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Joaquín María López de Andujar y Cánovas del Castillo

“Y le llevó a Jesús”

Carta a los Jóvenes
con motivo de la MISIÓN JUVENIL DIOCESANA

Primera Carta Pastoral del Obispo de Getafe

ÍNDICE

1. ¡Queridos jóvenes, mi alegría y mi esperanza!
2. “No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os he elegido a vosotros”
3. “Que sean uno, como tú y yo somos uno”
4. “Jesús fijando en él su mirada lo amó”
5. “No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno”
6. “Santifícalos en la verdad”
7 .Conclusión

CARTA A LOS JÓVENES CON MOTIVO DE LA MISIÓN JUVENIL DIOCESANA “Y le llevó a Jesús”(1)

1. ¡Queridos jóvenes, mi alegría y mi esperanza!:

En estos últimos años hemos tenido la oportunidad de estar juntos en numerosos momentos, tanto en grandes acontecimientos como a través de conversaciones personales. He tenido la ocasión de administraros a muchos de vosotros el sacramento de la Confirmación precedido, en bastantes casos, de reuniones muy sinceras y fructíferas; he podido caminar con vosotros -incluso físicamente-, en varias peregrinaciones y he tenido la dicha de estar con vosotros en campamentos de verano, jornadas diocesanas, proyectos sociales y otras muchas actividades juveniles.

Gracias a éstas y otras situaciones, hoy pongo nombre a muchos rostros, conozco vuestro modo de ser, y he podido observar, palpable y visiblemente, el cambio que la acción de Cristo ha producido en muchas de vuestras vidas. Cuando Cristo entra en la vida de un joven todo comienza a ser nuevo en él, su alegría se acrecienta ante el tesoro que acaba de descubrir y toda su energía interior se orienta hacia el amor a Dios y a los hermanos.

Ahora, con motivo de la Misión Juvenil Diocesana que, en comunión con las diócesis hermanas de Madrid y de Alcalá de Henares, vamos a iniciar, quisiera mostraros, una vez más, mi cariño y mi preocupación por vuestro presente y futuro, con la mirada paternal de Dios Padre, el corazón de Cristo Buen Pastor y la permanente presencia a vuestro lado del Espíritu Santo. Y quisiera también deciros que confío en vosotros y que cuento con vosotros en la aventura apasionante de la evangelización de los jóvenes. Me habéis dado muchas pruebas de confianza y estoy seguro de que, guiados por el Señor, podréis llevar -ya la estáis llevando- la luz del evangelio y el gozo del conocimiento de Cristo a muchos jóvenes y a muchos ambientes donde, normalmente, sólo por vuestra mediación y testimonio, esa luz y ese gozo pueden llegar.

Llevamos varios meses preparando la Misión Juvenil. Muchos estáis participando en esa preparación. Son numerosas las iniciativas que vais proponiendo y va creciendo en todos el deseo de anunciar a Cristo. Es, sin duda, el Espíritu del Señor el que, ante la multitud de jóvenes que en nuestra Diócesis no le conocen, nos hace sentir la urgencia de la evangelización.

A vosotros, jóvenes que, por la gracia de Dios, vais ya alcanzando una madurez en la fe, quiero dirigirme especialmente en esta carta. Quiero que seáis y os invito a ser, junto con los sacerdotes, consagrados y catequistas que os acompañan, los principales protagonistas de la Misión Juvenil Diocesana.

Desde el primer día de mi servicio ministerial como Obispo de la Diócesis de Getafe, quise presentar la evangelización del mundo juvenil como una de mis prioridades pastorales. Si los más jóvenes fueron objeto de una atención y cercanía singulares por parte de Jesús(2), ¿cómo no lo ibais a ser también vosotros para mí? Todos los días le pido a Dios que me haga sentir el amor de predilección que Jesús manifestó al joven del evangelio(3) y que nunca me canse de anunciar a Jesucristo y de proclamar su evangelio como la única y sobreabundante respuesta a las más radicales aspiraciones de los jóvenes(4).

Me dirijo a vosotros que ya vais conociendo esa respuesta y habéis ido dando importantes pasos en la fe, y tratáis de vivir vuestra juventud con una entrega decidida a Cristo, conscientes de vuestra pertenencia a la Iglesia, vinculados a vuestras parroquias, movimientos, capellanías, colegios y centros juveniles de nuestra diócesis. Y quiero hablaros, con el corazón en la mano, haciéndoos participes de mis sentimientos más hondos.

He de confesaros que, muchas veces, cuando recorro la Diócesis durante mis visitas pastorales, al fijarme en la enorme cantidad de niños, adolescentes y jóvenes que asoman por los patios de los colegios, las aulas de los campus universitarios, las plazas de los pueblos, los lugares de ocio y diversión, o los lugares de trabajo, me pregunto: ¿Habrán recibido ya la Buena Noticia del Evangelio? ¿Quién les hablará de Dios a todos ellos? ¿Qué podríamos hacer para que conociesen a Cristo? ¿Quién dará un sentido a su porvenir, a su juego y estudio, a su vida familiar y laboral, a su noviazgo y responsabilidad, a sus futuras ilusiones y desengaños en la vida? ¿Quién podrá llegar hasta esos corazones, a menudo heridos, despersonalizados, desorientados y hasta necesitados de estima? ¿Cómo acudir a una llamada de auxilio, a veces inconsciente por su parte, que brota silenciosa desde lo más profundo del corazón del largo medio millón de jóvenes que viven en el Sur de Madrid? Son situaciones en las que la mirada se hace reflejo de la de Cristo, cuando “al ver a la gente, sintió compasión de ellos”(5).

Me dirijo a vosotros, jóvenes cristianos, porque no sólo sois mi alegría sino también mi esperanza. En esta gran misión de dar a conocer a Cristo a los jóvenes, los primeros y principales evangelizadores sois vosotros, los propios jóvenes. Y sin vosotros es imposible que haya una misión juvenil. Quiero que os sintáis no sólo objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia, sino también sujetos activos y artífices de la evangelización de los jóvenes de nuestra diócesis(6). Y sólo hay un camino para hacer partícipes a otros jóvenes del don precioso de la fe y del conocimiento de Cristo. Ese camino es el de la santidad. Sabéis, porque ya lo habéis vivido muchas veces, que la gracia de Dios hace maravillas; y que cuando uno ha experimentado en su propia vida la belleza del evangelio y de la vida cristiana, la alegría de la fraternidad y la certeza de sentirse amados por Dios, nada ni nadie podrá detenerle en la carrera hacia la santidad y en el deseo de comunicar a sus amigos jóvenes el gozo inigualable del encuentro de Cristo. Para evangelizar hace falta fervor espiritual, encuentro personal con Cristo y experiencia íntima del amor divino. Eso es la santidad.

Conservemos y acrecentemos el fervor espiritual y el anhelo de santidad. Ese es el secreto de la fecundidad apostólica. “Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo como Juan Bautista, como Pedro o como Pablo, como los otros apóstoles, como esa multitud admirable de evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia, con un ímpetu interior que ninguna fuerza fue capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y, ¡ojalá!, el mundo actual que busca, a veces con angustia, a veces con esperanza, pueda así recibir la Buena Noticia, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de evangelizadores, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino y de implantar la Iglesia en el mundo”(7).

Nuestro Señor Jesucristo nos lo ha prometido: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago y aun mayores”(8). Los santos son la prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos animan a creer que ello es posible también en estos momentos difíciles de nuestra historia(9).


1 Jn 1,42 
2 Cf. Mc 10,13
3 Cf. Mc 10,21
4 Cf. Juan Pablo II. Los fieles laicos, 46 
5 MT9,36
6 Cf. Juan Pablo II. Los fieles laicos, 46
7 Pablo VI. La Evangelización del mundo contemporáneo, 80 
8 Jn 14,12
9 Cf. Juan Pablo II. Iglesia en Europa, 14

2. “No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os he elegido a vosotros”(10).

“No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”(11). “Como el Padre me envió así os envío Yo”(12). Estas palabras de Jesús a sus apóstoles van hoy dirigidas a vosotros.

Os preguntaréis: ¿por qué nos ha elegido? ¿Por qué nos envía?

Os elige y os envía porque os necesita. Necesita brazos y corazones para trabajar en su mies. En nuestra Diócesis hay una gran multitud de jóvenes que anhelan con toda su alma una vida más digna, más feliz, una vida que les llene más. No os fijéis sólo en lo exterior, en lo que digan o dejen de decir sobre la Iglesia. Hay bastante ignorancia y bastantes tópicos sobre la Iglesia y sobre su mensaje. No entréis en discusiones de cosas abstractas. Fijaos en lo que hay en su interior; fijaos en sus búsquedas, en sus inquietudes y sobre todo en sus profundos deseos de amar y de ser amados; fijaos en el vacío de valores en el que, con mucha frecuencia, se mueven sus vidas y en su gran anhelo, muchas veces no expresado verbalmente, de una vida más auténtica.

En el corazón de todo joven hay una gran riqueza interior y una gran capacidad de generosidad. Pero esa gran capacidad de cosas grandes está, en muchos casos, sofocada y casi anulada por un modo de vivir muy superficial centrado sólo en el consumo, en el dinero y en un afán desmedido de querer disfrutar mucho de las cosas y de los otros, de manera inmediata y sin ningún esfuerzo y con unas grandes dosis de
egoísmo, pensando sólo en su propio gusto y en su bienestar. Una vida así entendida sólo produce vacío interior y malestar(13).

Vosotros sois enviados por el Señor no para proclamar verdades abstractas. El Evangelio no es una teoría o una ideología. El Evangelio es vida. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación”(14).

Si os fuera preguntando a cada uno de vosotros cómo fue vuestra conversión vital a Cristo, seguro que me diríais: Porque viví un acontecimiento (peregrinación, jornada, retiro, campamento...) y me encontré con una persona que me llevó a Cristo. Y ese encuentro con Cristo cambió mi vida. Y me sentí muy feliz porque al fin encontré lo que durante mucho tiempo venía buscando. Y me sucedió lo que a aquel hombre que un día descubrió en el campo un tesoro y vendió todo lo que tenía y no paró hasta poder comprar ese campo y quedarse con el tesoro(15). Ese campo es la Iglesia. Y ese tesoro es Jesucristo. Y ese hombre eres tú. Y como tú hay muchos jóvenes que buscan también ese tesoro, pero no son capaces de encontrarlo por que lo buscan mal: lo buscan en campos vacíos y estériles.

Ser cristiano es descubrir a Cristo como el gran tesoro de mi vida. Un tesoro que ya nadie me podrá arrebatar. Pero un tesoro que no quiero disfrutar yo sólo. Es un tesoro inagotable y nuestra mayor felicidad es poder dar a conocer ese tesoro a los demás. Porque ese tesoro es como un manantial en el que todos pueden beber hasta saciarse sin que el manantial se agote. Y además, dando a conocer ese tesoro, ese manantial de vida, a los demás y compartiéndolo con ellos no sólo no se agota para mí sino que crece en mi corazón y descubro en él, cada vez que se lo comunico a los demás, nuevas riquezas.

Vuestra tarea como misioneros de esta gran Misión Juvenil Diocesana ha de consistir en dar testimonio de esta vida iluminada por Cristo y decir, a los cerca de seiscientos mil jóvenes de nuestra Diócesis, que son hijos de Dios y que Dios los ama inmensamente. Los ama tanto que ha entregado a su Hijo querido, Jesucristo, su Palabra, para que tengan vida por medio de Él.

El joven, aunque en muchos casos no sea consciente de ello, tiene una gran necesidad de Cristo. Y ¿por qué tiene tanta necesidad de Él? Pues sencillamente porque en Jesucristo va a descubrir el misterio de su propia persona, su identidad, va a descubrir la verdad sobre el hombre, lo que el hombre es, y va a descubrir cual es su destino y cual es su vocación y cual es la forma de vivir más conforme con la dignidad del ser humano y, en definitiva, va a descubrir aquello que le va a hacer feliz.


10 Jn 15,16
11 Jn 15,16 
12 Jn 20,21
13 Cf. Juan Pablo II. Homilía en la Santa Misa para los delegados del Foro de los jóvenes. Manila, 13 de enero de 1995.
14 Benedicto XVI. Dios es amor, 1
15 Cf. Mt 13, 44.

3. “Que sean uno, como tú y yo somos uno”(16).

Muchos de los jóvenes a los que conocéis, y con los que convivís, han perdido la unidad de vida para la que Dios les ha creado. La experiencia nos hace asociar la unidad a lo bello, lo verdadero y lo bueno. Es fundamental, que ayudéis a vuestra generación a recuperar la unidad interior que está tan amenazada por la falsa cultura de la fragmentación, que produce sujetos débiles tanto en el plano moral como psicológico, y que es fruto de la pervivencia del pecado a través de la Historia. Si buscáis esa unidad interior a través de la comunión eucarística, de la intimidad con Jesús en la oración, del sacramento de la Reconciliación, de la consecución de la concordia en vuestros ambientes, podréis contribuir eficazmente a la unidad de vuestras familias, la sociedad, la nación y de todo el mundo.

Como Obispo, sabéis que una de mis mayores solicitudes es la unidad de la Diócesis. Os pido, por tanto, que viváis con esmero el don de la unidad para que, superando todo tipo de egoísmo, particularismos eclesiales, prejuicios ideológicos, acepción de grupos y personas, desconfianzas, afectos desordenados, personalismos, sigáis dando testimonio de unidad diocesana y trabajo interparroquial, como muchas veces ya habéis demostrado, en comunión afectiva y efectiva con el Santo Padre, la Jerarquía y la Iglesia Universal, descubriendo la unidad en la pluralidad. La Delegación Diocesana de Juventud está prestando un gran servicio de comunión entre los jóvenes. Doy las gracias a todos los que colaboráis en ella. Y os animo a seguir trabajando sin descanso para que los jóvenes de nuestra diócesis vean la Iglesia como la casa y la escuela de la comunión y seamos capaces de promover “una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre”(17).

En un mundo dividido por enemistades y discordias, vuestro testimonio de unidad, favorecido por los dones del Espíritu Santo que recibisteis en la Confirmación, es clave para que vuestros amigos puedan acercarse a la Iglesia y sentirse acogidos.


16 Jn 17,11
17 Juan Pablo II. Al comienzo del nuevo milenio, 43

4. “Jesús fijando en él su mirada lo amó”(18).

Desde el momento en que Dios se hace hombre, el hombre se hace capaz de llenarse de tal forma de la vida divina que se convierte, por su unión con Cristo, en el Espíritu, en hijo de Dios por adopción y coheredero, con Cristo, de los tesoros divinos.

Este es el mensaje que vosotros, jóvenes cristianos de la Diócesis de Getafe, debéis proclamar a todos los jóvenes, sobre todo a los más desvalidos y a los más necesitados de cariño y a los que lo estén pasando peor y a los que estén más perdidos. A cada uno debéis decirle: mira a Jesucristo y déjate mirar por Él y comprenderás todo lo que realmente vales a los ojos de Dios. Es muy consolador meditar las miradas de Cristo que aparecen en el evangelio. Son miradas que transforman a las personas. Podemos poner algunos ejemplos.

Meditemos aquel momento en el que Jesús mira a la mujer samaritana(19), junto al pozo de Jacob, y le pide un poco de agua para calmar su sed. Aquella mujer se siente verdaderamente asombrada y comienza con Jesús un diálogo que cambiará su vida.

Podemos pensar en cual fue para nosotros aquel “pozo de Jacob” junto al cual encontramos a Jesús. Quizás fue una convivencia, o un grupo de confirmación, o un campamento o un encuentro fortuito con un amigo, o una peregrinación. Dios y cada uno de nosotros lo sabe. Pero lo cierto es que en ese “pozo de Jacob”, un día encontramos a Jesús y lo cierto es también que quizás el Señor nos está pidiendo en esta Misión Juvenil Diocesana que cada uno se convierta en “pozo de Jacob” para que los que en el fondo de su corazón, posiblemente sin ser conscientes de ello, están deseando encontrarse con Jesús puedan realmente descubrirle.

O meditemos aquel momento en el que Zaqueo(20), desde el árbol, ve cómo Jesús le mira y le pide que le invite a comer y él se queda sorprendido y baja corriendo para preparar el banquete. Será un banquete inolvidable que convertirá al Zaqueo egoísta y usurero en un Zaqueo justo, generoso y lleno de la luz que brota de la presencia de Cristo. Esta imagen del banquete nos recuerda inmediatamente al banquete eucarístico. La Eucaristía es el alimento de nuestras vidas. En la Eucaristía nos unimos al Señor de tal manera que nos hacemos uno con Él; nos convertimos en el Cuerpo de Cristo y edificamos la Iglesia que alaba al Señor y proclama ante el mundo, lo mismo que Zaqueo, la maravillosa misericordia de nuestro Dios.

Ojalá, en esta Misión Juvenil, muchos de vosotros os convirtáis en ese “árbol” al que puedan subirse tantos “zaqueos” tristes y vacíos, por su egoísmo, y apoyados por vosotros sean capaces de encontrar, en medio de la multitud, a Cristo y dejarse mirar por Él.

O pensemos, por ejemplo, en la mirada de Jesús a Pedro(21), después de su cobardía en la pasión cuando, interrogado por una criada del sumo sacerdote, niega ser discípulo de Jesús. La mirada del Señor, cuando se cruzan en el camino, es una mirada que a Pedro le llega al corazón de tal manera que, según dice el evangelio, salió fuera y rompió a llorar amargamente. Fue una mirada llena de perdón y comprensión que se le quedó clavada a Pedro para toda su vida, hasta el punto de convertirle en el gran apóstol, que terminaría dando la vida por Jesús, clavado también en una cruz como su maestro.

Seguro que nosotros en algún momento, cuando nos ha dado miedo dar testimonio de Cristo, también hemos sentido esa mirada de Cristo. Y también hemos llorado por nuestra cobardía. Y también hemos sentido el consuelo de su perdón.

La Misión Juvenil nos da la oportunidad de vencer miedos y complejos absurdos y, acordándonos de esa mirada de Cristo que tantas veces nos ha perdonado, ser capaces de llegar a muchos jóvenes que van por los caminos equivocados del pecado y creen que su vida ya no tiene solución, para ponerles ante la mirada de Jesús llena de amor y que esa mirada les conforte y, con la ayuda de la gracia que brota del sacramento de la reconciliación, reconstruya sus vidas.

El encuentro con Cristo siempre produce alegría. Sin embargo cuando no se sabe mirar a Cristo o se le rechaza, aparece la tristeza. Esta fue la experiencia del joven rico después de alejarse de Jesús(22). Nuestra misión diocesana ha de dirigirse también a los jóvenes que, quizás algún día, estuvieron con el Señor y después y por miedo a dejar sus “riquezas” se alejaron. Y ahora viven tristes. Posiblemente algunos compañeros vuestros, después de bautizarse, recibir la primera Comunión y hasta confirmarse, no han vuelto a aparecer por la Iglesia. Tenéis que llegar a ellos. “Vosotros sois la sal de la tierra”(23) que, esparcida por los distintos ambientes, ha de llegar a todos los rincones de los que envejecen sin Dios.

En muchos casos, evangelizaréis vuestros entornos, no tanto por la palabra cuanto por el testimonio de una vida feliz. “Los hombres de hoy están cansados de palabras y discursos vacíos de contenido, que no se cumplen. (...) Seréis verdaderos testigos cuando vuestra vida se transforme en interrogante para los que os vean y se pregunten ¿Por qué actúa así este joven?, ¿por qué se le ve tan feliz?, ¿por qué procede con tanta seguridad y libertad? Si vivís así, obligaréis a los demás a confesar que Cristo está vivo y presente”(24).

Seréis con vuestra vida respuestas vivas de Cristo: ¡El único evangelio que muchos leerán en su vida!


18 Mc 10,21
19 Cf. Jn 4,7-39
20 Cf. Lc 19,1-10
21 Cf. Mc. 14,66-72 
22 Cf. Lc 18,18-23
23 Cf. Mt 5,13
24 Juan Pablo II, Homilía de la Misa con los jóvenes, San Juan de Lagos (México), 1990. 

5. “No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno”(25).

“Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno”(26).

Dios os ha puesto en el mundo para que colaboréis con Él en la obra de la Creación y de la Redención. Cuando contemplamos todas las obras de la Creación y de la Redención, todas ellas “significan amor, y predican amor y te mandan amor” (27)¡Tan grande ha sido su amistad con vosotros! Y os sigue llamando para que podáis invitar a todos a construir con vosotros la civilización del amor.

¡Responded sin miedo a la llamada de Dios!

Esta llamada de Dios se puede concretar a través de tres cauces. ¡Estad muy atentos para descubrir qué es lo que Dios quiere de vosotros! Porque podéis estar seguros de que lo que Dios quiere para vosotros es lo que os va a hacer más felices

Por un lado la vida sacerdotal: si Jesús os pide que le representéis sacramentalmente al frente de la comunidad eclesial, en vez de huir, agradecédselo y responder con claridad. Nuestro Seminario ha crecido por la respuesta generosa de muchos de vosotros, pero sigue sorprendiendo la desproporción que existe entre aquellos a los que Dios llama y los que corresponden.

También, la vocación religiosa: son trece los monasterios contemplativos en nuestra Diócesis y muchas más las congregaciones de vida activa que vencen al Maligno diariamente con su contemplación y su caridad. La vida realizada de los jóvenes que han ingresado en ellas, es todo un reclamo de santidad para nosotros. Ellos deben participar activamente en nuestra Misión: las contemplativas con su oración y todos los consagrados dando un ejemplo de comunión eclesial y de ardor apostólico y poniendo sus casas e instituciones al servicio de este momento de gracia que vamos a vivir en la Diócesis.

Y, por supuesto, está la llamada a la santidad en la vida laical y matrimonial: las parejas de jóvenes cristianos son hoy una bendición para una sociedad necesitada de amor y de familias felices. La Iglesia y la sociedad necesitan matrimonios santos que, reflejando en su unión el amor irrevocable de Cristo a la Iglesia, sean el fundamento de familias que, a ejemplo de la familia de Nazaret, alaben a Dios y ayuden a crecer a sus hijos “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”(28).

Recordad las palabras del Papa hace un año en Colonia: “Los santos, hemos dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”(29).

Así es: en una época como la nuestra, amenazada por el laicismo, la Iglesia necesita de jóvenes laicos valientes que defiendan los intereses de Dios en los foros públicos –enseñanza, política, trabajo, diversiones-, donde otros tratan de relegarlos.


25 Jn 17,15
26 1 Jn 2,13
27 Cf. San Juan de Ávila. Tratado del Amor Divino, n. 2
28  LC 2,52 
29  Benedicto XVI. Vigilia de oración en Merienfeld, 20 de agosto de 2005. 

6. “Santifícalos en la verdad”(30).

“¡Cuántos jóvenes no han encontrado la verdad, y arrastran su existencia sin un ‘para qué’!; ¡cuántos, quizá después de vanas y extenuantes búsquedas, desilusionados y amargados se han abandonado, y se abandonan todavía, en la desesperación! ¡Y cuántos han logrado encontrar la verdad después de angustiosos años llenos de interrogantes y experiencias tristes!”(31). En los últimos siglos se ha tratado de sustituir la certeza por la sospecha y la verdad por el relativismo, pero no han logrado, ni lograrán nunca, apagar el esplendor de la verdad y el atractivo natural humano hacia lo que corresponde realmente a los deseos del corazón. Si tenéis pasión por la verdad ésta os hará libres y ayudaréis a los demás en su camino hacia la santidad.

Dios quiere que en esta Misión os convirtáis en auténticos servidores de la verdad. Jesús, Hijo de Dios hecho hombre es la Verdad. El Evangelio que nos ha sido confiado es la Palabra de la Verdad. “Una Verdad que nos hace libres y que es la única que procura la paz del corazón. Esto es lo que la gente va buscando cuando les anunciamos la Buena Nueva: van buscando la verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo”(32). Nosotros no somos los dueños de la Verdad. Somos servidores de la Verdad, herederos de la Verdad. Estamos al servicio de la Verdad. Una Verdad que nos ha sido entregada por la Iglesia.

“El evangelizador será aquel que, aún a costa de sacrificios y renuncias, busca siempre la verdad que debe trasmitir a los demás. Ni vende, ni disimula la verdad por deseo de agradar a los hombres o de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No oscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad o por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla”(33).


30  Jn 17,17 
31  Juan Pablo II. Discurso a los jóvenes, Roma 13 de octubre de 1979. 
32  Pablo VI. La evangelización del mundo contemporáneo, 79 
33 Ibíd.

7. Conclusión:

Andrés pasó una tarde con Jesús, vio dónde vivía, se entusiasmó y, convencido de que había encontrado a alguien excepcional, en cuya compañía todo encontraba sentido, se quedó con Él. Aquél discípulo descubrió entonces, que para hablar bien de Jesús, no hay más que amarle. La consecuencia del amor es el apostolado. Andrés fue donde estaba su hermano Simón, “y le llevó a Jesús (34)”.

Sabed, que los jóvenes sois los primeros evangelizadores de los jóvenes. Así lo señaló el Concilio Vaticano II(35).

Ciertamente, -como apunté hace unos meses al prologar nuestro Proyecto Diocesano de Juventud-, “es muy grande la tarea que hemos de realizar. Son muchos los jóvenes que, inmersos en una cultura alejada de Dios, se sienten perdidos ‘como ovejas sin pastor’(36). Pero también sois muchos los que en nuestra diócesis, tocados por el Espíritu Santo, habéis escuchado la llamada del Señor y deseáis con todo el corazón ayudar a los jóvenes a encontrarse con Cristo. La misión que se nos confía es inmensa y apasionante. Sabemos por experiencia que, como la tierra fecunda de la parábola(37), hay mucha gente joven esperando que algún sembrador deposite en ellos la semilla de la Palabra. No podemos defraudarles. Confiemos en la fuerza de la Palabra. Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, que hará posible que en nuestra debilidad se manifieste el poder de Dios”(38).

Encomendamos a Nuestra Señora de los Ángeles, patrona de la Diócesis, a los jóvenes de Getafe, para que ella los cuide y eduque con el mismo cariño y la misma ternura con que lo hizo con Jesús. Y en sus manos ponemos nuestra Misión Juvenil Diocesana.

¡Señor Jesús, Vida de cuantos nos acercamos a Ti!
Bajo tu amorosa Providencia ponemos nuestro ardor misionero...

¡Danos a tu Madre, la Virgen!
Que Ella nos eduque el corazón para la entrega cada día de esta Misión Juvenil.
Con Ella deseamos vivir el amor de hijos, queremos ser discípulos amados junto a la Cruz.

Con Ella, mujer de oración profunda,
queremos saborear la Palabra auténtica del Evangelio para hacerla vida en nosotros
y llegar a todos los jóvenes,
para que los alejados vuelvan al calor de la Iglesia, los indiferentes sientan la mirada de Jesucristo,
y todos renovemos la alegría de ser católicos.

¡Jesús! Danos la gracia de ser luz en el mundo
y conviértenos en tus jóvenes misioneros,
ya que nos comprometemos para colaborar generosamente en las actividades de la Misión Juvenil
para que nada de este amor se pierda.

¡Vive Tú en nosotros, vive en el mundo!. Amén.

¡Jóvenes misioneros de Getafe, confiad en el Señor, acogeos al amor maternal de la Virgen María y, sin ningún temor, dejaos empujar por el Espíritu!

Os abraza y bendice, vuestro Obispo:

Getafe, 15 de Agosto, Solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los Cielos, del año 2006.

+ JOAQUÍN MARÍA Obispo de Getafe


34 Jn 1, 42
35 Cf. Concilio Vaticano II. Decreto sobre el apostolado de los laicos, 12.
36 Mt 9,36
37 Cf. Mt 13,23
38 Delegación de Juventud. Proyecto de Evangelización de los jóvenes de la Diócesis de Getafe, “Jóvenes en la Iglesia, cristianos en Getafe”. 2004, pág. 10.