Homilia
La Virgen María ante el tercer milenio
Comentario al Magnificat Lc 1, 39-55
Estimados hermanos en Cristo.
En este día solemne dedicado a la Virgen María, Ntra. Sra de los Angeles; nos unimos a la Iglesia que peregrina como Pueblo de Dios en estas tierras. La Iglesia, en esta determinada época histórica, se prepara al tiempo oportuno que significa los dos mil años de la Redención. Este tiempo nuevo al que estamos invitados es la hora de María, es el tiempo de un nuevo Pentecostés que ella preside con su oración y patrocinio.
El número 2000 podría fascinarnos, la imaginación es tentada y mucho nos tememos que la conmemoración del final de un milenio será protagonizado por los agoreros de catástrofes y por los brillos comerciales de productos superfluos. El fin de todo un milenio, pese a los grandes cambios técnicos y de bienestar para una parte de la población humana, no deja de ofrecernos un tono triste meditativo ante la secuela de víctimas, de desigualdades. Este final de milenio es una hora oportuna en la cual se nos llama a la corresponsabilidad (TM36) de los cristianos, a pedir perdón a los hombres por las divisiones que sólo los grandes espíritus, como la Virgen María, verdaderamente libres y llenos de Dios logran colmar (TM34) y por otra parte establece para nosotros aquel ir a la fuente de Dios que apaga la sed del hombre.
La demarcación y el cómputo del tiempo en las sociedades humanas no deja de ser artificial. Aquella referencia a las elipsis de los planetas, a los ciclos estacionales con los cuales se determinan los calendarios son sólo en marco donde el ser humano fija sus fechas más significativas. En la próxima celebración de un milenio que entra, según el calendario gregoriano, estamos invitados a considerar los 2000 años de la Redención o de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo en la Virgen María; esta es la novedad del tiempo, no vacío y significativo; Dios se ha hecho presente de una manera impensada y llena de un don al que por si solo la humanidad no puede acceder. Dios mismo, haciéndose carne, sale al encuentro de las inquietudes del corazón del hombre. Sólo cuando los humanos, atraídos por la luz del Espíritu, se abren a la presencia de Dios en el tiempo la historia puede ser cambiada.
Hemos escuchado proclamar en el evangelio el cántico nuevo de la Virgen María "porque ha mirado la humildad de su sierva; desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones". La devoción que los cristianos de esta diócesis de Getafe profesan por la Virgen de los Angeles es una demostración continua de la presencia activa del Espíritu de Dios que levanta profetas y amigos de Dios en el pueblo y señalan los acontecimientos que son dignos del hombre. La advocación humilde a la Virgen de los Angeles nos recuerda aquella desconocida del Evangelio que se acercó a Jesús solicitando la salud: "Jesús le dijo: -Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí. La mujer al verse descubierta, se acercó toda temblorosa y, echándose a sus pies, contó delante de todos por qué lo había tocado y cómo había quedado curada en el acto. El le dijo: -Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz." (Lc. 8,46-48). Como dice Redemptoris Mater (nº20) de Juan Pablo II "se puede decir que aquella mujer anónima ha sido la primera en confirmar inconscientemente aquel versículo profético del Magnificat de María y dar comienzo al Magníficat de los siglos"
Ante la actual frialdad relacional en esta sociedad humana de hombres y mujeres, que parecen sin rostro, que cumplen determinadas funciones muchas veces alejadas de actitudes dignas y éticas que caracterizan al ser humano; es el canto de alegría de María, en el Evangelio, el que nos da el indicativo de la importancia del "futuro de Dios" preparado con su Encarnación. En su canto María nos dice de una esperanza que reposa en el Dios misericordioso, en el Dios de la otra-justicia frente a la desigualdad humana, "Dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia El por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión " (RM 37).
María es esa mujer del pueblo desconocida para las crónicas oficiales y de los poderes, pertenece a aquel resto del Pueblo de Israel, entre los humildes de la tierra, que había permanecido fiel a la promesa "como lo había prometido a nuestros antepasados a favor de Abrahán" (Lc. 1,55). María es la mujer alegre: -"proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador". Este canto nuevo nos dice de su disponibilidad al servicio; viaja a la montaña para ayudar a su prima Isabel que va a dar a luz , se brinda a aquellos anónimos novios de la vecina Caná de Galilea, emerge de su silencio junto al Hijo martirizado. Es la mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio. Por ello la Virgen María canta la acción de Dios "que dispersa al soberbio, derriba del trono a los poderosos y a los ricos despide sin nada" (cf. Lc.1,52-54).
Ante el tercer milenio, nos preparamos, por ello, a un año jubilar que ha de ser como una "profecía del futuro" (TM 13) en el restablecimiento de la justicia social (TM13). Si hemos de mirar adelante no podemos dirigir nuestro corazón como lo dirigimos nuestra a la Virgen María sino pidiendo que la reconciliación gane nuestro corazón, que las esclavitudes y dependencias a las que se ve sometido el hombre de la calle han de ser disueltas y la tierra ha de volver a los que no tienen parte en ninguna herencia (cf. TM 12). El Papa Juan Pablo II ha propuesto en este fin del milenio un gesto oportuno, en el que los países ricos condonen la deuda crónica a los países colonizados del tercer mundo.
Nada se opone, sino que todo confluye en la fe al amor por los indefensos de la tierra. Por ello la Virgen María ha ganado el corazón de los fieles. Esta ciudadanía ha invocado con esperanza el patrocinio de la Virgen de los Angeles según consta desde 1612 a la Virgen María en la enfermedad, las plagas, o la sequía.
Según la tradición la Beata Virgen María: "Nuestra Señora de los Angeles" está unida al Cerro junto al camino que de Madrid se dirige al Sur de la península. Muchos viajeros desviaban su camino para subir en breve al Cerro para orar y acercarse a alguien tan familiar como la Virgen María; allí encontraban la luz del Evangelio que dirigía sus pasos, junto a María".
Las ciudades del sur de esta provicia, en su reciente historia, han acogido a un pueblo viajero que ha decidido quedarse aquí, buscando hermandad y subsistencia. Muchos han reconocido en esta imagen, que hoy veneramos, la devoción de sus padres y de su tierra, han reencontrando en ella su identidad. Como dice el cántico de María: "Dios hace proezas con su brazo, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes". De la misma manera que la Virgen de los Angeles aglutina a las gentes que vienen de lejos, tendamos nuestra mano de fraternidad, y preparemos ese futuro de Dios y de alegría haciendo de esta tierra un lugar de aceptación, de acogida donde haya un pedazo de pan y trabajo para todos, donde niños y jóvenes encuentren una identidad gracias al calor de un hogar. La fe que hace de María una mujer fuerte y viajera en el servicio así nos lo pide.
Oh Virgen, Madre de Dios llena de gracia: El emmanuel que llevaste es el fruto de tu vientre. Tu pecho materno alimentó a todos los hombres. Estás por encima de toda alabanza y de toda gloria. Salve, Madre de Dios, alegría de los ángeles. Superas en plenitud de gracia las promesas de los profetas. El Señor está contigo, tú diste el día al Salvador del mundo. (Liturgia Oriental)