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Carta de D. Joaquín María con motivo de la Misión joven en la Diócesis de Getafe Año 2007
EN EL NOMBRE DE CRISTO: ¡VIVE!
La misión está en marcha. El Señor nos ha tocado el corazón y, enviados por Él, nos hemos puesto en camino. Siempre es Cristo quien envía.
Un día escuchamos su voz que nos decía: sígueme. Le creímos, le seguimos y empezamos un trato de amistad con Él. Conversando con Él, en la oración y en la escucha de la Palabra, fuimos aprendiendo a derribar las barreras de la superficialidad y del miedo. En el sacramento de la reconciliación empezamos a gustar la alegría del perdón y la posibilidad de una vida nueva. Recibiendo, en la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre comenzamos a entender que no hay mayor amor que el que da la vida por sus hermanos. En los numerosos encuentros, vividos en nuestras comunidades parroquiales o con jóvenes de otros muchos lugares, fuimos descubriendo a la Iglesia como pueblo sin fronteras, que se abre paso en medio del mundo, como signo de vida y salvación para todos los hombres. Y nos fuimos sintiendo cada día más felices de pertenecer a ese Pueblo. En los momentos difíciles, en los momentos de prueba, que es cuando de verdad se descubre hasta que punto nuestras opciones son auténticamente válidas, hemos comprobado que sólo de Jesús se pueden recibir respuestas que no engañan ni defraudan.
Ahora el Señor nos envía. Vemos con claridad que Él está despertando en nosotros una nueva conciencia de su presencia. Nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir la urgencia de llevar su amor misericordioso a esa gran multitud de jóvenes que no le conocen. También en nosotros se está cumpliendo la Palabra que escucharon los profetas: «Antes de formarte en el vientre te escogí»'.
Poco a poco, en nuestros proyectos de misión, Él nos está ayudando a descubrir el modo práctico de concretar el «yo te envío». No podemos quedamos sólo en palabras o en vagos y difusos sentimientos. Tenemos que convertir en tareas concretas y en propuestas bien definidas nuestro anuncio misionero. Yeso es
lo que ya estamos haciendo. Demos gracias a Dios. Todos los proyectos son expresión de vida y esperanza. Llevan la marca de la confianza en el Señor y darán mucho fruto. Estoy completamente seguro.
Sí; confiemos en la fuerza de su Espíritu Santo que nos va a llenar de fortaleza, sabiduría, entendimiento y valentía para llevar adelante estos proyectos. Y no sólo estos proyectos sino también todos los que vengan después. Todo, en nosotros y en la Iglesia, tiene que estar lleno de dinamismo misionero. Porque la misión empieza ahora pero no termina nunca. La misión va más allá de los proyectos. La misión es, sobre todo, una actitud interior que tiene que transformar el corazón del misionero para llenarle, día a día, de amor divino y hacerle servidor de sus hermanos hasta identificarse con Jesús, dando su vida por ellos. La misión tiene que entrar en el ser más profundo de nuestras parroquias, colegios y asociaciones para que en ellas todo se oriente hacia un
anuncio de Cristo, claro, valiente, explícito, directo e interpelante, sin respetos humanos, dando a nuestros hermanos que «viven en tinieblas y en sombras de muerte», la vida de Aquel que ha sido constituido Señor de todas las gentes y luz de las naciones. El mundo necesita a Cristo. Los jóvenes necesitan a Cristo. Tenemos que decir a cada joven: en el nombre de Cristo ¡vive! Tenemos que
descubrir a los jóvenes que una vida sin Cristo puede irse sosteniendo con entretenimientos, con evasiones, con activismo, con afán de poder y notoriedad, con pequeños sorbos de felicidad efímera; pero, al final, termina en la desesperanza y en el desprecio de la vida misma. Los jóvenes están hambrientos de vida y sólo en Cristo encontrarán la vida verdadera. Tenemos que abrirles los
ojos para que no cedan a los atractivos y a los fáciles espejismos del mundo, que a menudo se transforman en trágicas desilusiones. Tenemos que llevarles a Jesús para que en Él encuentren la felicidad y la luz.
En estos momentos, embarcados en este gran proyecto de la Misión Joven, suelen aparecer los temores y las vacilaciones. Seguro que en nuestra imaginación habrá momentos en que todo aparecerá muy difícil y poco menos que irrealizable. Y no faltarán las voces de quienes nos llamen ilusos. Pero es entonces cuando tenemos necesidad de oír la voz del Señor que nos dice: «No les tengas miedo (...) Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce (...) Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque Yo estoy contigo para librarte»3.
El trabajo de la misión no es cosa nuestra, es cosa del Señor. Él nos ha elegido, Él nos ha llamado, Él está junto a nosotros y nos acompaña. Y nosotros, Iglesia que camina en Getafe con la mirada fija en el Señor, nos fiamos de su Palabra.
Os abraza y bendice, vuestro Obispo:
+ Joaquín María