A la vuelta de estos intensos días en Tuy y en Lisboa, tres jóvenes han querido compartir su experiencia con el resto de los fieles diocesanos. Lydia Jiménez de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción (Valdemoro), María Gómez de La Inmaculada (Alcorcón) y Jimena Vázquez de San Carlos Borromeo (Villanueva de la Cañada), son tres de los 3000 jóvenes que desde parroquias, movimientos o grupos de la Diócesis de Getafe han experimentado "la felicidad, la cercanía y la sed de Dios" y que regresan a casa para, como les dijo el papa Francisco, anunciar sin miedo el amor de Dios.
Son tres testimonios de un corazón agradecido a Dios y a la Iglesia, que han vivido un encuentro que nunca olvidarán.
Lydia Jiménez, Valdemoro: “he podido sentir esa sed infinita de Dios”.
“Mi nombre es Lydia, tengo 23 años y esta ha sido mi primera JMJ. He viajado con un grupo de 36 peregrinos de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción (Valdemoro) acompañados por el vicario parroquial Patxi Bronchalo.
Sinceramente, no esperaba mucho de la JMJ… pero sin duda es algo que no te puede dejar indiferente.
Es una experiencia muy enriquecedora tanto a nivel personal como de grupo, en la que las comodidades brillan por su ausencia, y el salir de uno mismo para ayudar a los demás se convierte en lo más importante.
Hemos bailado, cantado, caminado, llorado y reído, pero también he podido sentir esa sed infinita de Dios, de querer estar más cerca de Él y entrar en mayor intimidad, sed de bien y de amor.
Esto podría resumirlo diciendo que estamos cansados, pero felices; con el alma llena y el corazón contento. Con ganas de compartirlo con los demás “sin miedo” como nos decía el Papa en la misa de envío”.
María Gómez, Alcorcón: “Dios nos precedía en el camino”.
“Esta aventura comenzó en Tuy donde pudimos disfrutar unos días de distintas conferencias, talleres, deportes, conciertos, misas, etc. Estos días fueron clave para conocernos mejor entre nosotros y preparar nuestro corazón para lo que nos esperaba en Lisboa. A la capital portuguesa iba expectante porque, aunque ya estuve en la JMJ de Cracovia, cada una es única y diferente de las anteriores.
Mentiría si dijera que me encantaba la idea de que hubiese tanta gente en cada lugar al que íbamos y el desafío que suponía ir a por comida o coger el transporte público... Fueron unos días muy intensos y, sin embargo, he podido ver que, aún con todas las dificultades que hemos tenido, Dios no nos dejaba ni un minuto solos e iba precediendo nuestro camino; creo que esto refleja en realidad lo que es la vida, en la que, a pesar de los baches, si te apoyas en Dios todo es más llevadero.
Si tengo que resaltar algo de la JMJ son aquellas palabras que dijo el Papa en las que decía que el único momento en el que debemos mirar a alguien desde arriba es para ayudarlo a levantarse y creo que ahí se resume muy bien el verdadero sentido cristiano”.
Otro momento precioso que vivimos fue la Vigilia del día 5 de agosto con el Papa en Campo de Gracia, en la que miles de jóvenes juntos rezamos ante el Santísimo. Se me ponían los pelos de punta al comprobar que es imposible que tantas personas estemos locas y que, aunque muchas veces no lo vea, Cristo está vivo.
Jimena Vázquez, Villanueva de la Cañada: “todos nosotros tenemos sed de Dios”
“Acabo de regresar a casa después de la JMJ en Lisboa a la que he asistido con la Parroquia San Carlos Borromeo y me siento inmensamente feliz. Es una experiencia que no deja indiferente a nadie y me siento muy afortunada por haber tenido la oportunidad de haber peregrinado con este grupo que sonreía a cada problema en el camino, en el que nos ayudábamos mutuamente, y buscábamos disfrutar siendo jóvenes, amando a Dios.
He ido a muchos campamentos y pensé que esto sería algo parecido, pero la verdad es que me asustó la gran cantidad de gente, y este viaje, que pone a prueba tu cansancio y tu paciencia; me tranquilicé al oír al Papa y verlo tan de cerca, fue una maravilla. También me emocionó ver a tanta gente que nos acompañaba en mitad de ese caos, desconocidos ofreciéndonos agua o abanicando y, esos momentos posteriores, todos arrodillados ante el mismo Rey, ante nuestro Dios; en ese momento no importaba el polvo, el cansancio o el calor.
Después, disfrutamos en la playa como parroquia y esta felicidad que sentía yo, la vi en muchos jóvenes más.
Como bien nos dijo un compañero de nuestro grupo, se notaba que todos nosotros tenemos sed de Dios, y que hemos probado un poco de este amor en la JMJ, (o en otro lugar) y que hemos visto que nos hace muy felices. Espero que después de esta experiencia ninguno nos conformemos y busquemos ese amor y esa felicidad en el día a día”.