Peregrino de paz y de esperanza
Por José Rico Pavés

 

Los viajes apostólicos del papa Francisco se han convertido en el exponente más claro de la orientación que está dando a su pontificado. Los lugares elegidos y los encuentros mantenidos son tan elocuentes como las mismas enseñanzas transmitidas. Así ha sucedido en el viaje a Mozambique, Madagascar y Mauricio, en que el Papa se ha presentado a sí mismo como “peregrino de paz y de esperanza”.

En Mozambique ha sembrado semillas de esperanza, paz y reconciliación en una tierra muy marcada por un largo conflicto armado cuyas heridas tienen todavía que cicatrizar y por dos ciclones que han devastado amplias regiones del país. La tarea de la Iglesia -entiende Francisco- debe ser “seguir acompañando el proceso de paz”, difundir entre los jóvenes la amistad social entre quienes profesan credos diferentes, proponer entre las personas consagradas (sacerdotes y religiosos) “el camino del sí generoso a Dios” y hacer crece la semilla del amor que extingue la violencia y genera fraternidad.

En Madagascar, país rico en recursos naturales pero marcado por una enorme pobreza, Francisco expresó el deseo de que el pueblo malgache supere la adversidad y construya un futuro de desarrollo conjugando el respeto por el medio ambiente y la justicia social. Al encontrarse en el monasterio de las carmelitas con monjas contemplativas de diversas congregaciones, recordó el Papa que “sin fe y sin oración no se construye una ciudad digna del hombre”. La República de Mauricio fue elegida por ser lugar de integración entre diferentes etnias y culturas. Francisco ha alabado la feliz convivencia entre las diversas confesiones religiosas y ha mostrado el evangelio de las bienaventuranzas como “el antídoto contra la tentación del bienestar egoísta y discriminatorio”, fermento de la verdadera felicidad.

El Papa peregrino de los viajes apostólicos es el mismo sembrador de paz y de esperanza urbi et orbi. Por eso, cuando se dirige a los nuevos obispos les recuerda que deben ser cercanos a Dios y a su pueblo; cuando se reúne con los participantes en el capítulo general de los agustinos les exhorta a dar testimonio de la caridad cálida, viva y contagiosa de la Iglesia que manifiesta la presencia de Cristo Resucitado y del Espíritu; cuando se encuentra con los carmelitas les invita a expresar la riqueza de su carisma combinando contemplación y compasión; cuando se dirige a los empleados del Dicasterio para la Comunicación les anima a ser verdaderos comunicadores, no haciendo publicidad al servicio del proselitismo, sino asumiendo el camino del testimonio. La paz y esperanza nacen de Cristo mismo, quien “frente a nuestras carencias y fracasos, nos asegura que siempre estamos a tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Que los que han causado lágrimas hagan felices a alguien; que los que han quitado indebidamente, donen a los necesitados”.