¡Hola familia querida!, nos volvemos a encontrar con san Juan Pablo II y nuestros: “Diálogos de fe”, conversando imaginaria y amigablemente con él, pero con exquisita fidelidad a sus escritos. Siempre nos dejó la imagen de ser un hombre de oración, En él el deseo de perfección se manifestaba tan fuertemente que lograba tener siempre despierto el espíritu a través de la oración incesante.
 
Su portavoz durante 22 de los 26 años que duró su pontificado, el español Joaquín Navarro Valls, ha destacado que siempre "estaba en contacto directo con Dios. Desde los primeros tiempos, y desde las primeras veces que lo vi sencillamente rezar; en esos momentos tuve rápidamente la certeza de que este hombre era un santo”. Hoy nosotros le preguntamos: ¿Cómo podemos ser nosotros hombres de oración?, le escuchamos:
 
"Es hora de redescubrir, queridos hermanos y hermanas, el valor de la oración, su fuerza misteriosa, su capacidad de volvernos a conducir a Dios y de introducirnos en la verdad radical del ser humano. Cuando un hombre ora, se coloca ante Dios, ante un Tú, un Tú divino, y comprende al mismo tiempo la íntima verdad de su propio yo: Tú divino, yo humano, ser persona, creado a imagen de Dios.
 
La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Todo se renueva en la oración, tanto los individuos como las comunidades. Surgen nuevos objetivos e ideales, especialmente el redescubrimiento del llamado a la santidad.
 
La oración debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta de la Palabra de Dios, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados. La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.
 
Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración.
 
Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro.
 
La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. La oración, acompañada por el compromiso de hacer la voluntad de Dios, devuelve el auténtico gusto por la vida.
 
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. ¿Nos animamos a ser como él, hombres de oración, de una auténtica y profunda comunión con Dios? Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!