08/03/2025. La Catedral de Getafe ha acogido en la mañana del sábado la celebración eucarística con motivo del Centenario de la muerte de San Faustino Míguez, santo escolapio fundador del Instituto Calasancio de las Hijas de la Divina Pastora, presidida por Mons. Ginés García Beltrán.
A continuacion, el texto completo de la homilía:
"Dios no deja las cosas incompletas". Son palabras de S. Faustino. Su propia vida, su testimonio, y su santidad lo demuestran. Por eso, en esta mañana nos reunimos aquí, en la iglesia madre de esta joven diócesis de Getafe, donde Faustino vivió tantos años, los últimos de su vida, y aquí reposa su cuerpo, para celebrar gozosos el centenario de su muerte en un canto de alabanza al buen Dios que nos regala el testimonio de la santidad hermanos nuestros.
San Faustino, descansó en el Señor, aquí en Getafe, un día como hoy hace cien años. Sacerdote escolapio y fundador del Instituto de las Hijas de la Divina Pastora. Su vida, obra y santidad beben de la rica fuente del carisma de San José de Calasanz, quien nos legó un modelo de educación profundamente enraizado en los valores del Evangelio. En el conocido lema calasancio: “Piedad y Letras” se resume un estilo de educación que pone a Dios en el centro, y porque lo pone en el centro se entrega a los demás, al prójimo, en este caso en los niños que se ven faltos de educación en cualquier lugar de las periferias del mundo, o de la existencia humana. Si Calasanz se conmovió ante el abandono de los niños de Roma, y comenzó una obra de transformación de todo el hombre, que eso es la educación; Faustino, unos siglos después, lo hizo con las niñas de S. Lucas. Es la vida, la fuerza, y la perenne actualidad de un carisma que es don del Espíritu Santo, que se derrama siempre como gracia para la construcción de la Iglesia y la salvación del mundo.
Hoy celebramos a San Faustino, patrimonio de toda la Iglesia, y profundamenteenraizado en esta ciudad y en esta diócesis, sobre todo en la presencia de sus hijas que continúan su carisma y su misión educativa y evangelizadora. S. Faustino forma parte de nuestro patrimonio de santidad.
San Faustino es un santo de “corazón poliédrico”, lo ha definido bien alguna de vosotras. Es un santo que abarca la realidad, y se deja tocar por ella, consciente que Dios vive entre los hombres, vive en nuestra realidad. Es ante la vida que nos interpela donde Dios nos interpela en ella. Sacerdote, escolapio, educador, científico, fundador, Faustino tiene un centro que unifica su corazón y su misión. La cuestión no es la variedad de ámbitos que se pueden dar en la vida humana, sino el centro que los unifique. Dejemos que sea él mismo el que lo explique: “Soy solo de Dios y no del mundo ni de las riquezas, pues hago voto de pobreza; soy todo de Dios y no de mis apetitos, pues hago voto de castidad, soy siempre de Dios y no de mí voluntad, porque hago voto de obediencia”.
San Faustino, como buen hijo de Calasanz, entendió la educación no como una mera transmisión de conocimientos, sino como un encuentro transformador con el Otro, y con los otros, el crecimiento espiritual y humano deben ir de la mano. Una formación integral que llega a todo el misterio del hombre: corazón, sentimientos, personalidad e ilustración de la inteligencia. Así lo expresa el mismo santo: “Si a ejemplo de mi Divino Maestro debo mirar en primer término por la salud de las almas, también estoy en la obligación de atender, según mis fuerzas, a la del cuerpo”.
Hoy, cuando la educación enfrenta a los retos de la digitalización, la fragmentación, las heridas del corazón, la desestructuración familiar, la polarización social que llega hasta la educación y, a veces, la deshumanización, el legado calasancio nos interpela a ser educadores que no solo formen mentes, sino que también formen corazones. ¿Cómo podemos, inspirados por San Faustino, cultivar relaciones auténticas, formar valores y promover la dignidad de cada persona, y la paz en nuestras aulas y comunidades?
La segunda lectura (Col 3, 12-17) nos exhortaba a revestirnos de virtudes: “misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia”. Estos valores no son solo principios, sino un camino, un estilo de vida evangélico, que debe moldear nuestro corazón, y llegar también a la labor educativa. Como dice S. Pablo: “Y por encima de todo el amor”. Solo el amor transforma, solo el amor abre a la realidad y al otro, solo el amor nos hace crecer y nos acerca a la fuente del amor, a Dios mismo. Es la pedagogía del amor.
San Faustino, lo plasma en su visión propia de la educación, en la búsqueda de la felicidad y la renovación de la sociedad. “Renovar la sociedad desde su misma base y hacer la felicidad humana, mediante una educación sincera”. Al fundar el Instituto de las Hijas de la Divina Pastoral, dejó un legado de amor y atención integral que sigue vivo.
El Evangelio (Mc 9,34-37) nos presenta a Jesús que acoge a los niños y los pone como ejemplo del Reino, nos invita a ser “los últimos” y a servir como lo hizo Él. En este gesto de humildad se refleja el núcleo de la espiritualidad cristiana: servir a todos, especialmente a los pequeños y marginados. Por eso, la necesidad de nuestro testimonio de audacia y santidad para seguir en la misión de “buscar almas y encaminarlas a Dios por todos los medios que estén al alcance de la caridad”
Hoy, educadores y familias, enfrentamos el reto de conectar con las nuevas generaciones, muchas veces inmersas en un mundo de distracciones tecnológicas y falta de profundidad relacional. También en esto nos ayuda el ejemplo de Faustino, estamos llamados a mirar a nuestros jóvenes con los ojos de Cristo, reconociendo sus dones y acompañándolos en su desarrollo integral. Hemos de abrazar al hombre entero, con sus gozos y sus sufrimientos, hemos de abrazar las heridas del hombre que tienen la vocación de ser heridas gloriosas como las del Señor Resucitado, porque detrás de las heridas de cada hombre, de cada niño o niña, está la gloria de Dios.
Detrás de este hombre, cuyo centenario de su muerte celebramos, hay un hombre de fe, de confianza en el Señor –“dejemos obrar a Dios que para mejor será-, y un sacerdote de Jesucristo que con su palabra y con su vida lo hizo trasparentemente presente. Un “hombre del pueblo y para el pueblo”.
Me conmueven los rasgos con los que él mismo describe la vida sacerdotal, y que él mismo encarnó en su propia vida. Es una lección para nosotros, hermanos sacerdotes, pero también para vosotras, queridas religiosas, y para todo cristiano
Sencillez de corazón, santidad de vida, pobreza evangélica y caridad. Preciosa imagen que nos inspira y nos ayuda a vivir también hoy según la voluntad del que nos llama. Necesitamos un corazón sencillo que manifieste el corazón de Dios que se pone a nuestro lado y camina con nosotros, que se compadece y que acoge y cuida. Es el camino de la santidad, el camino de la confianza y el abandono; el de la esperanza ante tantas situaciones que nos hace desesperar; es el camino del amor que mira y acoge al hermano como un hermano, con el bálsamo de nuestra comprensión y de nuestra entrega. Y no confiando en nuestras propias fuerzas sino en nuestra pobreza que manifiesta su grandeza y su misericordia.
Queridos hermanos y hermanas, San Faustino Míguez nos dejó un legado que va mucho más allá de su época. Hoy, al recordar su vida y su misión, renovemos nuestro compromiso con la educación, una educación que, como nos enseña el Evangelio, pone a los pequeños en el centro y busca siempre el bien integral de cada persona.
Vivimos en un mundo marcado por la rapidez, el individualismo y, a menudo, la superficialidad. La educación, tal como se encarna en la vida de San Faustino Míguez, nos propone una alternativa contracultural: una educación que valora la paciencia, el cuidado y el acompañamiento en el tiempo. Frente al desafío de educar en la era de las redes sociales, la inteligencia artificial y los cambios sociales, el carisma de Calasanz y de Faustino nos recuerda la importancia de formar no solo ciudadanos competentes, sino también personas capaces de amar, crear comunidad y buscar a Dios.
No olvidemos que la inspiración de vuestro modo de educar es la evangelización; como la Iglesia, existís para evangelizar. Cómo desearía que vuestros colegios, y vuestra misión a favor de la mujer y de su dignidad, fueran también lugares y oportunidades para el primer anuncio, para el acompañamiento en los procesos de crecimiento y maduración en la fe, para escuchar y ayudar a situarse en la vida desde Cristo. Esta es una forma preciosa de vivir la sinodalidad a la que estamos todos llamados. Como me gusta repetir las palabras del papa Francisco: “Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente” (EG, 89).
No tengáis miedo, recordad las palabras tan queridas para vosotras de vuestro Fundador en su Testamento Espiritual: “Contáis con la gracia de Dios que es omnipotente, y con la protección de vuestra amantísima Madre la Divina Pastora, que es poderosa. Ni aleguéis vuestra flaqueza, que sois de la misma naturaleza que los santos que hicieron tanto bien y maravillas en la tierra y gozan hora en premio de tanta gloria en el cielo. ¡Y eso que muchos fueron enclenques y padecieron lo indecible durante su vida! Si añadís que eran mucho más animosos que vosotras, os diré porque amaban mucho a Dios. Imitadlos y veréis también que el ánimo crece con el amor y toda excusa es hija funesta de amor propio y rémora bastarda de toda buena empresa”.
Que este centenario no sea solo una mirada al pasado, sino un impulso para mirar al futuro con valentía, amor y creatividad, enfrentando los retos de hoy con la misma fe y pasión que movieron a San Faustino.
“Tal fue la Madre, tales deben procurar ser sus Hijas” (BF 52). Que la protección materna de nuestra Señora de los Ángeles, que estos días vive en vuestra casa, nos acompañe siempre.