17/04/2025. La Catedral de Getafe ha acogido en la tarde del Jueves Santo la Santa Misa de la Cena del Señor con el rito del Lavatorio de pies presidida por el obispo de Getafe, Mons. Ginés García Beltrán.
A continuacion ofrecemos el texto completo de su homilía:
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy nos reunimos para conmemorar uno de los misterios más profundos y esenciales de nuestra fe: el Jueves Santo, día en que celebramos la Cena del Señor. Este día nos introduce en el Triduo Pascual, el corazón del año litúrgico, y nos invita a contemplar los gestos sublimes de Jesús: la institución de la Eucaristía, y el mandamiento del amor que se manifiesta en el gesto profético del lavatorio de los pies. Cada uno de estos gestos ilumina nuestra misión como discípulos y nuestra identidad como comunidad cristiana.
Por eso, entremos con ojos y corazón contemplativo a nuestro Cenáculo para hacer nuestra cada palabra y cada gesto del Señor; no solo somos testigos de lo que vemos y oímos, sino que somos parte de lo que celebramos. Todo esto lo he hecho el Señor por nosotros, por ti. Entremos y gustemos de este banquete que se ha preparado para nosotros.
La institución de la Eucaristía: el don más grande
Los discípulos han preparado la cena como cada año, en obediencia a lo que les ha pedido el Maestro. Al parecer siempre la celebran en el mismo lugar, aunque bien es verdad que esta vez Jesús utiliza palabras enigmáticas para ellos distintas a la de otros años.
En la Última Cena, Jesús, siguiendo la tradición judía, hace memoria de aquella primera Pascua, del paso de Dios que liberó a Israel de la esclavitud de Egipto; desde entonces, y a lo largo de las generaciones, siguen el mandato dado por Yahvé Dios, “de generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis”. La última cena de Jesús, como cada pascua judía, es un memorial de la pascua de Israel. Sin embargo, aquella noche las palabras y los gestos del Señor mostrarán una novedad que sabe a Misterio.Ya no habla del sacrificio de animales, habla de su cuerpo y de su sangre, de su vida.
Tomó pan y vino, los bendijo y los entregó a sus discípulos diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros... Este es el cáliz de mi sangre, que se derrama por vosotros". En este gesto, Jesús se ofrece como alimento espiritual, como fuente de vida eterna y como presencia viva en medio de su pueblo. La novedad es total, ahora no se trata de la figura del sacrificio que se hace por la inmolación de los animales, es el sacrificio del Hijo de Dios que, se entrega a sí mismo, y nos limpia de todo pecado, abriéndonos el camino de la salvación. Es un culto existencial. El sacerdote se hace víctima.
La Eucaristía es el don más grande que hemos recibido, porque en ella encontramos a Cristo mismo, que nos fortalece, nos une y nos impulsa a vivir según su ejemplo. Cada vez que celebramos la misa, revivimos este misterio de amor, y somos llamados a dejarnos transformar por él. Hoy, Jesús nos recuerda que no estamos solos, que Él permanece con nosotros en el sacramento del altar. Nos invita a acercarnos a Él con humildad y confianza, para que su amor transforme nuestras vidas. S. Agustín clama: “¡Oh Iglesia amadísima, «come la vida, bebe la vida: tendrás la vida y esa vida es íntegra» (Sermón 131, I, 1).
En esta misma cena, y al repartir su cuerpo y sangre, Jesús invita a los apóstoles a realizar este mismo gesto en su memoria: “Haced esto en memoria mía”. Entrega a la Iglesia el don de su presencia en su cuerpo y sangre, pero también en aquellos que han de repetir el gesto, en lo sacerdotes. El prefacio de la ordenación de presbíteros lo expresa con gran belleza: “Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención y preparan a tus hijos el banquete pascual,donde el pueblo santo se reúne en tu amor,se alimenta con tu palabra y se fortalece con tas sacramentos”. La Eucaristía moldea el alma sacerdotal al configurarse de modo extraordinario con Cristo. Sus palabras son las de Cristo, sus gestos son los de Cristo. Los sacerdotes actúan en la persona de Cristo. Que don y que exigencia para nosotros sacerdotes, llamados a un oficio tan sublime. Qué necesario que vivamos este don con humildad y con el testimonio de una vida virtuosa.
Pidamos, queridos hermanos, por los sacerdotes, para que sea una imagen cada vez más viva y más perfecta de Jesús, sacerdote, maestro, y siervo de todos.
El mandamiento del amor: una nueva manera de vivir
En esa misma noche, Jesús dio a sus discípulos un mandamiento nuevo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". Este amor no es teórico ni abstracto, esconcreto y sacrificial. Es un amor que nos llama a poner a los demás antes que a nosotros mismos, a tender la mano al necesitado, a perdonar y a construir puentes en lugar de muros.
Este mandamiento del amor debe ser el sello distintivo de nuestra identidad como cristianos. En un mundo marcado por divisiones, egoísmos y odios, Jesús nos desafía a ser luz y testimonio de un amor que transforma. Pero para amar como Cristo, necesitamos primero abrir nuestro corazón a su amor, dejarnos llenar por su gracia y aprender de su ejemplo.
Para darnos ejemplo de cómo se ama, cómo ama Él, realiza el gesto del lavatorio de los pies. Es el gesto más impactante. Jesús, el Maestro y Señor, se arrodilla ante sus discípulos para lavarles los pies, un acto reservado a los siervos. Con este gesto, nos enseña que el verdadero poder se encuentra en el servicio, y que la grandeza cristiana no consiste en ser servido, sino en servir.
El lavatorio de los pies es una lección de humildad y una llamada a ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más pequeños, los pobres y los marginados. En este mundo que a menudo valora el prestigio y el poder, Jesús nos muestra un camino diferente: el camino de la entrega y la generosidad.
Dejémonos transformar por una Presencia que nos interpela
El Jueves Santo nos invita a contemplar gestos de Jesús y a dejarnos interpelar por ellos. La Eucaristía, el mandamiento del amor y el lavatorio de los pies son mucho más que ritos: son un programa de vida cristiana, un llamado a vivir con autenticidad nuestra fe y a ser testigos del amor de Dios en el mundo.
Esta tarde, mientras participamos en esta cena sagrada, renovemos nuestro compromiso de vivir según el ejemplo de Cristo. Acerquémonos a la Eucaristía con un corazón abierto, amemos con generosidad y sirvamos con humildad. Que el Espíritu Santo nos guíe y fortalezca, para que nuestras vidas sean un reflejo vivo del amor de Dios.
Que María, la Madre del Señor, que estuvo siempre junto a Jesús, nos acompañe en este camino de fe, amor y servicio.