Con motivo de la beatificacion de sor Juana de la Cruz, conocida como 'la santa Juana' de Cubas de la Sagra, el sacerdote de la diócesis Alberto Royo Mejía, Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos del Vaticano, ha querido responde a la pregunta "¿Cómo era la beata Juana de la Cruz? en el número de diciembre de la revista diocesana 'Padre de Todos'.

 

Reproducimos a continuacion el artículo completo:

De la documentación recogida en su largo proceso de canonización –empezó no mucho después de su muerte y eso nos ha permitido conocerla mejor– se desprende, en la medida de lo posible para una figura que vivió hace cinco siglos, que su vida cristiana y el modo como vivió las virtudes como algo que impresionó a quienes la trataron y dejó huella en ellos, disipando dudas sobre posibles actos menos virtuosos por su parte. En el caso concreto de lamadre Juana de la Cruz, no encontramos noticias negativas de importancia y el tono de los testimonios que han llegado hasta nosotros -de muy diversos estratos sociales y eclesiásticos- es muy positivo, incluso con exageraciones propias de la época.

Sor María Evangelista, su gran colaboradora, presenta el deseo de perfección de sor Juana desde muy joven, antes de hacerse monja, a pesar de la incomprensión y las burlas de su tío, y luego toda su vida religiosa como el cumplimiento de este propósito de santidad:

"En especial su tío que la había criado, le dijo como haciendo burla de ella: Mi sobrina quiere ser monja para ser santa. La bienaventurada le respondió con mucha humildad: Pues si lo fuese por la gracia de Dios, rogase por vuestra merced. Y por entonces no les importunó más (pidiendo consentimiento para entrar en religión) no perdiendo la esperanza que nuestro Señor había de otorgar, pues ella se lo suplicaba sin cesar" 

Pero este deseo no era abstracto ni genérico; desde muy joven la condujo a una vida de austeridad y penitencia que continuó durante toda su vida:

"... las noches más largas y frías del invierno, cuando las criadas estaban dormidas y la luz se había apagado, entonces se levantaba ella muy recatadamente y desnuda en carnes, sin tener sobre su cuerpo más que aquel cilicio asperísimo que traía, estaba en oración de rodillas... Como la penitencia no cesase y cada noche se levantase a su ordinaria tarea, una criada se determinó a decírselo a su tía" 

Tenemos noticias muy significativas de su vida religiosa desde su noviciado en Cubas, según explica el franciscano fray Alonso de Espinosa, quien relata -aunque en tono muy hagiográfico- lo que oyó a las monjas del monasterio: 

"En el año del noviciado (...) se señalaba entre las religiosas como el sol entre las estrellas, con santa obediencia y humildad y religión, y llamose Juana de la Cruz para con el nombre corresponder a las obras de la cruz" 

Esta observancia religiosa, que viene calificada como ejemplar, es presentada como una constante en su vida por Sor María de San Laruel, monja de Cubas:

"...y que en todo el tiempo que fue religiosa en este convento donde vivió y murió, no solo observó perfectamente nuestra regla sino que se ejercitó en la más austera penitencia acompañada de muchos actos de virtud y de toda perfección y siendo de muy alta contemplación fue favorecida de dios nuestro Señor y de su bendita Madre, ilustrada de espíritu de profecía y otros dones sobrenaturales, y a la fama de sus heroicas virtudes fue visitada en vida de grandes."

De los relatos biográficos, especialmente el más directo y menos hagiográfico de Sor María Evangelista, y de sus escritos deducimos que la Madre Juana era una mujer de profunda fe y confianza en el Señor, y guiada por esa confianza dejó el mundo para entregarse al Señor en aquel beaterio, que en el momento de su entrada era una pequeña comunidad (con el tiempo llegaría a ser un monasterio grande y famoso, gracias precisamente a la presencia de Sor Juana, pero no lo era cuando ella entró). 

Su amor a Dios lo manifestaba en su amor al prójimo, que leemos en las Biografías que ejercía con los vivos y con los difuntos, por los que a menudo rezaba y hacía ofrecer misas. Con los vivos, destacó por su atención a sus hermanas enfermas y a los pobres, porque "era muy caritativa e limosnera hacia los pobres y esto desde su infancia, en casa de sus abuelos, dándoles las limosnas que podía recoger y que guardaba al efecto" . Muy entregada a la limosna cuando era joven, ya como religiosa continuó activa en actividades caritativas, según cuentan los textos a las hermanas que vivieron con ella:

"Era tan caritativa con los pobres que no se contentaba con atender a los que solían llamar a la puerta, a los que muchas veces guardaba su ración, sino que salía fuera de los muros del monasterio preguntando si alguien había visto pasar a algún pobre que necesitase su auxilio"

Los que la conocieron afirman que fue una monja muy prudente desde los primeros años de su vida en el convento -por eso fue elegida abadesa muy joven- y como superiora que supo gobernar con discernimiento, y ello no sólo por sus dotes naturales, sino sobre todo por su sabiduría espiritual. Incluso cuando, por la envidia y los celos de algunos, fue apartada del cargo de superiora, supo retirarse prudentemente, sin rencor ni quejas.

 

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