Hola amigos: las puertas jubilares ya están cerradas y hoy cerramos también esta serie de reflexiones, pero por siempre es tiempo de misericordia, porque nunca la puerta de la reconciliación y del perdón de Dios se cerrarán.
Y es muy justo que al despedirnos, junto con la gratitud y el reconocimiento, miremos a Aquella que es por siempre Reina y Madre de Misericordia, María. Dios se goza y complace muy especialmente en Ella, nuestra tierna Madre.
En una de las oraciones más queridas por el pueblo cristiano, la Salve Regina, llamamos a María «madre de misericordia». Ella ha experimentado la misericordia divina, y ha acogido en su seno la fuente misma de esta misericordia: Jesucristo.
Ella, que ha vivido siempre íntimamente unida a su Hijo, sabe mejor que nadie lo que Él quiere: que todos los hombres se salven, y que a ninguna persona le falte nunca la ternura y el consuelo de Dios.
Pregunta san Bernardo: ¿Por qué la Iglesia llama a María reina de misericordia? Y responde: “Porque ella abre los caminos insondables de la misericordia de Dios a quien quiere, cuando quiere y como quiere, porque no hay pecador, por enormes que sean sus pecados, que se pierda si María lo protege”.
Pero ¿podremos temer que María deje de interceder por algún pecador al verlo demasiado cargado de pecados? ¿O nos asustará, tal vez, la majestad y santidad de esta gran reina? No, dice san Gregorio; cuanto más elevada y santa es María, tanto más es dulce y piadosa con los pecadores que quieren a ella acuden”.
Decía el papa Francisco que «la dulzura de su mirada nos acompañe, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios» (Bula Misericordiae vultus, 24). A Ella le pedimos que nos ayude a entender cuánto nos quiere Dios, y que podamos ser una siembra de amor misericordioso en el corazón de las personas, de las familias y de las naciones.
Jesús Misericordioso está cerca y no solo, siempre con su Madre. Ella nos dice: ¿Por qué tenéis miedo, acaso no estoy yo aquí que soy vuestra madre? Está cerca. Él y su Madre. La misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros, en su presencia y compañía.
María, Reina y Madre de Misericordia, camina junto a nosotros, nos abre el sendero del amor, nos levanta en nuestras caídas -y con qué ternura lo hace- nos sostiene en nuestras fatigas, y nos acompaña en todas las circunstancias de nuestra vida.
Por siempre ha sido, será y es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.