ESPERANZA HECHA CARNE
Desde el corazón de nuestra querida diócesis de Getafe, pienso que requiere una delicada discreción la vida para no ser inoportunos.
Qué responsabilidad la que tenemos cada uno de los ciudadanos, al ir adentrándonos en el conocimiento de las necesidades del pueblo, nuestros hermanos, compartiendo la existencia con sus gozos y fatigas, interesándonos más por los pobres entre los pobres:
Qué signo de esperanza cotidiana en la existencia de cada hombre y mujer al compadecernos, y pedir a Dios “rico en misericordia” (Ef. 2,4), que nos dé entrañas de misericordia ante toda miseria humana
En medio del espesor de la vida, de los atosigamientos personales y comunitarios, Dios viene a nuestro encuentro, viene a enriquecernos con la vida de Cristo, que nos hace vivir con esperanza, con entrañas de misericordia. Así, nuestra persona transparenta, deja pasar la luz de Dios, pues “por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol que nace de lo alto, para los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78-79).
Adviento es una invitación a contemplar a Cristo que vino, vendrá y viene en cada hombre y acontecimiento, para cambiar nuestra vida, con el fin de que tengamos vida y vida en abundancia (cf Jn 10,10)
Adviento es una invitación y llamada a vivir y actuar coherentemente, porque Dios viene pues quiere a este mundo, quiere vivir en medio de nosotros, con nosotros, y quedarse con nosotros, respetando delicadamente nuestra libertad. Por eso el Adviento es una invitación a vivir en fraternidad y comunión con todos los hombres y mujeres que trabajan y esperan un mundo más justo y fraterno.
“Este compromiso por la justicia puede unir en cierto sentido a los hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes. Todos de hecho están animados por un anhelo común, aunque sea distinto por sus motivaciones, hacia un futuro de justicia y de paz. La paz es la meta a la que aspira toda la humanidad…Un canto de paz resonó en los cielos cuando Dios se hizo hombre y nació de una mujer, en la plenitud de los tiempos (Cf., Gálatas 4,4)” (Benedicto XVI).
Y ahora desde la fuente de la Navidad pienso que tengo que detenerme un poco, disminuir el ritmo de los quehaceres que brotan continuamente.
Leo el profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9, 1). Y así las cosas, entendí que no era algo emotivo, sentimental; sino que nos conmovía porque nos adentra en la realidad: somos un pueblo, varones y mujeres en camino, y ese camino lo hacemos entre luces y sombras, cuando no oscuridades. Y llega la Luz. Esa Luz que nos ilumina y fortalece.
Pensamos en la familia y las familias del mundo. La bondad dulcifica y refuerza las enseñanzas del padre y de la madre. La delicadeza moldea la obediencia de los hijos e inspira todos los sacrificios y renuncias que la vida nos trae, de una manera u otra.
Este mundo es hermoso y, si por algo aparece desfigurado, es a consecuencia de nuestro pecado; cuando prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces la oscuridad nos rodea por dentro y por fuera. Sin embargo, la vida está llena de la hermosura de la Trinidad Santa.
San Juan de la Cruz nos regaló esta bella letrilla navideña: “Del Verbo Divino la Virgen preñada viene de camino: si le dais posada. Viene fatigada, llama a cada puerta y pregunta incierta: si le dais posada”. Por todo ello, tomando conciencia de la hermosura y, al tiempo, de la fugacidad de la vida, hay momentos en los que tenemos claro ser un pueblo peregrino y errante.
Cuando creemos que todo está tranquilo, irrumpe la debilidad, la Dana… la vulnerabilidad de nuestro cuerpo, del trabajo, de las relaciones personales, sociales, la crisis… Y es ahí donde proclamamos que el Señor es "nuestra Roca, nuestro Baluarte, el Refugio donde nos ponemos a salvo". Y entonces, con todo el corazón y desde las azoteas del alma proclamamos la gran noticia de la Navidad, el regalo de Dios: que nos ha nacido El SALVADOR, el manantial de Esperanza; Él camina con nosotros, habla con nosotros, respira con nosotros, trabaja con nosotros, como exhorta el Papa Francisco en Evangelii gaudium. n 267.
Nuestra esperanza ha nacido en Belén, acostado en un pesebre y envuelto en pañales. La pobreza de Dios para salvarnos.
¡Feliz Navidad y Santo Año Jubilar de la Esperanza!
Mons. José María Avendaño Perea