HOMILÍA EN LA SANTA MISA POR LA EVANGELIZACIÓN DE ESPAÑA
Basílica del Cerro de los Ángeles, 17 de octubre de 2021
“No será así entre vosotros” (Mc 10,43)
Con estas palabras, que acabamos de escuchar en el Evangelio, el Señor Jesús exhorta y corrige a sus discípulos que no acaban de comprender cuál es el camino del Mesías.
1. Están subiendo a Jerusalén, allí Jesús va a vivir su Pascua en favor de los hombres, y por tercera vez les anuncia que el Hijo del Hombre va a ser entregado, va a padecer a manos de los hombres, que lo entregarán y lo matarán, y a los tres días resucitará. Los discípulos no entienden, llevan varios años con Jesús, pero su corazón está lejos, sus miras son mundanas, no pueden aceptar un mesianismo que pase por el sufrimiento y por la muerte.
Por eso, los Zebedeos, se acercan para pedirle sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda, buscan una posición, una situación de prestigio, el poder. El Señor los trata con cariño, al tiempo que los introduce en el verdadero camino mesiánico: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” (v 38), es decir, ¿estáis dispuestos a pasar por la cruz, a aceptar que el camino que lleva a la salvación pasa por la entrega y la negación de sí mismo?; no sabemos qué grado de conciencia hay en los hermanos Zebedeos, pero responden que están dispuestos, que quieren seguir a Jesús. Esta, queridos hermanos, puede ser muchas veces nuestra actitud, queremos estar cerca de Jesús, recibir los beneficios de Dios, pero sin aceptar el camino de la cruz; inconscientes de lo que verdaderamente significa la cruz, buscamos atajos, y rechazamos el camino del Mesías cuando llega a nuestras vidas. No hay cristianismo sin cruz, y todo aquello, aun llamándose cristiano, que no tenga el sello de la cruz, no es cristiano.
Como reacción a la actitud de Santiago y Juan, los otros discípulos se indignan. Si aquellos buscaban un seguimiento glorioso de Cristo, estos dejan ver también su comprensión del Señor; ellos también quieren sentarse en los primeros puestos, quieren triunfar. Aquí las palabras del Señor son la verdadera lección para ellos y para nosotros, para los cristianos de todos los tiempos.
La mirada de aquellos apóstoles es la mirada del mundo, y desde esta perspectiva no encontrarán más que un Cristo mundanizado, una Iglesia mundanizada y regida por los valores del mundo, pero la mirada de Dios es diferente, porque su corazón es diferente. El lugar donde hoy celebramos esta Eucaristía, en esta Basílica y en este Cerro dedicado al misterio del Corazón de Jesús, es una invitación a mirar a nuestra vida, a nuestras familias, a la Iglesia, y al mundo desde el Corazón de Cristo; es una buena oportunidad para volver a escuchar en nuestro corazón las palabras de Jesús: “no será así entre vosotros”.
Aunque el mundo no nos entienda, aunque nos llamen tontos, o nos desprecien, entre nosotros no puede ser así, no podemos entender el poder como dominio, sino como servicio, como entrega, por eso el que quiera ser grande que sea el servidor, el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos. Ciertamente que es difícil de entender, pero es el camino que Dios ha elegido para salvar a los hombres, es la vía que lleva a los hombres a Dios, única meta de la existencia humana. Esto nos hará comprender que es la gracia de Dios la que nos hace identificarnos íntimamente con Cristo; no es nuestra fuerza, ni nuestras capacidades, sino su gracia, su amor.
El sentido de estas palabras de Jesús nos las revela él mismo: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y dar su vida en rescate por muchos” (v.45). El corazón de Dios no sabe, ni responde más que a una razón: el amor. Es este amor infinito el que ilumina el camino del Hijo de Dios en su existencia terrena. Como nos dice la carta a los Hebreos, tenemos un Sumo Sacerdote capaz de compadecerse de nosotros, y de nuestras debilidades, porque se ha hecho uno de nosotros al asumir nuestra humanidad, y ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, podemos acercarnos con confianza al trono de la gracia, donde alcanzaremos misericordia y encontraremos el auxilio para nuestra debilidad.
2. Queridos hermanos, nos hemos reunido esta tarde a los pies de la imagen del Corazón de Jesús que preside este lugar, centro geográfico de España, para orar por la evangelización. Creo oportuno en este momento traer unas palabras del Papa Benedicto XVI en su primera carta Encíclica, “Deus caritas est”: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (n.1).
Sí, hermanos, la evangelización es el anuncio de un Nombre, del único nombre que puede salvar: Jesucristo. No hay verdadera evangelización si el hombre no se encuentra con Cristo, si Cristo no llega hasta el corazón y lo cambia, lo transforma, lo envuelve con su amor, solo así esta experiencia se manifestará en la existencia cotidiana. La evangelización no puede ser un barniz, sino que tiene que impregnar hasta lo más profundo; el evangelizador por su parte, tendrá que tener la actitud del sembrador que deja caer la semilla en el campo, sabiendo que no es él quien hace crecer, ni siquiera quien recoge, o la espiritualidad del Bautista que llama, pero después desaparece para que sea Cristo quien viva. El Papa Francisco lo ha expresado así: “Evangelizar no es hacer proselitismo. Es decir, evangelizar no es irse de paseo, ni reducir el Evangelio a una función, ni hacer proselitismo. Es lo que nos dice Pablo aquí: ‘no lo hago para gloriarme’ –y añade– ‘al contrario, es para mí una necesidad imperiosa’. Un cristiano tiene la obligación, con esta fuerza, como una necesidad, de llevar el nombre de Jesús, desde su mismo corazón” (Homilía en Santa Marta, 9/9/2016). Evangelizan los testigos.
La evangelización no es una iniciativa humana que la Iglesia ha secundado a lo largo de los siglos; la evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20).
Este mandato arraigó en nuestra tierra, España, desde los albores mismo del cristianismo, más de veinte siglos de labor evangelizadora que han dado muchos frutos de santidad, y que pedimos siga dándolos, por eso esta tarde rogamos por la evangelización de España; pedimos seguir en el camino de nuestros mayores que con sencillez, audacia, y perseverancia transmitieron la fe, como nosotros queremos hacerlo hoy.
Somos conscientes que vivimos en un mundo que ha cambiado, y cambia a gran velocidad, vivimos una secularización que asola las raíces mismas de la fe que ha configurado nuestra realidad hispana y occidental, y que tanto bien ha traído a nuestra tierra y a nuestras gentes, algunos, con razón, hablan de una sociedad post-cristiana, pero nosotros, los cristianos, sabemos que Dios sigue presente, que su amor no tiene fin, por eso estamos llamados siempre a renovar nuestra evangelización. En las orientaciones pastorales para los próximos años, los obispos de España nos preguntamos, ¿cómo evangelizar en la actual sociedad española? “La misión evangelizadora de la Iglesia en España se encuentra con dos tipos de dificultades: unas vienen de fuera de la cultura ambiental; otras vienen de dentro, de la secularización interna, la falta de comunión o de audacia misionera”.
Para responder a estos desafíos que se presentan a la misión evangelizadora de la Iglesia en España, debemos volver a los elementos que a lo largo de la historia han dado fundamento a nuestra fe:
a. Una Iglesia de confesores y mártires. La iglesia en España se ha visto siempre adornada por la santidad de sus hijos. Desde el comienzo somos una Iglesia que ha confesado la fe, y no sin dificultades, incluso con el derramamiento de la sangre de muchos de los cristianos; una iglesia de místicos, una iglesia que ha creado cultura y que ha arraigado en el corazón de sus hijos. Por eso, la evangelización hoy exige de nosotros conversión personal y pastoral, revitalización de la fe, compromiso en su transmisión, una identidad clara, y gran capacidad para llegar a los hombres de nuestro tiempo; es necesario que nos hagamos conscientes que la evangelización es obra del Espíritu Santo con el que queremos colaborar en confianza y docilidad.
b. Una Iglesia siempre unida a la Sede de Pedro. La comunión de fe con los sucesores del apóstol Pedro, y la adhesión y amor a su persona y magisterio han identificado a nuestro cristianismo. Por eso, la evangelización de España también en este momento debe tener este signo de identidad; debemos evangelizar en comunión con el Papa y su magisterio, al que hemos de unir nuestro afecto sincero y filial; difícilmente podremos evangelizar desde el desafecto al Sucesor de Pedro y el cuestionamiento de sus enseñanzas.
c. Una Iglesia misionera. España siempre ha sido una Iglesia en salida, en salida misionera; hijos de esta tierra han llevado el Evangelio a todos los rincones del Orbe, y lo siguen haciendo. Francisco Javier y miles de nombres con él escriben unas de las páginas más bellas de nuestro cristianismo, al tiempo que nos muestran el camino de la misión como esencia de la fe; pero no habrá misión si no hay verdadera vida cristiana, si no cultivamos la vida interior, si no despertamos la pasión por Cristo, ya desde la familia.
d. Una Iglesia samaritana. Todos reconocerán que somos discípulos de Cristo si nos amamos los unos a los otros, por eso la caridad es también un elemento esencial de nuestra Iglesia. Hemos evangelizado mediante la caridad, y lo seguimos haciendo. La credibilidad de la fe viene por la caridad, por el amor a los demás, especialmente a los más pobres. Seguiremos evangelizando si seguimos viviendo la caridad de Cristo, porque la caridad es evangelizadora, y si nos dejamos evangelizar por los pobres.
e. Finalmente, somos una Iglesia mariana. María es cimiento fundamental de la Iglesia, y lo ha sido de nuestra tierra. Somos una Iglesia mariana, como le gustaba decir a S. Juan Pablo II: “España, tierra de María”.
La Virgen es la mejor evangelizadora, donde Ella llega, donde está, allí vive su Hijo, si la dejamos, si la acompañamos, Ella volverá a evangelizar España. A la Santísima Virgen le encomendamos nuevamente la obra de la evangelización.
Queridos hermanos, los que estáis aquí en el Cerro de los Ángeles, y los que nos seguís a través del canal de TV EWTN, os invito a seguir rezando sin desfallecer para que Jesucristo sea conocido, amado y seguido, con la convicción que Él es con mucho lo mejor, por tanto, la evangelización es la mejor obra de amor para con los hombres nuestros hermanos.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe