El Corazón de Cristo, puerta de la misericordia siempre abierta

Por José Rico Pavés
Obispo auxiliar

El Año Santo de la Misericordia ha llegado a su fin. Con palabras solemnes, el Papa Francisco oraba en nombre de toda la Iglesia antes de cerrar la Puerta Santa de la basílica de san Pedro, en el Vaticano: “Agradecidos por los dones de gracia recibidos y animados a testimoniar, con palabras y obras, la ternura de tu amor misericordioso, cerramos la Puerta Santa”. A continuación recordaba que existe una puerta que nunca se cierra: “El Espíritu Santificador renueva nuestra esperanza en Cristo Salvador, puerta siempre abierta a quien te busca con sincero corazón”. Las enseñanzas del Papa en el último mes se pueden presentar teniendo en cuenta ese doble movimiento: el que ha llevado a la conclusión del año santo y el que ha declarado siempre abierta la puerta de la misericordia divina.
    Al primer movimiento pertenecen el Jubileo de los presos, a quienes ha transmitido un mensaje de esperanza fundada en la libertad verdadera, y el Jubileo de las personas excluidas socialmente, que ha permitido escuchar al Papa pedir, una vez más, perdón: “Les agradezco los testimonios, y les pido perdón si alguna vez los ofendí por mi palabra o por no haber dicho las cosas que debía decir. Les pido perdón por todas las veces que los cristianos delante de una persona pobre o de una situación pobre, miramos para otro lado”. A este movimiento pertenecen también la celebración de Todos los Santos, en el viaje apostólico a Suecia, la conmemoración de los fieles difuntos o el Consistorio para la creación de los nuevos cardenales. A estos más directos colaboradores, el Papa les ha recordado que para dar forma tangible al camino del discípulo deben recorrer las cuatro etapas de la mistagogía de la misericordia: amar, hacer el bien, bendecir y rogar.
    Al segundo movimiento, que declara siempre abierta la puerta de la misericordia, pertenecen encuentros con peregrinos variados, como los mantenidos con miembros de diferentes religiones, con la familia Habsburgo, con los participantes en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, con los participantes en un encuentro sobre la trata de seres humanos, con la selección de fútbol de Alemania o con la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Las Audiencias de los miércoles y las jubilares de los sábados han continuado la explicación sobre las obras de misericordia, incluso después de la clausura del año santo.
    La Carta Apostólica Misericordia et misera, firmada simbólicamente al terminar la Misa de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo con la que concluía el año santo, aparece como invitación a convertir la misericordia en el centro de la vida de la Iglesia: “La misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre”. Para seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza del año jubilar propone el Papa celebrar la misericordia, atendiendo a la súplica de la Iglesia, sobre todo, en la celebración eucarística; recuperando la centralidad del Sacramento de la Reconciliación, con ampliación de la facultad concedida a todos los sacerdotes para absolver a quienes hayan procurado el pecado del aborto; consolando a todos cuantos se sienten probados por el sufrimiento, el dolor, o la soledad; cuidando a las familias; acompañando en la muerte; realizando signos concretos de misericordia; dejando paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a nuevas iniciativas, fruto de la gracia. El Año Santo llega a su fin, pero no la misericordia: “Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza”.