15.03.2020 Jesús Bastante
“Estamos para acompañar, escuchar, consolar”. José Antonio Medina Pellegrini es un sacerdote argentino, “de la diócesis del padre Jorge”, que desde hace seis meses ejerce como capellán en el Hospital de Valdemoro. La ciudad del sur de Madrid, uno de los principales focos de contagio en la comunidad, ya ha sufrido varias muertes a causa del coronavirus.
“Llevo seis meses con ilusión y entusiasmo”, explica, en conversación con RD, el religioso, que vive con normalidad la situación. “Estamos aquí, enviados a una misión”, nos cuenta, mientras reza en una vacía capilla de hospital. Desde su llegada, “hemos conseguido que pacientes y personal sepan que hay una capilla”. Como capellán, todos los días da misa, y ha añadido horas santas y rezo del Rosario.
Y, sobre todo, pasa tiempo, mucho tiempo, en el hospital. “Aseguramos una presencia, estoy disponible todo el día y toda la noche, por si surge una urgencia, y vamos inmediatamente a atender”, sostiene el sacerdote, que añade que “en esta nueva realidad sigo haciendo exactamente lo mismo. Pero es verdad que cada vez hay más gente que busca”.
Uno de los lugares con más riesgo
“Valdemoro se ha convertido en uno de los lugares con más riesgos en coronavirus”, admite Medina, quien asegura que “yo estoy aquí como sacerdote, llevando a Cristo y estando con la gente. No tengo la vacuna ni la curación instantánea, doy lo que tengo; estar ante la cama de tantos enfermos graves. Son tiempos de escucha atenta, de la que tanto habla el Papa Francisco. Estamos para escuchar, acompañar, consolar”.
En este punto, el sacerdote recuerda una anécdota vivida con Bergoglio.
“Estaba todavía en Buenos Aires, Francisco era el padre Jorge, y un sacerdote amigo pasó por una situación delicada de salud. Le dieron de alta.... Una mañana me llama, hablando despacito, Mirá lo que me ha pasado. Esta mañana se presentó Bergoglio con un bolso, una ropa y me dijo 'Vengo a estar contigo, a cuidarte, y no me voy de aquí hasta que te mejores'”. Imagina para los que somos soldados rasos, tener como Papa a un hombre así, que lo dejó todo por cuidar a un enfermo”.
“Cuando voy por los pasillos del hospital... a mí me toca estar”, nos explica, antes de acudir, como todos los días, a rezar a la capilla. “Providencialmente soy un capellán de un hospital, en una circunstancia especial, debo estar con la gente, consolar al que de pronto le han dicho que tiene coronavirus, a la familia”.
Somos un voluntario más ¿Le buscan más en estos días? “Los tiempos son recios”, explica, lamentando el debate sobre la presencia de capellanes en hospitales públicos. “Yo no recibo ninguna nómina del hospital. Vivo de la nómina del Obispado. Los capellanes vamos como un voluntario más, para estar con la gente”.
“Antes y ahora, la gente busca al sacerdote, porque sabe que el médico da su diagnóstico, el psicólogo aporta lo suyo, pero hay algo que solo el cura, o el pastor, o el rabino, tiene: la compañía, llevarle lo que Dios le ha dado”.
Acompañamiento... ¿miedo?
En los últimos día, Medina estuvo acompañando a varias familias de personas que después fallecieron. “Les pido que recordemos lo mucho y bueno que hemos vivido con ellos, celebrando la vida”, nos cuenta, haciendo realidad lo que proclama Mateo 11: “Venid a mí, todos los que estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”.
¿No tiene miedo al contagio? “Claro que tengo miedo. El problema no es tenerlo, sino dejarnos vencer por él. Dios me ha puesto en este lugar. Si Dios me quiere aquí, Él me dará la fuerza y la gracia”, responde Medina, quien culmina recordando una frase esculpida en el antiguo Hospital San Giacomo de Roma:
“'Ven, para ser sanado. Si no sanado, al menos curado. Si no curado, al menos consolado'. Sanar, curar y consolar. Esos tres verbos son los que voy musitando a diario”.
«¿Infectarme? Más bien, miedo a lo que pase después, pero confiando en Dios, en su santísima Madre, y una y otra vez creyendo que es la vocación a la que nos ha llamado». Son palabras de Pablo Fernández López-Peláez, uno de los dos capellanes del Hospital Rey Juan Carlos, de Móstoles. La diócesis de Getafe ha puesto en marcha una iniciativa para quienes tienen familiares hospitalizados en alguno de los centros que pertenecen al territorio de esta diócesis puedan contactar con los capellanes, en el teléfono 672 311 794. Fernández ha atendido ya a unas seis familias, además de todas las visitas hospitalarias, que se hacen con la máxima seguridad posible. «Lo que más les angustia, mira, es la lejanía», explica. «La experiencia de acompañar a las familias es buena, porque por lo menos saben que estamos en el hospital y lo que les decimos es real», añade. Suele terminar las conversaciones dando la bendición por teléfono, tratando de ofrecer un poco de cercanía.
Cuenta Fernández que los sanitarios están desbordados, y que esta situación ha pillado a todo el mundo por sorpresa. En esta nueva situación, tampoco él permanece en el hospital de manera habitual, solo acude cuando le llaman. «Solo voy cuando hay que atender a alguien». En sus breves visitas, y dependiendo del paciente, ni siquiera hay manera de tocarlo. Las confesiones se hacen «casi desde la puerta» y la unción, cuando es posible darla, ungiendo el óleo con un guante. Por supuesto, siempre ataviado con un Equipo de Protección Individual (EPI). También presta especial atención a los sanitarios, a quienes trata de dar ánimos. «Mi frase cuando me encuentro alguno es: “Oye, además de aplaudiros, que sepas que estoy rezando por vosotros”. Y si veo que sonríen, les doy la bendición», relata.