29/12/2024. El obispo de la diócesis de Getafe, Mons. Ginés García Beltrán, ha presidido en la mañana del domingo 29 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia, la inauguración del Jubileo de la Esperanza que lleva por lema "Peregrinos de la Esperanza", en la Catedral Santa María Magdalena.

 

Reproducimos a continuación el texto completo de su homilía:

Queridos hermanos y hermanas en el Señor

Hoy, en este domingo de la Sagrada Familia, nos reunimos con gran alegría para inaugurar, en comunión con la Iglesia universal, el Año Santo 2025, bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”. “La esperanza no defrauda” (Rm 5,5), con estas palabras de San Pablo comienza el Papa su Bula de convocatoria de este Año Santo, “la esperanza también constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años (...) Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1)” (Spes non confundit, 1).

“Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana”, continúa afirmando Francisco. Por eso, la esperanza, queridos hermanos, asombra al mismo Dios, escribía el converso francés Péguy. Esta expresión nos recuerda que la esperanza es un don precioso, una chispa divina que nos impulsa a seguir adelante a pesar de las dificultades. Dios mismo se asombra de nuestra capacidad de esperanza, una esperanza que se renueva constantemente en su amor y misericordia.

Es cierto, la esperanza es la semilla que anida en el corazón humano, y que siempre nos dice al oído que todo puede cambiar, que el mal no puede tener la última palabra, que podemos salir de cada uno de los problemas y dificultades que a menudo afectan a nuestra vida. Sin embargo, son muchas las circunstancias y las razones que nos llevan a la desesperanza. La incertidumbre del futuro, y no solo del futuro, también el presente parece invitarnos a desesperar. Entonces debe resonar en el corazón del creyente, y también en el del que no lo es: “esperar contra toda esperanza” (cfr. Rm 4,18).

La Iglesia está convocada, es su vocación, a decir una palabra de esperanza al mundo, una palabra de esperanza que llegue al corazón del hombre. La palabra de una esperanza que no es pasajera, sino que es eterna; que no es ciega, sino real; que no es abstracta, sino concreta, es Cristo mismo. Cristo es nuestra esperanza. Por eso, la esperanza no defrauda, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5).

 gentejubileowebLa esperanza nace siempre de una confianza, y se apoya en el amor, un amor que es fundamento de la existencia; es el amor del Corazón de Jesús traspasado que nos invita a entrar en él, a confiar, a abandonarnos; en Cristo sabemos que ningún mal es definitivo, por eso confiamos, y esperamos. “La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino” (Spes, 3).

 Sin embargo, lo que experimentamos cada día es la situación de un mundo que parece robarnos la esperanza. La visión de un escenario de guerras y enfrentamientos en tantos lugares de la tierra que destrozan todo, incluido el corazón de los que lo padecen; la polarización de la que cada día somos testigos, y hasta colaboramos, en todos los ámbitos de la sociedad, que ha desterrado el diálogo y el entendimiento entre nosotros; los atentados contra la dignidad propia de cada hombre por encima de sus circunstancias; o los atentados a la vida desde el momento de la concepción a la muerte natural, sin olvidar la cerrazón del corazón que quiere excluir al que no es como nosotros, al que no es de los nuestros. Muchos de nuestros contemporáneos viven en la desesperanza porque no hay un sentido en su vida, porque el corazón se ha secado y se ha ocultado el horizonte del bien y la belleza. Desgraciadamente, para muchos se ha disuelto el futuro.

En medio de esta realidad, tantas veces trágica, que nos envuelve, el Señor nos llama a ser testigos y portadores de una esperanza. No basta con anunciarla, tenemos que hacerla visible en medio del mundo, con la certeza de que esta esperanza no es mera ilusión, sino una certeza profunda de que Dios camina con nosotros y transforma nuestras vidas.

 Hemos de ponernos en el camino de la esperanza. El camino es siempre una bella imagen que nos hace salir de nosotros mismos, que nos exige esfuerzo y paciencia, que nos permite reconciliarnos. “La vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús”, nos recuerda el Papa.

El Año Santo que ahora inauguramos en nuestra diócesis nos pone en esa senda del camino, en el camino de la reconciliación con Dios y con los hermanos. La peregrinación a cualquiera de los lugares designados por el Papa o por cada uno de los obispos en su diócesis –en nuestro caso esta Catedral y la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles–, nos dará la oportunidad de encontrarnos con la misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia, la Eucaristía, y la oración. Y nos acerca a los hermanos, especialmente a los más necesitados.

El Año Santo, ya en la mentalidad bíblica, es un año para reparar y condonar las deudas. Pensemos cada uno en las deudas que tenemos con los demás, y perdonemos, perdonemos de corazón como Dios me perdona a mí. Y pidamos que los países ricos sepan también perdonar las deudas de los más pobres, es un deber de justicia; “Si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos (Spes, 16).

Hoy la liturgia de la Iglesia nos muestra un ejemplo precioso de la esperanza en Dios, y un modelo de cómo vivir la esperanza: la Sagrada Familia de Nazaret.

Las lecturas de hoy nos presentan a la Sagrada Familia como un modelo de vida en fe y esperanza. En el evangelio según San Lucas (2,41-52), leemos sobre la escena de Jesús en el templo de Jerusalén con los doctores de la ley. María y José, angustiados por la desaparición de su hijo, lo encuentran, después de tres días, discutiendo con los maestros. La respuesta de Jesús – "¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?" – revela su profunda comprensión de su misión divina. Sin embargo, ellos no entendieron nada, pero confiaron, siguieron acogiendo en sus vidas y en su familia la voluntad de Dios sobre la humanidad. Mientras Jesús bajó con ellos a Nazaret y estaba sujeto a ellos, así “iba creciendo en sabiduría, estatura y en gracia ante Dios y los hombres”. La fe de la Sagrada Familia se pone a prueba, pero su confianza en Dios les da la fuerza para continuar adelante. En sus vidas, encontramos un ejemplo de cómo la fe y la esperanza nos sostienen en los momentos de dificultad.

La carta a los Colosenses (3,12-21) nos habla de las virtudes que deben guiar nuestras relaciones familiares: compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Estas virtudes son el fundamento de una familia cristiana y nos recuerdan que, al vivir en armonía y amor, reflejamos la esperanza que viene de Dios.

No olvidemos, queridos hermanos, cuál es el fundamento y la meta de nuestra espera: la vida eterna. “Nosotros, en cambio, en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria” (Spes, 19). Esta es la felicidad que hemos de anunciar y vivir para contagiarla a todos, y esta es la dicha que nos hará seguir trabajando con audacia, celo e ilusión en la tarea de la evangelización de nuestro mundo, para que el amor de Dios llegue al corazón de cada hombre.

La Navidad y el Año Santo nos llaman a ser una comunidad unida en la esperanza y el amor. Así como María y José encontraron apoyo y solidaridad en los pastores y los magos, nosotros también estamos llamados a apoyarnos mutuamente en nuestro caminar de fe y a animarnos en la esperanza. “Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras” (Carta del Papa Francisco a Mons. Fisichella).

Queridos hermanos y hermanas, en este domingo de la Sagrada Familia, al inaugurar este Año Santo, os invito a contemplar el ejemplo precioso de la Virgen María y San José que con su confianza en el Señor abrieron nuevos caminos de esperanza para la humanidad; pidamos que nos enseñen también a nosotros a ser testigos de la esperanza para nuestro mundo.

Mons. Ginés García Beltrán, obispo de Getafe

 

La homilía completa está disponible en el siguiente vídeo: 

 

 

 

 

 

Continúa informado en:

• Instagram: @diocesisdegetafe
• TikTok: @diocesis.de.getafe
• Twitter: @DiocesisGetafe
• Facebook: www.facebook.com/diocesisdegetafe
• YouTube: www.youtube.com/@getafediocesis