¡Hola familia querida!, nos encontramos una vez más para seguir con nuestros diálogos en la fe con san Juan Pablo II, -que si bien son imaginarios en su armado, son fidedignos al magisterio que nos dejó el Mensajero de la Paz- quien nos decía en el programa anterior “¡Vale la pena volver al Padre Dios para ser perdonados!”. Hoy le preguntamos ¿Cuál es nuestro deber con respecto a la fe en Cristo recibida en el Bautismo? Le escuchamos:
“San Pablo, tras narrar la historia de su conversión al Rey Agripa, agrega: “Desde ese momento, Rey Agripa, nunca fui infiel a esta visión celestial” (Hch 26, 19). La Iglesia, a pesar de las debilidades de algunos de sus hijos, siempre será fiel a Cristo y, apoyada en el poder de su Fundador y Cabeza, seguirá proclamando el Evangelio y bautizando a los hombres en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Al contemplar cómo el mandato de predicar y bautizar se ha hecho realidad en todo el mundo, la Iglesia confiesa humildemente que ha recibido la misión y la autoridad de Cristo para continuar a través de los siglos su obra redentora. La Iglesia, en lo que a ella se refiere, quiere celebrar su fe con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores.
Esa verdad sobre el ser y el destino del hombre me hace afirmar, con renovada convicción, que éste es un tiempo de esperanza, no sólo por la calidad de tantos hombres y mujeres fieles a su fe, sino principalmente por su correspondencia a la Buena Nueva de Cristo.
Por eso, hemos de sentirnos llamados a hacernos presente en la Iglesia universal y en el mundo con una renovada acción evangelizadora, que muestre la potencia del amor de Cristo a todos los hombres, y siembre la esperanza cristiana en tantos corazones sedientos del Dios vivo.
Así, mirar hacia el pasado de la evangelización, no es una muestra de sentimentalismo nostálgico, ni un llamado al inmovilismo. Por el contrario, es reconsiderar la presencia permanente de Cristo en la Iglesia y en el mundo, y profundizar en esta vital conexión con la perenne novedad del Evangelio, que fue sembrado.
Este proceso de progresiva maduración en la fe bautismal, debe madurar también en la vida de cada cristiano. Para esto debemos actualizar la memoria del propio bautismo. Ello nos dará ocasión de renovar nuestra fidelidad personal a la vocación cristiana que nace de ese sacramento.”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Debemos actualizar la memoria del propio bautismo, para renovar nuestra fidelidad personal a la vocación cristiana”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para dialogar en la fe contigo: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!