17/04/2024. El pasado fin de semana del 12 al 14 de abril, medio centenar de familias han realizado la tercera etapa del Camino de María, una propuesta del Familión de la Diócesis de Getafe, que en esta ocasión las ha llevado a recorrer dos tramos de 11 y 14 kilómetros, hasta el Santuario de la Virgen de Valvanera (La Rioja).
Se trata de una propuesta con la que El Familión quiere dar continuidad a la comunión lograda entre las familias que realizaron el Camino de Santiago y abrir esta iniciativa a todas las familias diocesanas.
En esta ocasión las familias han estado acompañadas por el obispo de Logroño, D. Santos Montoya, y los sacerdotes diocesanos, Javier Bescós, Rafael de Tomás, y Álvaro Piñero.
Una de estas familias es la de Raúl Benítez y Maite Izquierdo, de Getafe, que decidieron peregrinar junto a sus tres hijos, dos chicos y una chica, de 4, 6 y 8 años.
Raúl resume su experiencia como una locura en la que ha sentido el amor y la compañía de Dios y de la Virgen en cada momento, en la que ha podido compartir los dolores y también las alegrías con sus hijos y su mujer.
Una de las ideas que destaca este peregrino getafense es la esmerada organización y el cuidado de cada momento, el de caminar y también el de rezar y celebrar en los diferentes lugares previstos.
Esta es su experiencia:
“Por fin llegó el viernes 12 de abril. Todo estaba preparado, el equipaje listo, la cena hecha y envuelta para poder comer algo a la llegada a nuestro destino, prevista en cuatro horas. La organización nos había ofrecido dormir en el Seminario de Logroño, pero, por cuestiones de logística y de salud, decidimos dormir en un camping cercano. El objetivo era llegar a la Misa a las 22.00 horas en el seminario, donde nos esperaban la organización y el obispo de Logroño, D. Santos Montoya.
Por fin nos pusimos en marcha... En el coche ofrecimos el viaje para que no pasara nada malo; los niños, sentados detrás, estaban alteradísimos y Covadonga, la pequeña, no paraba de llorar. Empezábamos a pensar que había sido un error ir a Valvanera; llegamos a nuestro destino a las 23.00 horas, rotos, sin ir a Misa y con los niños dormidos.
Al día siguiente nos esperaban en el seminario a las ocho de la mañana para llevarnos en autobús a San Millán de la Cogoya y empezar a andar hacia Tobía. ¡Qué locura!
El despertador sonó a las seis y cuarto de la mañana y no mejoró mucho la situación. Además, como mi medicación no haría efecto hasta dentro de una hora, poco podía ayudar a mi mujer que se movía por nuestro pequeño alojamiento cual ‘Speedy González’ mientras hiperventilaba. ¡Qué locura!
Llegar al seminario fue como llegar a casa, todos eran conocidos y queridos, pero no dio tiempo a mucho porque había que ir corriendo a los buses. El nuestro estaba al fondo, con Javier Bescós, uno de los sacerdotes que nos acompañaban.
Llegamos al convento de Yuso donde tuvimos Misa antes de empezar a andar. El sábado yo no caminé, me quedé con Covadonga, mi hija pequeña, y con la gente de la organización que no podía andar y que rebauticé con el nombre de “grupo de apoyo logístico”. Lejos de lo que pudiera pensarse no paramos, el móvil estuvo echando humo organizando ya la siguiente etapa. ¡Qué locura!
Nos trasladamos en los coches a Tobía con el deseo de ver llegar por la montaña al Familión. El pueblo entero estaba expectante con la llegada de la gente. El pueblo tenía una veintena de habitantes y veía que 50 familias, unas 200 personas, estaban por llegar. El sol estaba en todo lo alto y el calor apretaba. De repente por las calles del pueblo, bajando de la montaña, aparecieron los primeros peregrinos, con semblante cansado, pero todos sonrientes… a lo lejos se escuchaban cantos de alabanza y gozo, eran los seminaristas. ¡Qué locura!
Después de comer, nos subimos de nuevo al autocar para llegar a la Catedral de Logroño y poder rezar el Rosario. Fue un Rosario de esos en los que cada Ave María se metía en tu corazón restaurándolo y sanándolo. ¡Qué locura! Una auténtica locura.
Esa noche tras cenar en un restaurante que el Familión reservó para la ocasión, tuvimos tres horas santas preparadas para cada rango de edad. Mientras el obispo de Logroño se disponía a confesar a los peregrinos, el Señor, presente en la oración, hizo que nos adentráramos en el misterio de la Anunciación; la creación entera aguantaba el aliento esperando el sí de María. La redención del hombre estaba en manos de María que exclamaba: ¡hágase en mí según tu palabra!… qué locura.
Llegó el domingo, la jornada que según decían era la más dura. Ese día caminé yo y Maite se quedó con nuestros dos hijos pequeños en la actividad preparada para ellos.
Apreté los dientes, y tras comprobar que no temblaba demasiado, agaché la cabeza y caminé. Al rato sentí que no iba a poder, de repente escuché cantar a los seminaristas como en mis días de juventud, levanté mi mirada a lo alto y admirado contemplé un valle con mil colores que sólo podía haber salido de la paleta de Dios.
Algo había cambiado, me sentí con menos peso sobre mis hombros, con una familia que tenía en su rostro algo que hacía tiempo no veía, la alegría del que se sabe amado por el Amor, sin importar qué tienes o lo que haces o dejas de hacer, que anda en comunión, alegres, cantando y alabando a casa de María. ¡Qué locura!
Al llegar al Santuario y reencontrarnos con el resto del Familión, celebramos la Misa y aproveché para confesarme… le hablé al padre de esta locura, locura de amor me dijo él.
Para terminar, no quiero dejar de comentar que uno de los mejores momentos de la peregrinación sucedió al regreso, cuando cuatro familias de Getafe, con un total de ocho niños, paramos en una estación de servicio. Entre la carretera y el aparcamiento de camiones extendimos las mantas y nos pusimos a cenar, los niños de golpe empezaron a jugar entre ellos, felices, alegres, queriéndose, tenían esa mirada del que se sabe amado… son pequeños, pero ya lo saben, ¡qué locura!
El lunes siguiente el despertador volvió a sonar a las seis de la mañana y yo seguía enfermo, pero aprendí a decir desde el corazón: “hágase en mí como tú quieras”, desde este fin de semana la cruz pesa menos… como diría el cantautor Migueli: “como cura, la locura, cura la locura de mi Dios, locura de amor”.
Gracias a todos los “locos” del Familión”.