MEDITACIONES PARA EL TRIDUO SANTO
Semana Santa 2020 – José Rico Pavés
VIERNES SANTO
Quizás ningún día del año se pone tan a prueba nuestra fe como en el Viernes Santo.
La eficacia de la Liturgia no se limita a recordar hechos del pasado, sino que nos hace
contemporáneos de lo que sucedió en un momento concreto y en un lugar preciso de la
historia. A quien pone en ejercicio la fe y se deja llevar por la Iglesia Madre en la
celebración litúrgica de este día se le concede la oportunidad, nueva cada año, de
participar verdaderamente en el misterio de la pasión y muerte de Nuestro Señor
Jesucristo.
El asombro nos hace enmudecer al dirigir la mirada de fe al escándalo de la Cruz: el
que así muere es el Autor de la vida; al odio del pecado que mata, Jesús responde con
amor de entrega que todo lo renueva; a cambio de desprecio y burla, se regala mirada
compasiva y perdón; en sus heridas reconocemos las nuestras; asumiendo libremente el
sufrimiento y la muerte, el que es Inocente nos libera de la esclavitud de la culpa.
En este día se multiplican los contrastes para que descubramos que en la Cruz se
obra la reconciliación entre Dios y el ser humano, entre la libertad y la obediencia, entre
la eternidad y el tiempo, entre la fe y la razón. No en vano, el genial pensador católico
francés del siglo XVII, Blaise Pascal, afirmaba que en Cristo se reconcilian los
contrarios.
Una reconciliación posible por el amor que lleva a Jesús hasta el Calvario. Así lo
atestigua el evangelista san Juan: “habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo”. Para entrar en este misterio, se requiere corazón
despierto, abierto a la luz de la fe, para entender más allá del entendimiento, con las
razones del corazón.
Hagamos nuestra en este día, ante la pasión y muerte de Jesucristo, la oración
sencilla de san Anselmo: “no te pido, Señor, entender para creer, sino creer para llegar a
entender”.
¿Cómo nos introduce la liturgia del Viernes Santo en el misterio de la pasión y muerte
del Señor? La celebración de esta tarde se desarrolla en tres momentos: palabra que
mueve a intercesión, adoración y comunión.
Empezamos con la escucha abundante de pasajes bíblicos que piden ser leídos por
fuera y por dentro. Por fuera, para que traigamos a nuestra consideración cómo hemos
sido salvados. Por dentro, para que oigamos a quien nos habla de corazón a corazón.
Que la piedad popular nos ayude a descubrir hasta que extremo somos amados: que al
cruzar nuestra mirada con las imágenes de pasión que recorrerán nuestras calles en este
día, confesemos por fuera nuestra condición de cristianos; y meditemos por dentro, en el
silencio de la oración, “me amó y se entregó por mí”.
A la escucha de la Palabra seguirá la insistencia de la intercesión. Ante Cristo
crucificado elevamos nuestras súplicas por la humanidad entera: por aquellos que
comparten nuestra fe y por quienes dicen no creer. Sorprendente misterio: el amor del
Corazón de Cristo no sólo cura nuestras heridas sino que, además, nos capacita para
llevar a otros el bálsamo de su amor.
A la palabra y la intercesión, sigue la adoración. Somos invitados a venerar y besar la
cruz de Cristo, para experimentar el consuelo de su perdón, para no temer la propia
cruz, para ayudar a otros a cargar con la suya.
Concluye la celebración con la Comunión. En la Eucaristía, Cristo nos enseña la
verdad del amor y se nos regala hecho alimento para ensanchar nuestra capacidad de
amar. Proclamemos con valentía en este día: sus heridas nos han curado.
¡Feliz celebración del Viernes Santo!