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¡GRACIAS, FAMILIA!

Queridísimas familias,

La solemnidad de la Sagrada Familia, celebrada en el marco admirable de la Navidad, me ofrece una ocasión privilegiada para dirigirme a vosotras, entrar en vuestros hogares y saludaros personalmente, con afecto paternal. Lo hago desde mi condición de Pastor y Servidor vuestro, en la Iglesia de Getafe que camina al encuentro del Rey de la gloria, en nuestro Sur de Madrid. Nos hallamos en un momento de capital importancia para el futuro de la familia y, por lo tanto, de la sociedad y de la Iglesia. La familia es uno de los bienes más grandes y sagrados de la humanidad de todas las épocas y culturas. Sin la familia, la Iglesia y la sociedad desaparecen. Sin ella, el hombre queda huérfano en un mundo de intereses egoístas, sometido a la lógica de la manipulación. ¿No será ésta la razón última del desprecio que algunos manifiestan hacia la familia y la causa de los múltiples atentados a los que se ve sometida en nuestra sociedad? Ciertamente la familia sufre una situación muy desconcertante. Por una parte, es una institución altamente valorada de modo privado por las personas; pero, por otra, es muchas veces vilipendiada en su dimensión social(1). Es tarea ineludible de la Iglesia defenderla, fortalecerla, acompañarla y sostenerla. ¡La Iglesia no es indiferente a vuestros gozos y esperanzas, tristezas y angustias! (2). Ella os acompaña con su solicitud maternal y os alienta a seguir siendo iglesia doméstica, santuario de la vida y esperanza de la sociedad.

DOY GRACIAS A DIOS POR CADA UNA DE VUESTRAS FAMILIAS, Y POR LA PASTORAL FAMILIAR EN NUESTRA DIÓCESIS

Con esta carta quiero, en primer lugar, dar gracias a Dios por cada una de vuestras familias y por el bien insustituible que aportáis a nuestra diócesis y a toda la sociedad. También quiero mostraros mi profunda gratitud, queridas familias, por el papel tan importante que jugáis en nuestro mundo actual, tan necesitado de contemplar en vosotros el verdadero amor. Os agradezco de corazón todas las acciones que estáis promoviendo en el ámbito de la Pastoral Matrimonial y Familiar, y en el de la defensa de la dignidad de la vida humana. He tenido la dicha de compartir con vosotros momentos verdaderamente inolvidables en multitud de encuentros parroquiales o diocesanos, durante el curso y en verano, en los que he podido experimentar con vosotros la belleza del plan de Dios sobre la familia. Sois la esperanza del mundo.

¿Cómo no agradecer a Dios, y a cada uno de vosotros, el testimonio de vuestro amor mutuo, de vuestra apertura al don divino de la vida, de vuestro respeto a su valor sagrado desde su concepción hasta su fin natural? ¿Cómo no agradecer vuestro precioso servicio a la Iglesia y a la sociedad en la educación integral de vuestros hijos? Y, ¿cómo no mostrar mi agradecimiento personal, y el de toda la comunidad diocesana, por vuestra colaboración en la construcción de la Iglesia y de la sociedad en sus diversos ámbitos?

Vuestra labor se concreta en múltiples acciones, todas ellas de un valor incalculable: en la transmisión de la fe a vuestros hijos y en el esfuerzo continuo por educarlos en las virtudes cristianas; en el cultivo de la oración y de la vida de piedad en la familia; en la vivencia de la caridad en el hogar, con el ejercicio del respeto, del amor mutuo y del perdón que cada día os ofrecéis; en el testimonio de vuestra fe y de vuestra esperanza en medio de las dificultades, problemas diversos y sufrimientos que acompañan la vida de vuestras familias. ¡Gracias, familias de la diócesis de Getafe, por vuestro luminoso testimonio de amor!

Además este testimonio vuestro no se encierra en los muros de vuestra vida familiar. Muchos de vosotros estáis implicados activamente en la vida de vuestras parroquias, movimientos y asociaciones. Desarrolláis una magnífica labor en la catequesis de adultos, jóvenes y niños. Prestáis un gran servicio en los centros escolares donde estudian vuestros hijos, vigilando que su educación sea íntegra y respetuosa con vuestras convicciones espirituales y morales. Quiero agradecer especialmente vuestra labor en las múltiples iniciativas que, en el campo de la Pastoral Familiar, habéis llevado a cabo durante estos años en nuestra joven diócesis de Getafe: la Delegación de Familia y Vida, que coordina y alienta múltiples actividades diocesanas; los distintos Centros de Orientación Familiar (COF) que se han abierto en nuestra diócesis y que ofrecen ayuda a las familias con dificultades, contando con la colaboración de profesionales capacitados; los cursos de educación afectivo-sexual para jóvenes y los cursos de monitores para el aprendizaje de los métodos naturales para la regulación de la fertilidad organizados por el COF; los Equipos Itinerantes de Pastoral Familiar, que han presentado en muchas parroquias el Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España de la Conferencia Episcopal; el curso «Matrimonio y familia», puesto en marcha por el COF en colaboración con el Centro Diocesano de Teología. También quiero agradecer la labor de los movimientos familiares, como Encuentro Matrimonial, Encuentro de Novios, Familias de Nazaret, Hogares de Santa María, Acción Católica; y la de otros grupos que acompañáis a nuestras familias. Por último, he de mencionar también la labor cotidiana y silenciosa de nuestras parroquias, con sus sacerdotes al frente. En las parroquias encontráis el rostro más familiar de la Iglesia que os acoge con los brazos abiertos y que os ofrece un lugar para desarrollar vuestra vida familiar en la fe ¡Gracias a todos por vuestro servicio impagable a la causa del Evangelio de la familia y de la vida! ¡Gracias por vuestra participación en la construcción de la Civilización del Amor y de la Vida!

DIFICULTADES Y OBSTÁCULOS PARA LA TRANSMISIÓN DEL EVANGELIO DE LA FAMILIA Y DE LA VIDA

¡Muchas veces me habéis hecho partícipe de vuestras dificultades! Las conozco muy bien y, con vosotros, quiero cargarlas sobre mis hombros. Son muchos los obstáculos que todos encontramos en el anuncio del Evangelio de la familia y de la vida.

La raíz de todos los males es el olvido de Dios y de su amor, origen de la vida y de toda familia humana. Juan Pablo II, hablaba del « eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el secularismo, que con sus tentáculos penetrantes no deja de poner a prueba, a veces, a las mismas comunidades cristianas”. Y después añadía: “ Quien se deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en el torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida»(3).

Hemos llegado a una situación en donde la verdad está siendo silenciada: la verdad del cosmos como obra del Creador, con sus leyes inmutables que lo rigen y ordenan, y que el hombre debe respetar; la verdad del hombre y de su naturaleza corporal y espiritual a la vez, de su origen y destino eternos y, por lo tanto, de su vocación y de su identidad más profunda. La crisis que sufrimos en la actualidad, más allá de la crisis económica, es una crisis de verdad, una crisis moral, una crisis de conceptos y de valores, cuya consecuencia inevitable es la crisis de sentido. Los términos «amor», «libertad», «entrega sincera», e incluso «persona», ya no significan lo que su naturaleza contiene.

Todavía seguimos padeciendo, y quizás con mayor intensidad, los perniciosos efectos de la llamada «revolución sexual» que comenzó en los años sesenta del siglo pasado. El amor, la sexualidad, el matrimonio, la familia y la procreación son realidades inseparables. Sin embargo la «revolución sexual» propugnó una libertad sin barreras, entendida como un proceso de liberación que supuestamente traería más felicidad a las personas. Ya era posible vivir una sexualidad liberada de la procreación gracias a la extensión de los anticonceptivos. Después vino el ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio, e incluso la sexualidad sin amor. ¡Cuánto sufrimiento han originado estos postulados! Detrás de todo esto encontramos una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad para realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta(4).

La sociedad, diseñada por los poderes culturales dominantes y atenazada cada día más por el llamado «pensamiento único», corre el riesgo de anclarse en la lógica utilitarista y hedonista, que sólo busca el interés y el disfrute personal, silenciando sistemáticamente las exigencias de verdad del hombre. A este interés y disfrute hedonista se consagra toda la vida. Se extiende una ignorancia llena de prejuicios sobre el sentido verdadero de la relación entre el hombre y la mujer, del matrimonio, de la paternidad y de la maternidad. Consecuencia lógica es la banalización del amor, el uso desordenado de la sexualidad al margen del amor y de la vida, la proliferación de la pornografía con la utilización y el desprecio que conlleva hacia la mujer y su dignidad, la violencia en los hogares, la extensión de la mentalidad divorcista, la equiparación de cualquier tipo de relación humana con el matrimonio, la «normalización» de la homosexualidad como elección libre de un modo de vivir la sexualidad y la desinformación ideologizada y permanente en el ámbito de la, engañosamente denominada, «salud reproductiva» que tanto desorienta a nuestros jóvenes.

La llamada «cultura de la muerte» pone en entredicho la dignidad sagrada de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Nuestra sociedad consiente impasible el genocidio silencioso del aborto, la esterilización y la generalización de una mentalidad antinatalista. Aparecen campañas promulgando la despenalización de la eutanasia y la instrumentalización y manipulación de la vida humana.

Así son los criterios y la fuerte presión que condiciona hoy el desarrollo difícil de la persona y la familia. Ahora bien, debemos seguir proclamando, con toda fuerza, la verdad siempre valiosa y ahora, si cabe, más necesaria: ¡Dios tiene un designio de amor sobre nosotros! ¡Quiere que vivamos el amor! ¡Hemos sido creados por amor y para amar!. El amor es «la vocación fundamental e innata de todo ser humano»(5). La familia cristiana está llamada hoy a dar testimonio de la verdad del amor, de la libertad, de la familia, de la sexualidad y de la vida. ¡Nuestra sociedad tiene necesidad de este testimonio! ¡No se lo neguéis! ¡Sed sal y luz para otras familias que buscan con sinceridad la verdad! «Sabed que Cristo, el Esposo, está con vosotros (cfr. Mt 28,20). ¡No tengáis miedo! (cfr. Lc 12, 22-32) ¡Vivid en Cristo como testigos intrépidos de la buena nueva de la vida y la familia! La semilla del bien puede más que el mal. No os dejéis abatir por los ambientes adversos»(6).

OS ALIENTO EN VUESTRA PRECIOSA Y URGENTE MISIÓN DE EDUCAR

Quiero alentaros, una vez más, como en otras ocasiones lo he hecho, a vivir decididamente la preciosa misión que el Creador os ha confiado de ser el santuario de la vida y la esperanza de la sociedad. «¡Sí queridas familias, estáis llamadas a ser la sal y la luz de la Civilización del Amor! (cfr. Mt 5, 13-16)»(7)

Os animo a vosotros, esposos y padres de familia, que dais a todo el que os contempla el testimonio de vuestro amor en Cristo. No cejéis en el empeño de educar a vuestros hijos en el amor verdadero, en el sentido de la vida y de la sexualidad según el plan de Dios. Ayudadles a vivir la hermosa virtud de la castidad, entendida, no como la represión del instinto o del afecto, sino como la capacidad de ordenar, reconducir e integrar los dinamismos instintivos y afectivos en el amor a la persona(8).

La tarea de educar se nos presenta hoy, como bien sabéis, llena de problemas. El Papa viene hablando, en repetidas ocasiones, de lo que él llama la “urgencia educativa”. Existe una creciente dificultad para trasmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento. Hoy, más que en otras épocas, la educación y la formación de la persona sufre la influencia, transmitida por los grandes medios de comunicación social, de un clima generalizado de relativismo y de consumismo y de una falsa y destructiva exaltación, o mejor dicho de profanación, del cuerpo y de la sexualidad. Podemos decir que se trata de una emergencia inevitable. Vivimos inmersos en una sociedad y en una cultura que con demasiada frecuencia tiene el relativismo como su propio credo. Y cuando esto ocurre, termina por faltar la luz de la verdad, más aún se considera peligroso hablar de verdad, se considera un signo de autoritarismo. Y así, se acaba perdiendo el respeto debido a la dignidad y a la vida humana, especialmente en sus fases de mayor debilidad, en su comienzo y en su final, y se acaba por dudar de la bondad de la vida misma y de la validez de las relaciones y de los compromisos que constituyen el sentido de la vida(9).

Ante una situación así el mismo Papa se pregunta y nos preguntamos nosotros ¿cómo proponer a los jóvenes algo válido y cierto, cómo trasmitirles certezas que den solidez y consistencia a sus vidas, cómo proponerles unas normas morales de comportamiento universales y válidas para todos, cómo descubrirles un auténtico sentido de la vida y unos objetivos convincentes para la existencia humana, tanto para las personas como para las comunidades?(10).

En medio de tantos interrogantes y dificultades corremos el riesgo de claudicar reduciendo la educación a una mera trasmisión de determinadas habilidades o capacidades de actuar, buscando satisfacer el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolos de objetos de consumo o de gratificaciones efímeras y proponiéndoles como único ideal de su vida el bienestar material. Desgraciadamente esto sucede, y muchos padres pueden sentir fácilmente la tentación de abdicar de sus tareas educativas y de no comprender ya cual es su papel y la misión que les ha sido confiada.

Pero no es éste vuestro caso. Ante los difíciles retos planteados hoy a la educación, apoyados en la fe y en la gracia de Dios, vuestra reacción ha sido y tiene que seguir siendo no de huida, sino de oferta convencida y valiente de un modelo educativo que considera en toda su grandeza la dignidad del hombre como hijo de Dios y que tiene como luz la revelación sobre Dios y sobre el hombre que nos hace Jesucristo. Estáis llamados a ofrecer a la sociedad un modelo educativo que confía en el hombre y en su capacidad de amar y en su deseo de verdad; y que sabe que la herida del pecado, que corrompe y destruye al ser humano, y que es la causa de todas las calamidades que ha vivido y vive la humanidad, ha sido curada y sanada en su raíz por la Cruz del Señor y por su Resurrección gloriosa.

Benedicto XVI nos da una serie de criterios muy luminosos para afrontar con esperanza esta difícil situación de urgencia educativa.

Lo primero que nos dice es que tenemos que perder el miedo (11), quitarnos los complejos y no dejarnos dominar o adormecer por el ambiente cultural dominante. Quien cree en Jesucristo posee un fundamento sólido sobre el que edificar su vida y la de aquellos que le son confiados. Quienes creemos en Jesucristo sabemos que Dios no nos abandona y que su amor nos alcanza allí donde estamos y nos acepta tal como somos con nuestras miserias y debilidades ofreciéndonos constantemente la posibilidad de hacer el bien. Hemos de perder el miedo afianzando nuestra fe, creciendo en el conocimiento de Cristo y de su Palabra, viviendo íntimamente unidos al Señor en la oración y en los sacramentos y fortaleciendo nuestros lazos de comunión con la Iglesia, sintiéndola como nuestra familia, nuestro pueblo y nuestra tierra, en la que hemos nacido a la fe, hemos encontrado a unos hermanos y vivimos permanentemente la paternidad de un Dios que nos ama.

Así, llenos de la fortaleza del Señor, hemos de reaccionar y ofrecer a nuestra sociedad, que vive sumida en una profunda crisis educativa, el compromiso de educar a nuestros niños y jóvenes en la fe, en el seguimiento y en el testimonio del Señor Jesús (12), sabiendo que este es el camino seguro para alcanzar una verdadera madurez humana.

El Papa también nos recuerda que educar es dar algo de sí mismo (13). La educación supone la cercanía y la confianza que nace del amor. No se puede educar sin amar. Y no se puede amar sin confiar en la persona. Hemos de establecer con los que nos son confiados, tanto en la familia, como en la escuela, como en la comunidad cristiana, lazos muy fuertes de amor y de confianza. Y eso supone dedicar tiempo y paciencia y mucho sacrificio y olvido de uno mismo. Y hemos de apoyarnos unos a otros. Y colaborar estrechamente unidos: colegio, familia y comunidad eclesial en todas aquellas iniciativas que contribuyan al bien de nuestros niños y jóvenes. En la educación podemos decir, como decía S. Pablo que uno muere a sí mismo para que el otro tenga vida.

Un tercer criterio, que nos recuerda el Papa, es tener el convencimiento de que educar es despertar en el otro el deseo de conocer y de saber: despertar en el otro el deseo de buscar la verdad (14). En realidad este deseo de conocer lo tiene el hombre desde que nace. Ya en el niño pequeño existe un gran deseo de saber, que se manifiesta en sus muchas preguntas y peticiones de explicaciones. Pero sería muy pobre una educación que se limitara sólo a dar nociones o informaciones sin plantear la gran pregunta acerca de la verdad, esa verdad que guía nuestros pasos y da sentido a la vida. El verdadero educador debe tomar en serio la curiosidad intelectual que existe ya en los niños y que, con el paso de los años, va asumiendo formas cada vez más conscientes (15). En todos los hombres hay una necesidad de verdad. Y hemos de responder a esa necesidad haciendo la propuesta de la fe. Pero una propuesta de la fe hecha en confrontación con la razón, ayudando a los jóvenes a ensanchar el horizonte de su inteligencia abriéndoles al Misterio de Dios en el cual encuentra sentido y dirección nuestra existencia, superando los condicionamientos de una racionalidad que sólo se fía de lo que puede ser objeto de experimento o de cálculo. El Papa habla con mucha frecuencia de una pastoral de la inteligencia que ayude a alcanzar la contemplación de la verdad volando con las dos alas que Dios nos ha dado: la de la razón y la de la revelación (16).

Un cuarto criterio para la educación es el respeto a la libertad (17). La relación educativa es un encuentro de libertades. Educar es formar en la libertad. Y educar en la libertad es conducir a la persona de modo respetuoso y amoroso hacia las grandes decisiones que irán configurando su vida adulta. Una educación verdadera debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas indispensables para crecer y para alcanzar algo grande en la vida, especialmente para madurar y dar consistencia y significado a nuestra libertad. El hombre verdaderamente libre es aquel que es capaz de orientar su vida hacia el bien y la verdad, asumiendo las decisiones y los sacrificios que el bien y la verdad exigen.

Finalmente, entre los muchos criterios que se podrían seguir indicando sobre la educación, el Papa habla de la autoridad (18). La educación implica, junto con la libertad, la autoridad. No hay educación sin autoridad. La educación necesita la autoridad. La educación no puede prescindir del prestigio que hace creible el ejercicio de la autoridad: un prestigio que es fruto de la experiencia, de la competencia, de la coherencia de la propia vida y de una implicación personal nacida del amor. Y, especialmente, cuando se trata de educar en la fe es esencial la autoridad. Una autoridad que brota del testimonio. En la educación de la fe es esencial la figura del testigo y la fuerza del testimonio. El educador de la fe es ante todo un testigo de Jesucristo y la autoridad le viene de su unión con Cristo y de una vida que sea reflejo de esa unión. El testigo de Cristo no transmite sólo información, sino que está comprometido con la verdad que propone. El auténtico educador cristiano es un testigo, cuyo modelo es Jesucristo, el testigo del Padre que no decía nada de sí mismo, sino que hablaba tal como el Padre le había enseñado (Cf. Jn 8,28). Esta relación con Cristo y con el Padre es para cada uno de nosotros la condición fundamental para ser educadores eficaces de la fe.

JÓVENES ¡ ATREVEOS A AMAR!

Os animo también a vosotros, jóvenes, que hacéis joven nuestra diócesis. Con Benedicto XVI, vuestro amigo y Pastor universal, os propongo un atractivo itinerario para preparar el próximo Encuentro Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Madrid en el año 2011: «¡atreveos a amar!, a no desear otra cosa que un amor fuerte y hermoso, capaz de hacer de toda vuestra vida una gozosa realización del don de vosotros mismos a Dios y a los hermanos, imitando a Aquél que, por medio del amor, ha vencido para siempre el odio y la muerte (cfr. Ap 5, 13)»(19). Desconfiad de los postulados de la «revolución sexual» que han engañado a tantos de vuestros mayores. Hagamos otro tipo de revolución, la «revolución de los santos» a la que nos invitaba Benedicto XVI en Colonia en el verano del 2005. «Sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo (...) La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amar?»(20).

Os animo también a vosotros, novios, que os preparáis con ilusión a formar pronto una familia. También con Benedicto XVI, os digo: «Dios tiene un proyecto de amor sobre vuestro futuro matrimonio y vuestra familia, por eso es esencial que lo descubráis con la ayuda de la Iglesia, libres del prejuicio tan difundido según el cual el cristianismo, con sus mandamientos y prohibiciones, pone obstáculos a la alegría del amor, e impide, en particular, disfrutar plenamente de aquella felicidad que el hombre y la mujer buscan en su recíproco amor»(21).

Animo, por último, a todos los que participáis de una forma u otra en la Pastoral Matrimonial y Familiar y en la Pastoral de Juventud, en nuestra diócesis, a todos los sacerdotes que con vuestra disponibilidad y entrega sostenéis a las familias cristianas y a los jóvenes en su vocación, y a cada uno de los movimientos y asociaciones que acompañáis a las familias desde la variedad y riqueza de vuestros carismas particulares en la unidad de la fe y de la comunión diocesana.

HACED DE VUESTRAS FAMILIAS VERDADERAS IGLESIAS DOMÉSTICAS, A IMAGEN DE LA FAMILIA DE NAZARET

Queridas familias: haced de vuestra comunidad familiar verdaderas iglesias domésticas (22), como la familia de Nazaret, en las que en el centro esté Dios, su Palabra y su verdad, su voluntad sobre cada uno de los miembros de la familia, su amor y su perdón.

Apoyaos en la gracia del sacramento del matrimonio que recibisteis el día de vuestra boda y que os acompaña cada día. En él Cristo sale a vuestro encuentro (23), para que podáis amaros y cumplir las hermosas exigencias de vuestra vocación matrimonial. Alimentaos con la mayor frecuencia posible de la Eucaristía. Ella es la fuente misma del matrimonio cristiano, la raíz de la que brota, que os configura interiormente y que vivifica desde dentro vuestra alianza conyugal (24). Experimentad en vuestras relaciones conyugales y familiares el poder sanador y regenerador del sacramento de la reconciliación, llamado acertadamente por los padres de la Iglesia «segundo bautismo».

Cuidad como momento fundamental de vuestra vida familiar la oración en familia. “La oración hace que el Hijo de Dios habite en medio de nosotros: “Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos” (Mt 18, 20); y refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que ella participe de la “fuerza” de Dios» (25). ¡Haced que Cristo habite en vuestra casa! ¡Encomendadle las diferentes necesidades de vuestra vida familiar, de vuestra parroquia, de nuestra Iglesia diocesana y universal, de nuestra patria y del mundo! Uníos un momento al comienzo del día para ofrecérselo y consagrárselo al Señor, y por la noche, para revisarlo, dar gracias por los favores recibidos, mostrar vuestro arrepentimiento por el mal hecho o el bien que dejasteis de hacer, y pedir la ayuda necesaria para el día siguiente, sin olvidaros de encomendar las necesidades de vuestra familia, la Iglesia y el mundo. ¡Dad a vuestros hijos el testimonio de vuestra confianza en Dios hecha adoración, acción de gracias, alabanza, súplica y petición de perdón! Esta fe testimoniada en la oración dejará en el corazón de vuestros hijos una huella que los posteriores acontecimientos de la vida no podrán borrar (26). Vuestra oración en familia, junto con la catequesis familiar, resultará uno de los mejores medios para la transmisión de la fe a vuestros hijos.

Seguid ofreciendo a nuestro joven Sur de Madrid el testimonio generoso de vuestro amor y de vuestro servicio al Evangelio. ¡La Iglesia cuenta con vosotros!

INVOCO PARA VOSOTROS LA PROTECCIÓN DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET

Invoco para todas vosotras, queridas familias, la protección de la Sagrada Familia de Nazaret. Por misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido durante largos años el Hijo de Dios. La Sagrada Familia es el prototipo de toda familia cristiana. Su existencia transcurrió, anónima y silenciosa, en una insignificante y humilde aldea de Palestina, sufriendo las pruebas de la pobreza, la persecución y el exilio. En ella, sus miembros glorificaron a Dios del modo más sublime. Tened la seguridad de que no dejará de ayudaros para que seáis fieles a vuestros deberes cotidianos. La Sagrada Familia os sostendrá en vuestras dificultades y en los sufrimientos que depara la vida, hará que vuestro hogar esté abierto a los demás y os fortalecerá para cumplir con alegría el plan de Dios para vosotros.

Que San José, «hombre justo», trabajador incansable, custodio fiel de los tesoros a él confiados, os guarde, proteja e ilumine siempre. Que Santa María, Madre de la Iglesia, os conceda llegar a ser una «pequeña iglesia» en la que, por la fe y el amor, esté vivamente presente su Hijo. Que el amor sin medida de Cristo, el Hijo de María, cuyo trono se encuentra simbólicamente en el corazón de nuestra diócesis, y desde el monumento de su Sagrado Corazón bendice a cada una de vuestras familias, esté presente entre vosotros, como en Caná de Galilea, para comunicaros luz, alegría, serenidad y fortaleza. De este modo cada una de vuestras familias, avivadas por la caridad de Cristo, podrá ofrecer su aportación original para la venida de su Reino, «Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz»(27), hacia el cual se encamina la historia(28).

Con mi gratitud y cariño, os abraza y bendice:

+ Joaquín María López de Andújar, Cánovas del Castillo Obispo de Getafe

28 de Diciembre de 2008. Solemnidad de la Sagrada Familia 


1) Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instrucción pastoral La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad (27-IV-2001) 12.

2) Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes (7.XII.1965) 1.

3) 
JUAN PABLO II, Carta encíclica Evangelium vitae (25-III-1995) 21. 

4) 
Cfr. ID., Exhortación apostólica Familiaris consortio (22-XI-1981)

5) Ibid. 11.

6) CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad 6.

7) Ibíd.

8) Cfr. Ibíd. 55

9) Cfr. BENEDICTO XVI. Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea diocesana de Roma” (11 de Junio de 2007)

10) Cfr.Ibíd.

11) Cfr. Ibíd... Mensaje a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación (21 de Enero de 2008).

12) Cfr. BENEDICTO XVI. Discurso en la inauguración de los trabajos dela asamblea diocesana de Roma (11 de Junio de 2007)

13) Cfr. Ibíd. Mensaje a la diócesis de Roma. 21 de Enero de 2008

14) Cfr. Ibíd. Mensaje a la diócesis de Roma. 21 de Enero de 2008

15) Cfr. Ibíd. Discurso en la inauguración de los trabajos de la asamblea diocesana de Roma. 11 de junio de 2007

16) JUAN PABLO II. Fides et Ratio. 1

17) Cfr. BENEDICTO XVI . Ibíd.

18) Cfr.BENEDICTOXVI.Ibíd.

19) IBÍD “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34), Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud 2007. 

20) Ibíd., Discurso en la Vigilia de los Jóvenes en la Explanada de Marienfeld (19-VIII-2005).

21) Ibíd., “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34).

22) CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium (21-XI 1964) 11.

23) 
Cfr. ID., Gaudium et spes 48.

24) Cfr. JUAN PABLO II, Familiaris consortio 57.

25) ID., Carta a las familias Gratissimam sane (2-II-1994) 4.

26) Cfr.ID.,Familiarisconsortio 60.

27) Prefacio de la Misa de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. 28 Cfr. JUAN PABLO II, Familiaris consortio 86.