El obispo de la diócesis de Getafe. Mons. Ginés García Beltrán, ha presidido la Vigilia de la Inmaculada Concepción en el Santuario del Cerro de los Ángeles.
Reproducimos a continuacion el texto completo de su homilía:
Queridos hermanos y hermanas, y muy especialmente, queridos jóvenes,
Nos reunimos en esta noche tan especial, en la que hemos elevado nuestras voces al cielo con el himno del Akathistos, para contemplar juntos el misterio profundo y hermoso de la Inmaculada Concepción de María. En este tiempo de vigilia, de vigilancia, de esperar de pie, -esto significa también el himno que hemos cantado, “no sentado”-, damos gracias a Dios por María, la Purísima, la llena de gracia, y buscamos no solo recordar, sino también vivir y experimentar el amor inmenso de Dios a través del ejemplo puro y santo de nuestra Madre, la Virgen María.
La Pureza de María: Don y Compromiso
El dogma de la Inmaculada Concepción, que celebramos hoy, nos enseña que María, desde el primer instante de su concepción, fue preservada del pecado original. Este don extraordinario de Dios no es solo un privilegio para María, sino también un signo de lo que Dios desea para cada uno de nosotros. Dios no quiere el pecado, ni por supuesto lo ha creado. Dios nos ha soñado y nos ha hecho a su imagen, sin embargo, el pecado vino a oscurecer en nuestras vidas el proyecto de Dios, ensuciando la imagen que el Creador había impreso en nosotros; y ha sido la libertad mal entendida y mal ejercida la que nos ha abocado a este estado en el que hemos perdido la confianza y la intimidad con Dios, hemos puesto entre el otro y nosotros la sospecha y la condena, que se ha convertido en vergüenza de nosotros mismos. En definitiva, el miedo ha sustituido en nosotros la confianza original.
Pero Dios no se conforma con esta victoria del mal, y nos da su corazón que es amor hecho perdón y misericordia. El amor nunca se conforma con la pérdida del amado, Dios no se conforma con habernos perdido, por eso, en la primera lectura del Génesis (3,9-15.20), vemos cómo, tras el pecado original, Dios ya anuncia la victoria del bien sobre el mal a través de la "mujer" cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente.
No es casualidad que sea una mujer, Eva, la nueva Eva, la que vence al mal. Es el poder de la gracia que se manifiesta en la humildad de nuestra carne. No vence por su poder, no vence por una estrategia pensada y ejecutada, vence por la gracia que ha recibido, vence por su confianza en Dios. María es esa nueva Eva, cuyo "sí" al plan de Dios inicia la redención.
Esta pureza de María, queridos jóvenes, os invita y os debe llevar a reflexionar sobre vuestras propias vidas. Vivimos en un tiempo de falta de certezas, un tiempo marcado por la violencia y la guerra que nos hace tomar partido, atrincherarnos en nosotros mismos, buscando seguridades; vivimos un tiempo de polarización en todos los ámbitos de la vida personal y social, donde parece no haber un espacio para el matiz, eres de los míos o no; vivimos en un mundo lleno de desafíos y tentaciones, y en medio de esta realidad, María aparece como una Estrella que ilumina y nos muestra un camino, el camino que la gracia va marcando, no sin dificultades ni esfuerzos, no sin caídas y dudas; María nos muestra que con la gracia de Dios, es posible vivir en santidad y pureza. La pureza, queridos hermanos y hermanas, no es solo una virtud moral, sino un compromiso diario con Dios y con nuestra propia identidad como hijos suyos.
El Amor Maternal de María
En el evangelio de Lucas (1,26-38), el ángel Gabriel saluda a María como la "llena de gracia" y le anuncia que será la madre del Salvador. Este anuncio no solo revela la misión única de María, sino también su amor maternal que se extiende a todos nosotros. María es nuestra madre, que intercede por nosotros y nos guía con ternura hacia su Hijo Jesús.
Esta escena del Evangelio siempre nos sorprende. Fijaros en las palabras de Gabriel: “para Dios nada hay imposible”. ¿Creemos esto, mis queridos hermanos, creemos que para Dios nada hay imposible? Entra aquí en juego el hecho de la fe, y volvemos a la enseñanza del Génesis. El hombre que ha perdido la confianza, que se justifica creyendo solo en sí mismo, en la obra de sus manos, sin caer en la cuenta que esta falta de fe le hace incapaz de ver más allá de sí mismo. La falta de fe nos impide mirar más allá, ver y acoger el don que recibimos y que desborda nuestras capacidades.
María nos enseña a volver a la confianza, a mirar más allá. Su actitud humilde, su abandono a la palabra de Dios, su libertad decidida pronuncia un sí, solo un sí, pero un sí que cambia el mundo, que cambia el rumbo de la historia. Estamos ante el misterio de la libertad dirigida al bien, pues solo hay libertad cuando la libertad es donada, está movida por el amor, la libertad es salida de sí mismo para ir al encuentro del otro, es hacer un hueco a Dios en nuestra vida para que venga y tengamos una intimidad que transforma y cura. La libertad, queridos hermanos, está herida por el pecado, pero Dios quiere sanarla y nos muestra como ejemplo y camino el de la mujer, la virgen sencilla de Nazaret que se fía de Dios.
La Fe inquebrantable de María
En la carta a los Filipenses (1,4-6.8-11), san Pablo nos recuerda que Dios siempre cumple su promesa, y el que ha inaugurado en nosotros la obra buena, la llevará hasta el final, teniendo como meta de nuestra vida la salvación. Hemos sido llamados a ser santos e inmaculados, como María. María, en su inmaculada concepción, es el modelo perfecto de esta elección. Su vida es una respuesta constante de fe a la llamada de Dios. Desde su "fiat" en la Anunciación hasta su presencia firme al pie de la cruz, María nunca dejó de confiar en el plan divino.
Queridos jóvenes, ¿cómo respondemos nosotros a las llamadas que Dios nos hace cada día? La fe inquebrantable de María nos inspira a vivir con esperanza y confianza en medio de nuestras propias incertidumbres y pruebas. Nos anima a decir "sí" a Dios, a pesar de nuestras dudas y miedos, sabiendo que Él tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros.
El Contexto del Adviento: Una Esperanza Renovada
En este tiempo de Adviento, nos preparamos para la venida de nuestro Salvador. El Adviento es un tiempo de espera y preparación, pero también de esperanza renovada. Es un tiempo para recordar que Dios cumple sus promesas y que, a pesar de las dificultades y desafíos que enfrentamos, Él siempre está con nosotros.
A menudo, los jóvenes pueden sentirse abrumados por el futuro y las incertidumbres que este trae. Pero el mensaje del Adviento nos invita a mirar más allá de nuestros miedos y ansiedades y a centrarnos en la esperanza. La esperanza de que Dios es fiel y saldrá a nuestro encuentro y nos guiará en cada paso del camino.
Queridos jóvenes, al contemplar el misterio de la Inmaculada Concepción de María en este camino del Adviento en el que nos encontramos, estamos llamados a vivir con pureza, fe, amor y esperanza. Que esta vigilia sea un momento de renovación espiritual para todos nosotros, y que, inspirados por el ejemplo de María, podamos acercarnos más a Dios y responder con generosidad a su llamada.
Elevemos nuestras oraciones a María, pidiéndole que interceda por nosotros y nos guíe siempre en nuestro camino hacia su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Lo hacemos con el mismo himno con el que comenzamos esta celebración:
Salve, tú sola a la vez eres Virgen y Madre.
Salve, por ti fue borrada la culpa;
Salve, por ti Dios abrió el Paraíso.
Salve, tú llave del Reino de Cristo;
Salve, esperanza de bienes eternos.
Salve, ¡Virgen y Esposa! Amén
Mons. Ginés García Beltrán, obispo de Getafe
Puedes volver a ver la celebración completar en el siguiente vídeo:
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