La gracia de llorar
Por José Rico Pavés

 

Cuando el ritmo del tiempo nos anuncia el cambio de estación que trae renovación a la creación, la liturgia estrena desierto cuaresmal que desemboca en victoria pascual. Entramos con la Iglesia en la Cuaresma, tiempo privilegiado de purificación, y nos dejamos conducir por la luz de la Palabra, con la que Dios nos llama a conversión. Misterio admirable el de la Liturgia que nos hace contemporáneos de Cristo en el desierto, para salir de las tentaciones victoriosos con Él; y en la transfiguración, para escuchar la voz del Padre en el “abrazo nublado” del Espíritu; y en los encuentros que nos llaman con urgencia a enderezar la vida para que Cristo crezca y los sentimientos de su Corazón gobiernen el mío. La Cuaresma es gracia porque “nos permite reubicarnos ante Dios, dejando que Él sea todo”. Su amor nos levanta del polvo, su Espíritu nos da la vida de resucitados, su perdón restablece la comunión.

Reunido con el clero de la diócesis de Roma para celebrar el inicio de la Cuaresma con una liturgia penitencial, el papa Francisco ha desvelado la que para él es “la gracia más grande”: la gracia de llorar. Cuando el Señor se va porque lo hemos echado de nuestra vida, “debemos pedir el don de las lágrimas, llorar la ausencia del Señor”. En las lágrimas de arrepentimiento está el comienzo de la santidad. Cuando “la ola de escándalos de los que están llenos los periódicos de todo el mundo”, hace sufrir de forma indecible a toda la Iglesia, el papa dice a los sacerdotes: “¡No os desaniméis!”. El Señor está purificando a la Iglesia para devolverle su belleza. Las enseñanzas del papa en el último mes, en el surco vivo de la liturgia, invitan especialmente a vivir con intensidad la purificación cuaresmal. Nos deja el mes otro gesto de especial relevancia: la peregrinación de Francisco a Loreto para firmar la Exhortación Apostólica Cristo vive. En la “casa de María” el Papa ha recordado especialmente a los jóvenes, a las familias y a los enfermos. Una y otra vez debemos volver a María para aprender a amar a la Iglesia, para experimentar la cercanía del amor misericordioso de Dios. En el camino de la Cuaresma, la presencia materna de la Virgen María orienta nuestros pasos y dispone nuestro corazón para recibir el perdón que necesitamos.

Y con María, una aportación al lugar imprescindible de la mujer en la Iglesia y en el mundo: “La mujer es la que hace hermoso el mundo, que lo custodia y lo mantiene vivo. Lleva la gracia que hace las cosas nuevas, el abrazo que incluye, el coraje de entregarse. La paz es mujer. Nace y renace de la ternura de las madres. Por eso el sueño de paz se realiza mirando a la mujer. Si amamos el futuro, si soñamos con un futuro de paz, debemos dar espacio a las mujeres”.