¡Hola familia querida!, nos encontramos nuevamente para seguir dialogando en la fe con san Juan Pablo II, quien nos decía en el programa anterior “Sólo el apóstol que esté enamorado de estos ideales de perfección, sabrá afrontar todas las dificultades transformándolas en un seguimiento más radical de Cristo y en una entrega pastoral más decidida”. Hoy le preguntamos ¿Cuál es el fundamento de todo apostolado de la Iglesia? Le escuchamos:
“Cristo, es la fuente de todo apostolado. Gracias a que Él ha vencido el pecado con el sacrificio de la cruz, en una «oblación del amor supremo, que supera el mal de todos los pecados de los hombres» (Dominum et Vivificantem, 31). Así, ha vencido, pues, por medio de la obediencia al Padre hasta la muerte, transformada ya en misterio pascual de resurrección (cf. Flp 2, 8-11).
Esta superación del pecado por medio del amor es un nuevo inicio del «restituir» a Dios todas las cosas y toda la humanidad como cosa suya. El hombre como persona y la humanidad entera pueden en Cristo, hacer de la propia existencia una donación a Dios y a los demás.
Es doloroso reconocer que el propio pecado ha crucificado a Cristo que vive en el hermano; pero es consolador encontrarse con Cristo crucificado que muere amando para destruir el pecado y restaurar al hombre. Ese hombre perdonado y restaurado, como San Pablo o San Agustín es quien mejor puede anunciar a todos el perdón y la reconciliación.
¿No es verdad que en esta perspectiva tan grandiosa del Evangelio, se reaviva la esperanza cristiana, que sabe construir la paz anunciando a todos el perdón y la reconciliación en el gozo de Cristo resucitado?
Jesucristo es el Hijo de Dios que hα sellado para siempre una Alianza de amor entre Dios y los hombres. «Él puso su morada entre nosotros » (cf. Jn 1, 14), y compartió nuestra misma existencia, hasta el punto de hacer de su muerte sacrificial la fuente de una nueva vida para todos los hombres (cf. Ibíd., 7, 38-29).
Por Cristo y en la vida nueva del Espíritu, el hombre ya puede ser restituido a la Trinidad Santísima, pues de su cruz viene la fuerza de la redención (Dominum et Vivificantem, 14). Por tanto, en Cristo, y con la fuerza del Espíritu Santo, nos convertidos en auténticos evangelizadores, en sus apóstoles de hoy.”
Hasta aquí sus palabras amigas que resuenan desde la eternidad hacia lo más profundo de nuestro corazón. “Por tanto, en Cristo, y con la fuerza del espíritu Santo, nos convertidos en auténticos evangelizadores, en sus apóstoles de hoy”. Nos encomendamos a tu intercesión querido papa santo y nos encontramos la semana que viene para seguir dialogando contigo en la fe: san Juan Pablo II. ¡Bendiciones!