25/01/2025. El obispo de la diócesis, Mons. Ginés García Beltrán, ha presisido una celebración ecuménica en la Catedral de Getafe como clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que se ha celebrado con el lema '¿Crees esto?'. En ella han participado  representantes de las distintas Iglesias y Comunidades cristianas:  Ortodoxa Rumana, Ortodoxa Ecuménica de Constantinopla, Española Reformada Episcopal (IERE - Comunión Anglicana), Evangélica Española, Luterana, Evangélica Bautista, Iglesia de Cristo, Iglesia de las Águilas e Iglesia Pentecostal. . . . .

 

A continuación, el texto completo de la homilía:

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.

A todos os doy la bienvenida a esta Catedral de Getafe, iglesia madre de los católicos romanos que peregrinamos en este sur de Madrid.

Nos encontramos aquí reunidos en esta jornada especial de oración por la unidad de los cristianos en la fiesta de la conversión de san Pablo, convertido a Cristo y apóstol de los gentiles.

En primer lugar, saludar con sincero afecto de fraternidad a nuestros hermanos y hermanas de otras iglesias cristianas que han querido aceptar nuestra invitación y unirse a nosotros en esta búsqueda de comunión y esperanza. También a los hermanos de la iglesia católica romana.

Este año nuestro encuentro se ve enmarcado en el Año Santo de la Esperanza, que celebra la Iglesia católica de Roma, un tiempo dedicado a renovar nuestra fe y confianza en las promesas de Dios. 

Además, a lo largo de este año vamos a conmemorar el 1700 aniversario del Concilio Ecuménico de Nicea, un hito fundamental en la historia de nuestra fe que nos recuerda la importancia de la unidad en la diversidad. Este concilio, celebrado en el año 325, marcó un momento crucial para el cristianismo, estableciendo las bases doctrinales que han perdurado hasta nuestros días y reafirmando la fe en la divinidad de Jesucristo.

Hoy, nuestras reflexiones se inspiran en las palabras de Jesús a Marta: "¿Crees esto?" (Juan 11, 26). Esta pregunta, formulada en el contexto de la resurrección de Lázaro, resuena profundamente en nuestros corazones. Jesús nos invita a una fe viva, una fe que transforma y da sentido a nuestra existencia. La resurrección de Lázaro no solo es un milagro, sino también un signo de la vida eterna que Cristo nos ofrece a todos nosotros.

El evangelio de san Juan que acabamos de proclamar nos muestra cómo Jesús consuela a Marta y María en su dolor, mostrándoles que Él es la resurrección y la vida. Este pasaje nos desafía a confiar en el poder de Dios ya creer que, incluso en medio de la muerte, hay esperanza y vida nueva. Jesús, al llegar a Betania y encontrar a Lázaro ya sepultado, se conmueve profundamente y llora, demostrando su compasión y humanidad. Pero también afirma con autoridad su poder divino, ordenando a Lázaro que salga del sepulcro, y Lázaro vuelve a la vida.

También hemos escuchado la bella página del libro del Deuteronomio (6, 4-9), en ella se nos recuerda la centralidad del amor a Dios en nuestras vidas. "Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". Este mandamiento, que constituye la base de nuestra fe, nos impulsa a vivir en comunión con Dios y con los demás. Además, se nos exhorta a enseñar estas palabras a nuestros hijos, a hablar de ellas en nuestra vida cotidiana, al acostarnos y al levantarnos, a llevarlas como un signo en nuestras manos y en nuestros frentes, ya escribirlas en los postes de nuestras casas y en nuestras puertas.

Asimismo, en la primera carta de san Pedro (1, 3-9), se nos exhorta a mantenernos firmes en la fe, a pesar de las pruebas y dificultades. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos". Esta esperanza viva es la que nos sostiene y nos une como hermanos y hermanas en Cristo. Pedro nos habla de una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros, que somos guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser revelada en el tiempo final. Aunque ahora, por un poco de tiempo, tengamos que ser afligidos en diversas pruebas, estas pruebas son necesarias para que nuestra fe, más preciosa que el oro, sea encontrada en alabanza, gloria y honra cuando Jesucristo sea manifestado.

En este encuentro de oración, también queremos recordar y celebrar el ecumenismo de los mártires y los santos. A lo largo de la historia, muchos han dado su vida por su fe en Cristo, testificando con valentía y amor la unidad en la diversidad. Sus vidas nos inspiran a seguir trabajando por la unidad de los cristianos, sabiendo que el camino hacia la comunión plena requiere humildad, diálogo y amor mutuo. Los mártires de todas las tradiciones cristianas han mostrado con su sangre la verdadera comunión en Cristo, más allá de las divisiones humanas. Sus testimonios nos llaman a superar nuestras diferencias y a buscar la unidad que Jesús pidió al Padre en su oración sacerdotal: "para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti" (Juan 17, 21).

Queridos hermanos y hermanas, que esta jornada de oración nos fortalezca en nuestra fe y nos impulse a seguir construyendo puentes de unidad. Que el Espíritu Santo nos guíe y nos conceda la gracia de ser instrumentos de paz y reconciliación en el mundo. Recordemos que la unidad de los cristianos no es un mero ideal humano, sino un don de Dios que se realiza en la comunión con Cristo. Por tanto, pidamos con confianza que el Señor nos conceda este don, y comprometámonos a trabajar con fervor y constancia por la unidad visible de la Iglesia.

En este Año Santo de la Esperanza, renovamos nuestra fe en la promesa de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (Juan 11, 25). Que esta esperanza viva nos impulse a amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y a amar a nuestros hermanos y hermanas, especialmente a aquellos de otras tradiciones cristianas.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia y Reina de los Mártires, interceda por nosotros y nos ayude a vivir en la unidad y en el amor de Cristo. Que los santos y mártires de todas las épocas y lugares nos acompañen con su ejemplo y su intercesión. Y que el Espíritu Santo, fuente de unidad y de vida, nos guíe en este camino hacia la comunión plena en Cristo.

 

Monseñor Ginés García Beltrán

 

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