Querido amigos, poco nos queda para iniciar las vacaciones de verano, y muchos tendrán la oportunidad de gozar de una experiencia muy deseada para los que vivimos en el interior: me refiero a ver el mar. El lago de Genesaret, también llamado mar de Galilea, apenas tiene 21 km de longitud. No es como el Océano Atlántico, ni siquiera como el Mediterráneo. Pero allí sucedió el emocionante acontecimiento que escucharemos en el Evangelio de hoy.
La primera lectura prepara el terreno. Está tomada del libro de Job, ese personaje, del que hoy sabemos de su naturaleza ficticia, pero que nos enseña uno de los grandes mensajes de la Biblia, que es cuál debe ser la actitud del ser humano ante el sufrimiento y las tormentas de la vida. La tentación siempre será de interpretar el dolor como una injusticia por parte de Dios. Pero el Señor responde: “¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra?”. Hoy escucharemos que Dios trata el mar como si fuera un bebé salido de sus manos. ¿Por qué nos angustiamos?
El salmo 106 narra cuatro momentos de peligro que tuvo que afrontar el pueblo de Israel a lo largo de su historia: el desierto, el exilio, la tristeza y, finalmente, la tormenta en el mar. En cada uno de ellos se repite la historia. El pueblo clama el auxilio divino, que llega sin tardar: “gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación”. La alabanza sale sola: “Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres”.
La segunda lectura se desmarca de la temática del mar, y continúa la lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios. Con ella, hoy se nos invita a clavar los ojos en Cristo Crucificado. “Cristo murió por todos” nos dice el Apóstol. Que no se nos olvide nunca. La Iglesia vive de esa memoria que se transforma en caridad: “Nos apremia el amor de Cristo”. Se ha inaugurado una nueva forma de amar: “Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado”.
Como ya pueden intuir, el Evangelio nos narra la tempestad calmada por Jesús en el lago de Genesaret. Recordemos que sólo Dios gobierna el mar, como si fuera su hijo pequeño. Cuando Jesús le dice a la tempestad: “¡Silencio, cállate!”, está manifestando veladamente su condición divina. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Al miedo de los discípulos sucede el asombro: “¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
Queridos amigos. La palabra “miedo” no es cristiana. Jesús parece molesto por la falta de fe sus amigos. ¿Es que nos ha fallado alguna vez? Aunque la tormenta sea gigantesca, él va con nosotros, aunque a veces parece que duerme. Amigos, tampoco es cristiana la palabra “imposible”. Y si no que se lo digan a María, que con su fe inauguró una nueva era. Jesús ha convulsionado el mundo. Todos los que creemos en él, hemos dejado atrás el miedo y somos criaturas nuevas. El mar de la vida es nuestro. Él va con nosotros. Él nos espera en la otra orilla. ¡Feliz domingo!