LO ESENCIAL

 

Dios nos llama a mirar la realidad con el colirio que Él nos da, aunque siempre atentos para no desvirtuarlo, no suceda que oigamos aquellas duras palabras: “Conozco tu conducta: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3, 15). Quizás, nos cuesta ver la cara amable de este mundo y las potencialidades que se encierran.

Pero mirando desde los ojos de la fe la realidad de la Iglesia encarnada en nuestro mundo, y con la confianza que nos comunica el Señor –“Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)–, se constata un período hermoso en su historia, que se sitúa en la unidad de la fe.

El siglo XX, y lo que llevamos de siglo XXI, ha sido un tiempo de florecimiento espiritual y teológico que subraya actitudes personales y comunitarias en parroquias, realidades eclesiales, movimientos, congregaciones, institutos seculares, hermandades, etc.Y se ha puesto el acento en ir a lo esencial:

Donde el alimento de la vida interior es la Palabra de Dios y la Eucaristía, como nos dice Jesucristo en el discurso del pan de vida: “El pan que Dios da es este que ha bajado del cielo y que da vida al mundo” (Jn 6, 33). Donde la escucha del Evangelio de Jesucristo, la celebración de los sacramentos (en estos días, de modo especial, la Eucaristía y la Reconciliación), la oración, son alimento para el caminar diario y el principio de unificación de toda comunidad cristiana.

  • Donde la fe es el gran riesgo de la vida: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la hallará” (Mt 16, 25).
  • Donde los pobres son el centro por ser los preferidos de Jesús, que se ha hecho uno de ellos, y nos quedamos asombrados ante el Misterio de la Encarnación, ante la vida oculta de Nazaret, la vida desde Belén al Jordán, la Pasión, Muerte y Resurrección.
  • Donde los miedos se alejan ante lo nuevo, porque, más que temor, vemos en ello una oportunidad de Dios. Ahí están, por ejemplo, los jóvenes que con alegría y esfuerzo, en este Año Jubilar de la Esperanza, ya se preparan para la Jornada Mundial de la Juventud en Seúl. Ellos nos enseñan, gracias a su sensibilidad, el coraje para distinguir lo que es verdadero de lo que es pura apariencia: “Examinad todo con discernimiento: quedaos con lo que es bueno, apartaos de toda clase de mal” (1 Tim 5, 21-22).
  • Donde la humildad nos lleva a dejar que el protagonismo sea del Espíritu Santo.
  • Donde el silencio y la oración ocupan un lugar esencial, alejándonos, poco a poco, de la perversa servidumbre a tanto ruido y verborrea, para conducirnos al sosiego y la paz interior.
  • Donde se anuncia el Evangelio y se propone la fe con palabras y obras, el testimonio creíble de la vida, respetando la libertad de cada uno, escuchando la indiferencia, la “apostasía silenciosa”,  practicando diálogos verdaderos y cultivando el arte de vivir en cristiano, formando comunidades fraternas y apostólicas.

 

Mons. José María Avendaño Perea