El delegado de Pastoral Universitaria, Miguel Ángel Iñíguez, ha acompañado a los jóvenes diocesanos en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Lisboa, y ha querido compartir esta experiencia, que él define como “maravillosa”, con todos los diocesanos.
“Una bocanada de aire fresco ha entrado en la Iglesia, y también en el mundo. No son nuevas las JMJ, pero hacía falta esta de Lisboa para comprobar que la juventud es una esperanza siempre, también hoy.
Uno palpa de cerca la frescura y el entusiasmo de una juventud católica, a la que hay veces que no sabemos acompañar o entender.
En lo profundo, en lo personal, en el tú a tú, se percibe la bondad del corazón y la llamada a no conformarse con vidas y proyectos a medias.
El Papa Francisco sabe muy bien esto y no ha dudado en plantear con valentía, sin miedo, un ideal por el que merece la pena dar la vida. Cristo sigue llamando a la santidad y es lo único que merece la pena.
Esa llamada a tener un corazón abierto y una Iglesia acogedora nos ha interpelado a todos, jóvenes y sacerdotes. En el corazón de Cristo caben todos, todos, todos, porque somos amados antes que ninguna otra cosa.
Yo me preguntaba en la Vigilia,y en la Misa de envío, qué le dice Cristo a cada joven para que al unísono se postren en adoración reverente y silenciosa. La respuesta es Él mismo. Jesucristo sigue hablando a cada uno y le pide lo más bello de su vida para hacerle plenamente feliz. Nosotros los pastores tenemos que acompañar con respeto paciente y entusiasmo esta acción de Dios que no se agota nunca.
Después de la JMJ en Lisboa, viene el día a día, en soledad muchas veces y con las heridas propias de la vida. Hay que estar junto a ellos, hay que comprender sus situaciones, hay que ofrecerles lo mejor, hay que ayudarlos a ser santos en el ahora del día a día.
Tenemos los Sacramentos, la Palabra de Dios, la Iglesia como Madre, que nos lo facilitan mucho. No somos nosotros, sino Él que actúa en cada persona.
No tengamos miedo, ¡Los primeros nosotros! La tarea es algo más que entretener, es proponer un ideal que sea capaz de llenar toda la vida, en el sacerdocio, en la consagración y en el matrimonio. Cada cual en el lugar que Dios ha soñado para él. No defraudemos a nuestros jóvenes, lo esperan todo y están dispuestos a darlo si tienen buenos maestros: padres, educadores, sacerdotes.
Acompañados de María, nuestra Madre, podremos llevar a cabo esta tarea maravillosa de acompañar jóvenes que sean capaces de cambiar el mundo cambiando su propio corazón. No tengamos miedo a sacrificarnos por ellos y a tratar de entender lo que les pasa, lo que sufren y lo que anhelan. Hagamos cercano el amor y la ternura de Dios por cada uno.
Se atisba una nueva primavera, por eso hay que poner todo sobre la mesa y abrir horizontes. No dejemos que nos arrollen los acontecimientos. El pesimismo no cabe en la Iglesia de Cristo. No nos dejemos robar la esperanza y la ilusión.
Animo a todos a vivir con entusiasmo la entrega cotidiana. Ahí está ese plan de Dios escrito en caracteres descifrables”.