Desde el 5 al 9 de febrero, doscientos delegados representantes de las distintas Conferencias Episcopales de Europa se han reunido en Praga para redactar un documento conclusivo que recoja las intuiciones de las distintas comunidades eclesiales, los retos y los interrogantes del futuro en un camino de unidad y de superación de las diferencias.
Expresa el documento desde su comienzo que en este proceso se volvió a “sentir el dolor de las heridas que marcan nuestra historia reciente, comenzando por las que la Iglesia ha infligido a través de los abusos perpetrados por personas que estaban ejerciendo su ministerio u oficio eclesial”, añadiendo que su trabajo “ha sido rico y apasionante, aunque no exento de problemas y dificultades”.
“El estilo sinodal nos permite abordar las tensiones desde una perspectiva misionera, sin dejarnos paralizar por el miedo, pero sacando de ellas la energía para continuar el camino” subrayan.
“Confiamos en que la continuación del Sínodo 2021-2024 pueda apoyarnos y acompañarnos, en particular abordando a nivel de Asamblea Sinodal algunas prioridades: profundizar la práctica, la teología y la hermenéutica de la sinodalidad; abordar la cuestión de una Iglesia todo ministerial, como horizonte de una reflexión sobre los carismas y ministerios (ordenados y no ordenados) y las relaciones entre ellos y explorar las formas de acompañar a la comunidad y salvaguardar la unidad” .
Junto a esto destacan el deseo de “tomar decisiones concretas y valientes sobre el papel de la mujer dentro de la Iglesia y sobre su mayor participación a todos los niveles, también en la toma de decisiones y en los procesos de toma de decisiones”.
Abordar otras cuestiones como “las tensiones en torno a la liturgia, para volver a comprender sinodalmente la Eucaristía como fuente de comunión; renovar un sentido vivo de misión, salvando la brecha entre fe y cultura y promover la formación para la sinodalidad de todo el Pueblo de Dios,” también está entre los objetivos del Sínodo.