En verdad que “la alegría es misionera”, nos exhortaba el Papa Francisco; es por ello que desde mi experiencia de todos estos días vividos me brota del corazón la bendición: ¡bendita sea la Trinidad Santa por esta Jornada Mundial de la Juventud!, donde nos hemos encontrado los hermanos y hermanas en la misma fe en Jesucristo crucificado y resucitado, en el corazón de la Iglesia.
La Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa ha sido una experiencia verdaderamente transformadora para los que hemos participado en ella. Algunas de las razones de mi anterior afirmación son las siguientes; que supongo es el sentir de los obispos.
La renovación de la fe: la JMJ es un recordatorio inspirador de la vitalidad y el entusiasmo de la juventud católica en todo el mundo. Para nosotros, los obispos, ver a tantos jóvenes comprometidos con su fe y entusiasmados por su relación con Dios, renueva nuestra propia fe y da un nuevo impulso a nuestro ministerio episcopal.
La catolicidad de nuestra Iglesia: uno de los aspectos más hermosos de la JMJ es la oportunidad de encontrarnos con jóvenes de diferentes culturas y países. Nos brinda una perspectiva global de la Iglesia Católica y nos permite establecer conexiones significativas, “la amistad social”, con personas de todos los rincones del mundo, fortaleciendo el sentido de comunión y fraternidad.
La inspiración para el ministerio: la interacción con los jóvenes durante la JMJ nos recuerda la importancia de nuestro ministerio, renovando nuestro compromiso de servir a Dios y a su pueblo con alegría y dedicación.
El crecimiento personal: la JMJ nos ha ofrecido la oportunidad de estar inmersos en un ambiente de oración, reflexión y alabanza. Al participar en los diversos eventos religiosos y escuchar las enseñanzas de los Pastores de la Iglesia, en especial del Santo Padre, los obispos somos urgidos a crecer espiritualmente y a profundizar en nuestra relación con Dios.
La celebración de la juventud: la JMJ es un momento de celebración y alegría, donde pudimos experimentar la energía y la vitalidad de un millón y medio de jóvenes. Al celebrar la fe junto a ellos, se nos recordó la importancia de reflexionar sobre las necesidades y esperanzas de las nuevas generaciones, y cómo convertirnos en Pastores de tantos jóvenes que han encontrado a Dios y de todos los que lo buscan, muchos jóvenes caminan con sed de Dios y beben en aljibes agrietados (cf. Jr 2, 13) donde no hay agua fresca sino contaminada. Al mismo tiempo esta jornada ha servido como abono vocacional a la llamada que hace el Señor en una tierra y tiempos tan necesitados de obreros para la mies abundante.
Mi experiencia como obispo auxiliar de la Diócesis de Getafe en esta JMJ ha sido una fuente de ánimo, esperanza, inspiración y renovación en la fe y en la alegría del Evangelio. Por medio de la comunión católica, el crecimiento personal y la celebración de la juventud, hemos sido exhortados y fortalecidos en nuestra vocación de servir a Dios y a su Iglesia en medio de nuestro mundo, “porque estamos en el mundo aunque no somos del mundo” (cf Jn 17, 14).
Y no puedo terminar sin agradecer en primer lugar a Dios, como he dicho al comienzo;, a la gran ayuda de nuestra Madre del cielo en la advocación de Nuestra Señora de Fátima; a la comunión de los Santos patronos de la juventud; al papa Francisco -con 86 años y reponiéndose de una operación- por su valentía, su coraje, por su testimonio creíble, por sus palabras llenas de asombro y de un gran Magisterio, desde su discurso a las autoridades a su llegada a Lisboa hasta su despedida final; gracias a nuestro obispo D. Ginés, que como buen pastor ha estado en todo momento pendiente de la Diócesis; a los sacerdotes, al Seminario y los seminaristas; religiosos y religiosas; a los consagrados y a la multitud de seglares y de jóvenes que desde nuestra Diócesis de Getafe han llevado a cabo el cuidado, la acogida, la oración, la celebración de la Eucaristía y el Sacramento de la Reconciliación; al gran número de voluntarios, verdaderos ángeles pendientes las 24 horas del día desde que peregrinamos a Tuy y a Lisboa.
Tampoco puedo concluir este agradecimiento sin bendecir a Dios por la Delegación diocesana de Juventud, el delegado, miembros del equipo, y colaboradores que, desde hace tantos meses, han estado cuidando los detalles de esta gran tarea misionera y evangelizadora.
Como afirmaba la patrona de las misiones, Santa Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz, “el más pequeño acto de puro amor le es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas”. Gracias y que Dios os bendiga.