22/04/2025. Con motivo del fallecimiento del Papa Francisco, el obispo de Getafe, Mons. Ginés Garcia Beltrán, ha escrito un artículo para el diario ABC, que dedica casi la totalidad de su edición del martes a este acontecimiento.

A continuacion, reproducimos el artículo completo: 

Hoy nos despedimos de un pastor que transformó no solo a la Iglesia Católica, sino también el corazón de millones de personas en todo el mundo. El Papa Francisco, el pontífice que eligió su nombre inspirado en San Francisco de Asís, nos deja un legado imborrable de sencillez, esperanza y, sobre todo, alegría.

Desde aquel 13 de marzo de 2013, cuando apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro saludando con un humilde “Buona sera”, quedó claro que su papado marcaría un antes y un después. Francisco fue un papa cercano, un pastor que caminaba con el pueblo, que escuchaba el clamor de los marginados y que no temía hablar sobre los problemas más urgentes de nuestro tiempo.

La alegría fue el sello distintivo de su ministerio. En su exhortación apostólica EvangeliiGaudium, el Papa Francisco nos recordó que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. No era solo un mensaje teológico, sino una invitación a vivir con esperanza y a transmitir esa alegría a los demás, incluso en medio de las dificultades.

Uno de los mayores dones de Francisco fue su capacidad para conectar con las personas, sin importar su condición o creencias. Visitó cárceles, hospitales y barrios humildes, llevándoles consuelo y esperanza. Sus palabras eran un bálsamo para los que sufrían, y su risa, una muestra de la bondad que irradiaba su espíritu.

Francisco no solo predicaba con palabras; su vida era un testimonio del Evangelio en acción. Fue un Papa que puso a los pobres y a los marginados en el centro de su misión, recordándonos a todos que “un cristiano no puede ser indiferente al sufrimiento de los demás”.

En el ámbito global, su liderazgo fue un faro de esperanza en tiempos oscuros. Abogó por la paz en zonas de conflicto, instó a los líderes mundiales a cuidar de nuestro planeta y a vivir la amistad social; se comprometió con fuerza con los migrantes y refugiados, calificándolos como “los más vulnerables de entre nosotros”. Para Francisco, estas no eran solo cuestiones políticas, sino desafíos profundamente humanos que requerían respuestas basadas en el amor y la justicia.

Su apuesta desde la sinodalidad abrió a la Iglesia a la metodología de la escucha y del discernimiento. Sin olvidar que el camino y la meta de toda vida cristiana es la santidad.

A nivel personal, quienes tuvimos la oportunidad de compartir con él algunos momentos, sabemos que Francisco era una persona de profunda fe, pero también de una humanidad desbordante. Su calidez, su humor y su capacidad de escuchar hacían que cualquiera se sintiera comprendido. Con frecuencia, citaba la importancia de la misericordia, afirmando que “la Iglesia debe ser como un hospital de campaña, curando heridas y ofreciendo cercanía”.

Su pontificado no estuvo exento de críticas ni desafíos. Francisco abordó con valentía temas polémicos dentro y fuera de la Iglesia, desde la reforma de la Curia hasta la respuesta a la crisis de los abusos. Pero incluso frente a las adversidades, su mensaje de amor, reconciliación y alegría nunca se desvió.

Desde esta diócesis de Getafe miramos con especial afecto a su última carta Encíclica, Dilexit Nos, sobre el Corazón de Jesús. Después de constatar una evidencia, que al mundo le falta corazón, afirma que “Sólo su amor hará posible una humanidad nueva”.Por ello, dice: “Pido al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir”.

Hoy, agradecemos a Dios por habernos regalado a este pastor de corazón grande y sonrisa franca. Francisco nos enseñó que la verdadera alegría no reside en el éxito o en las posesiones, sino en la entrega, el servicio y el amor a los demás. Nos mostró que la fe es una fuente de esperanza inagotable y que, incluso en los tiempos más difíciles, podemos encontrar razones para agradecer y sonreír.

Su legado nos invita a todos, como Iglesia y como humanidad, a construir puentes en lugar de muros, a cuidar de los más vulnerables y a vivir con la alegría que brota del Evangelio. Francisco no solo fue el Papa de la alegría; fue el Papa del amor, de la misericordia y de la esperanza.