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Antonio Sánchez Villalba, joven seminarista getafense de 6º curso ha viajado hasta Lisboa con los jóvenes de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Parla para participar en la Jornada Mundial de la Juventud.

Estos días junto a Dios, al santo Padre, y a tantos jóvenes del mundo entero le han servido para confirmar -con el corazón agradecido- su vocación sacerdotal; el sí al Señor que dijo en 2016 en Cracovia y “gustar lo bueno que es Dios, lo bien que ha hecho las cosas en mi vida y su fidelidad”.

Este es su testimonio.

“Fue al final de la meditación de la cuarta estación del Viacrucis que todos juntos celebramos en el parque Eduardo VII junto al Papa Francisco el pasado 4 de agosto. Esta frase ‘María, ayúdame a abrazar mi vocación’ resonó en mi corazón con una fuerza especial y me llevó a echar la mirada siete años atrás, a la JMJ de Cracovia de 2016, donde con 16 años, escuchando al santo Padre, recibí con fuerza la confirmación de la llamada que ya sentía al sacerdocio. 

Siete años después, estos once días (que han parecido un mes, por la intensidad de todo lo vivido entre el Encuentro diocesano de Tuy y la JMJ de Lisboa), me han permitido gustar de forma muy concreta lo bueno que es Dios, lo bien que ha hecho las cosas en mi vida y su fidelidad en el paso del tiempo desde que le di mi primer sí hasta el momento en el que me encuentro, casi al final de los años de Seminario. Como nos dijo el Papa en el acto de acogida, Él nos llama por su nombre y cuenta con todo lo que somos para su plan.

Doy gracias a Dios por haber podido compartir los días de Tuy junto a otros jóvenes de la Diócesis, muchos de ellos conocidos de las parroquias por las que he ido pasando en mis años de formación y que siguen fieles al Señor en esta familia que formamos en nuestra iglesia diocesana, respondiendo a la llamada que a cada uno le hace. 

Y doy gracias muy especialmente por aquellos que han sido mis compañeros en esta peregrinación: los jóvenes de la Parroquia de la Asunción de Parla y su párroco, Orlando.  Sin conocerme de nada he podido gustar la acogida de la Iglesia, la fraternidad sacerdotal y la paternidad espiritual a la que el Señor me llama. Con ellos he profundizado en la belleza del hombre en los días de Tuy y he celebrado la alegría de formar parte de la Iglesia en Lisboa. Junto a ellos ha sido muy enriquecedor compartir con un pequeño grupo de estadounidenses de la Parroquia de Santa Ana de Brentwood, Nueva York. Ellos nos enseñaron cómo la misma fe común se vive desde otra cultura y nos hicieron sentir la catolicidad de la Iglesia.

Tantas pequeñas experiencias cotidianas en las que he visto el rostro del Señor en personas y situaciones concretas, que me han dejado con una profunda alegría que pido a Dios que, como decía el Papa, sea “una alegría misionera””.