Allí lo veréis
por José Rico Pavés

En la noche santa de Pascua, durante la celebración de la “madre de todas las vigilias”, el Papa ha centrado su atención en las palabras que las mujeres escucharon al encontrar el sepulcro vacío: No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado; para detenerse después en la invitación: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis (Mc 16, 6-7). La primera homilía de Francisco en el recién estrenado tiempo pascual se ha dedicado a explicar el significado de la expresión “ir a Galilea”. Comenta el Papa tres significados: empezar de nuevo, recorrer nuevos caminos, redescubrir la gracia de la cotidianidad. El tiempo pascual desvela la fuerza de la esperanza cristiana: siempre es posible volver a empezar. «Incluso de los escombros de nuestro corazón Dios puede construir una obra de arte… en estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza». Recorrer caminos nuevos significa moverse en la dirección opuesta al sepulcro. Ir a Galilea significa aprender que la fe, para que esté viva, debe ponerse de nuevo en camino y reavivar cada día el asombro del primer encuentro. Cristo resucitado «ha establecido su presencia en el corazón del mundo y nos invita también a nosotros a sobrepasar las barreras para redescubrir la gracia de la cotidianidad. Reconozcámoslo presente en nuestras Galileas, en la vida de todos los días».

Pues si en la vigilia pascual Francisco nos ha recordado la importancia de ponernos en camino hacia Galilea, durante la cincuentena que conduce a Pentecostés nos ha ido enseñando a ver a Jesús resucitado. En el Domingo de la Divina Misericordia Jesús se muestra misericordioso comunicando la paz, dando el Espíritu Santo y mostrando sus llagas gloriosas. «En esas llagas experimentamos que Dios nos ama hasta el extremo y que ha hecho suyas nuestras heridas». Los colmados de misericordia se vuelven misericordiosos. En las catequesis sobre la oración nos enseña Francisco la eficacia de la petición y la necesidad de la contemplación. En el Domingo del Buen Pastor resplandece el rostro de Cristo que defiende, conoce y ama a sus ovejas. «¡No nos cansemos nunca de buscar a Cristo resucitado!».