Misión en pandemia
por José Rico Pavés

Las enseñanzas del Papa durante el mes de marzo han estado marcadas por un acontecimiento histórico de enorme trascendencia, tanto por el contexto como por el desarrollo: el viaje apostólico a Iraq. Francisco ha dado cumplimiento a un deseo anhelado por san Juan Pablo II y, por primera vez en la historia, el Sucesor de Pedro ha podido viajar a la tierra de Abrahán, la antigua Mesopotamia. Lo ha hecho, además, en un contexto especialmente complejo: cuando las heridas de una terrible guerra y del terrorismo despiadado siguen abiertas y en medio de un estado internacional de pandemia. Si en los viajes apostólicos es donde especialmente el Papa muestra con gestos y palabras cómo entender su llamada a impulsar una nueva etapa evangelizadora, ha sido en este viaje a Iraq donde quizás esto se ha hecho de forma aún más clara. En el encuentro con las autoridades políticas y religiosas, y sobre todo con el Gran Ayatolá Al-Sistani, Francisco ha querido reforzar los vínculos sinceros de fraternidad, como camino seguro para la paz duradera: «la respuesta a la guerra no es otra guerra, sino la fraternidad». En el encuentro con la minoría cristiana, el Papa ha querido hacer de su viaje una peregrinación penitencial: acercarse al pueblo atormentado, a la Iglesia mártir, y tomar sobre sí en nombre de la Iglesia Católica la cruz grande que ellos llevan desde hace años. Bajo el lema “Todos somos hermanos”, en Iraq Francisco ha sido testigo de esperanza.

En medio del camino hacia la Pascua, completando las catequesis sobre la oración, la apertura del Año de la familia “Amoris laetitia” el día de san José, ha sido la ocasión para invitar a vivir un año de crecimiento en el amor familiar: «Invito a un renovado y creativo impulso pastoral para poner a la familia en el centro de la atención de la Iglesia y de la sociedad». Y la solemnidad litúrgica de la Encarnación del Señor, un recuerdo sugerente a Dante Alighieri al cumplirse el séptimo centenario de su muerte: «En este particular momento histórico, marcado por tantas sombras, por situaciones que degradan a la humanidad, por una falta de confianza y de perspectivas para el futuro, la figura de Dante… nos puede ayudar a avanzar con serenidad y valentía en la peregrinación de la vida y de la fe que todos estamos llamados a realizar, hasta que nuestro corazón encuentre la verdadera paz y la verdadera alegría, hasta que lleguemos al fin último de toda la humanidad, “el amor que mueve el sol y las demás estrellas”».