléndida”.