¡Hola familia querida!, nos volvemos a encontrar para dialogar con san Juan Pablo II. Cuando el papa Francisco le canonizó dijo en la homilía: “Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia”. ¡Qué gran verdad! ¡El Papa de la familia! Y a él hoy le preguntamos ¿Cómo debe ser el amor conyugal, base y fundamento de la familia? Le escuchamos:
“El amor procede de Dios” De esta gran verdad de fe, que animará la vida familiar, han de ser especialmente conscientes el hombre y la mujer cuando, acercándose al altar, pronuncian su “Sí quiero”. Este amor sacramental es el contenido de la alianza matrimonial, mediante la cual se significa y se realiza el sacramento del matrimonio, sacramento grande referido a Cristo y a la Iglesia.
Al mismo tiempo, esa alianza sacramental suscribe el programa y los deberes que los esposos asumen para toda la vida. ¿Cómo es y cómo debe ser, el amor que los une en la presencia de Dios? El verdadero amor no existe si no es fiel. Y no puede existir, si no es honesto. Tampoco se da, si no hay de por medio un compromiso pleno que dure hasta la muerte. Sólo un matrimonio indisoluble será apoyo firme y duradero para la comunidad familiar, que se basa precisamente en el matrimonio.
El amor, que procede de Dios Padre es “escudo poderoso y apoyo seguro” (Si 34, 16); porque “el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y se enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, a fin de conducir eficazmente a los esposos hacia Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad” (Gaudium et spes, 48).
Gracias a ese apoyo seguro encontramos múltiples aspectos positivos en la situación de las familias, sin embargo, no faltan signos de preocupante degradación. “En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una corrupción de la idea de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación en orden al propio bienestar egoísta” (Familiaris consortio, 6).
¡Qué gran misión la de la familia! No lo olvidéis nunca: “¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” (Familiaris Consortio, 86). Quiero pediros, en nombre de Dios, un empeño particular: que toméis con sumo interés la realidad del matrimonio y de la familia; porque “el matrimonio no es efecto de la casualidad; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor” (Humanae vitae, 8).
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!