Queridos amigos, permítanme que les hable un poco en latín: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”. La traducción es muy sencilla y nos la sabemos todos: “Donde hay caridad y amor, allí está Dios”. Las lecturas de este domingo nos llevan a lo esencial. Son como un grito que viene del cielo que dice “Dios es amor”. El dios vengativo que viene a la tierra a ajustar las cuentas con nosotros, se desvanece, simplemente porque no existe. El Dios verdadero sólo es amor.
El Dios-Amor que une a personas tan dispares como san Pedro y el centurión romano Cornelio. En una nueva entrega de los Hechos de los Apóstoles, escucharemos cómo el Espíritu Santo precede, acompaña y secunda la predicación de la Iglesia. Precede, porque preparó a estos dos hombres con sendas visiones. Acompaña, porque mientras Pedro estaba hablando bajó sobre los oyentes el Espíritu. Secunda, porque los paganos, recién convertidos, comenzaron a proclamar la grandeza de Dios. Ese día la Iglesia aprendió que si Dios no hace acepción de personas, ella tampoco.
El salmo 97 que proclamaremos solía cantarse en la fiesta judía de las tiendas, en Jerusalén. En un momento dado, el pueblo aclamaba al Rey con vítores, cánticos y aplausos. Desde el siglo VI a.C. Israel dejó de tener rey, pero seguían cantando. ¿A quién? A su único Rey, a Yahvé. Aunque conservaban la esperanza de la llegada del nuevo Mesías Rey que traería la liberación. Nosotros, cristianos, hoy aclamaremos a Jesús, nuestro Rey: “Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad”.
Hoy tenemos una nueva cita con san Juan, autor de la segunda lectura, tomada de su primera carta, y del Evangelio. Amigos, les confieso que, si tuviera que quedarme con una sola página de la Biblia, lo haría con la que vamos a escuchar este domingo: “Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él”. El amor era como un tesoro escondido en el cielo que se ha derramado sobre el mundo. Y el Amor es el don que contiene todos los demás. Con él lo tenemos todo. ¡Qué maravillosa noticia! ¡Dios es amor!
El Evangelio nos recordará que vivimos en una cadena de amor. El primer eslabón es el Padre que ama al Hijo, el siguiente es el que une al Hijo y al Espíritu Santo que nos comunica, y él último es el que une al Espíritu con nuestro corazón. Y con el amor va la alegría. “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”, dice Jesús. Dios es un padre bueno que quiere ver a sus hijos alegres. Allí donde hay amor, allí donde hay alegría, allí está Dios. Que nuestra mirada se eduque para detectar su presencia a nuestro alrededor.
Amigos, hoy el Señor se acerca a nosotros como un amigo íntimo que busca un confidente. Nos quiere contar un secreto, nos quiere desvelar un misterio. No es una cosa cualquiera, es el misterio de los misterios, la llave que permite entender el sentido de este mundo, de nuestra vida, de cada vida. “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. ¿Dónde está el dios que se alegra de nuestras desgracias? ¿Dónde está el dios que nos manda matarnos los unos a los otros? ¿Dónde está el dios que nos quiere serios y circunspectos? No lo busquen. No existe. El único Dios que existe es el Dios-Amor, que es la fuente perenne e inagotable del amor que hay en el mundo. Ese es nuestro Dios. Cantemos en este día sus maravillas. ¡Feliz domingo!