HOMILÍA DEL OBISPO DE GETAFE EN LA MISA DE CLAUSURA DEL AÑO SANTO DE SAN SIMÓN DE ROJAS EN MÓSTOLES
E INAUGURACIÓN DE LA VISITA PASTORAL AL ARCIPRESTAZGO DE MÓSTOLES
Móstoles, 29 de septiembre 2024
Queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Nos reunimos hoy con gran alegría y gratitud para celebrar la clausura del Año Jubilar de San Simón de Rojas, que, a petición vuestra, convoqué con motivo del cuarto centenario de su muerte; y al mismo tiempo, damos inicio a la visita pastoral que realizaremos a lo largo de este curso a este arciprestazgo de Móstoles. Este es un momento de profunda reflexión y renovación espiritual, un tiempo para mirar hacia a este año que termina con gratitud y hacia adelante con esperanza. En definitiva, es una oportunidad de gracia que el Señor nos ofrece a cada uno y cada una de las comunidades cristianas del Arciprestazgo.
1. Os invito ahora a mirar a la figura de San Simón de Rojas, cuyo legado hemos honrado durante este año jubilar, y que nos ha dejado un ejemplo precioso y siempre actual de vida entregada al servicio de Dios y de los más necesitados. Su devoción a la Virgen María y su incansable trabajo en favor de los pobres y marginados nos inspiran a vivir nuestra fe con mayor intensidad y compromiso.
San Simón de Rojas es conocido por su profundo amor y compasión hacia los pobres y necesitados. A lo largo de su vida, no solo predicó la palabra de Dios, sino que también se dedicó a ayudar a los más desfavorecidos, demostrando así su verdadera devoción por el prójimo. Unas palabras muy conocidas del Santo reflejan su compromiso: “El amor a los pobres es el camino más seguro para encontrar a Dios”. Este amor se manifestaba en acciones concretas. En este mismo sentido escribe uno de sus biógrafos: «Simón hizo todo lo posible para aliviar las miserias físicas y espirituales de todo tipo de pobres, prostitutas, niños abandonados, enfermos, mendigos, esclavos en Argelia, soldados mutilados y sacerdotes ancianos que vivían miserablemente». De hecho, cada martes visitaba la cárcel que ocupa en la actualidad el edificio del Ministerio de Asuntos Exteriores, en pleno centro de Madrid, «mientras que los lunes y viernes acudía a los hospitales para visitar a los pacientes más abandonados, llevándoles algo de ayuda» (Pedro Aliaga).
Se dice que tanto contacto con las capas más desfavorecidas del pueblo le causó algún incomodo a Felipe IV, así que un día lo mandó llamar para pedirle explicaciones. «Si bien las almas de reyes y de los pobres valen lo mismo, si me dan a escoger prefiero a los pobres», le dijo el fraile tranquilamente. Después el rey reconocería ante su esposa que «si en mis reinos hubiera un hombre más santo que el padre Rojas lo nombraría confesor tuyo, pero no lo encuentro».
Otro de los pilares sobre los que se asienta la vida y la espiritualidad de Simón de Rojas es su amor y devoción a la Virgen María, un sentimiento que le fue inculcado por su madre en la más tierna infancia. Este amor marcó toda su vida, manifestándose en su oración constante, en su devoción, y en su servicio a los pobres. Una de las citas más repetidas de San Simón de Rojas sobre la Virgen María es: “María es mi madre, mi refugio y mi consuelo. A ella le debo todo lo que soy y todo lo que tengo”. Esta devoción fue tan notable que el poeta Lope de Vega lo comparó con grandes santos marianos como San Bernardo de Claraval o San Ildefonso de Toledo.
Además, San Simón de Rojas fue un defensor incansable de la fe católica en tiempos de grandes desafíos. Su valentía y su compromiso con la evangelización nos inspiran a ser testigos valientes de nuestra fe en el mundo actual.
Por eso, bien podemos preguntarnos, entonces, sobre lo que fue el centro en el corazón de Simón de Rojas, ¿qué amó? Creo que la respuesta la encontraríamos en dos palabras: la Virgen y los pobres. Además, vivió estos dos amores en el ambiente de la Corte de su época, entre los personajes más influyentes de la sociedad, podríamos decir hoy que vivió y llevó el Evangelio a la vida pública de aquellos siglos XVI y XVII.
Pero, no estamos solo ante un personaje de hace cuatro siglos, estamos ante el testimonio de un hombre de Dios, de un santo cuya actualidad no pasa, por eso reflexionemos como Iglesia que camina en Móstoles, ¿qué tiene que decirnos un hombre del siglo XVII a nosotros hombres y mujeres del siglo XXI?, ¿qué tiene que decir este santo a la Iglesia y al mundo de hoy?
En un mundo donde la individualidad y el materialismo a menudo predominan, donde la polarización ha tomado carta de ciudadanía, donde parece que preferimos la exclusión de los otros y la imposición de lo nuestro frente a la acogida de los demás, donde en nombre de una idea excluimos la vida desde la concepción hasta la muerte natural, o la acogida de hombres y mujeres que llegan a nosotros en busca de una vida digna para ellos y sus familias; en un mundo que sigue sacudido por el ruido de las bombas, y de la sangre que deja cada día la violencia, donde tantas veces medimos a los pobres por estadísticas pero no les ponemos rostro, donde anidan tantas y tantas esclavitudes, antiguas y nuevas, la doctrina de San Simón de Rojas nos recuerda la importancia de la humildad, la caridad y la entrega desinteresada. Su ejemplo de servicio a los más necesitados, a través de iniciativas como el comedor “Ave María” , que aún hoy alimenta a cientos de personas en Madrid, subraya la vigencia de su mensaje de amor y solidaridad.
Además, su devoción mariana, expresada y resumida en el lema “Totus Tuus” –“Todo tuyo”-, nos inspira e invita a confiar plenamente en la intercesión de la Virgen María, promoviendo una espiritualidad de entrega total y confianza en la providencia divina.
En resumen, la doctrina y espiritualidad de San Simón de Rojas ofrecen una guía valiosa para vivir una fe auténtica y comprometida en el contexto contemporáneo, recordándonos que el verdadero cristianismo se manifiesta en el amor y el servicio a los demás.
2. Las lecturas de este domingo del tiempo ordinario, que confirman lo que contemplábamos en el Santo, nos invitan también a reflexionar sobre la apertura y la humildad en nuestra vida de fe. En la primera lectura, vemos a Moisés enfrentando una situación de celos y exclusividad. Josué, su asistente, se preocupa porque otros están profetizando sin haber sido oficialmente designados. Pero Moisés responde con sabiduría y generosidad: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (Núm 11, 29). Esta respuesta nos enseña que el Espíritu de Dios no está limitado por nuestras estructuras humanas y que debemos alegrarnos cuando otros también son instrumentos de su gracia.
En el Evangelio, Jesús nos da una lección similar. Juan le dice que han visto a alguien expulsando demonios en su nombre y que trataron de impedírselo porque “no es de los nuestros”. Jesús responde: “No se lo impidáis, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9, 39-40). Jesús nos llama a acoger y a reconocer el bien dondequiera que se encuentre, sin importar quién lo haga.
Estas lecturas nos desafían a superar nuestras barreras de exclusividad y a abrirnos a la acción del Espíritu Santo en formas inesperadas. Nos invitan a ser humildes y a reconocer que Dios puede obrar a través de cualquier persona, incluso de aquellos que no pertenecen a nuestro grupo o comunidad.
La segunda lectura de Santiago nos advierte contra la arrogancia y la opulencia. Nos recuerda que nuestras riquezas y logros no deben hacernos olvidar la justicia y la compasión hacia los demás. Santiago nos llama a vivir con integridad y a usar nuestros recursos para el bien común. Esta palabra del Señor nos interroga en el fondo, ¿dónde tienes el corazón?, ¿dónde pones tu corazón?
Que el Espíritu Santo nos guíe para vivir estas enseñanzas en nuestra vida diaria, y que podamos ser verdaderos instrumentos de la paz y del amor de Dios en el mundo.
3. Hoy, mientras clausuramos este año jubilar, recordamos las palabras del Papa Francisco que nos ha propuesto como lema del próximo Año Santo 2025: “Peregrinos de la Esperanza”. Somos peregrinos de esperanza, portadores de esperanza en un mundo que a menudo se siente perdido y desorientado. La esperanza cristiana no es un simple optimismo, no es una construcción del hombre, sino una certeza basada en la promesa de Dios de que Él está con nosotros y nos guía hacia un futuro lleno de su amor y misericordia. La esperanza no defrauda, hermanos, porque Dios ha derramado su amor en nuestros corazones (cfr. Rom 5,5), por eso apoyados en esta esperanza creemos contra toda esperanza (cfr. Rom, 4,18).
La visita pastoral que hoy comenzamos es una oportunidad para fortalecer nuestra comunidad de fe. Es un tiempo para escuchar, acompañar y animar a cada uno de los miembros de nuestras comunidades. Como peregrinos de la esperanza, estamos llamados a ser testigos del amor de Dios en nuestras familias, en nuestros lugares de trabajo y en nuestra sociedad.
Al clausurar este año jubilar, damos gracias a Dios por todas las bendiciones recibidas y por la intercesión de San Simón de Rojas. Que su ejemplo nos inspire a vivir con mayor entrega y generosidad. Y al comenzar esta visita pastoral, pidamos al Espíritu Santo que nos guíe y nos fortalezca en nuestra misión de ser luz y esperanza para los demás.
Que María, Nuestra Señora de los Santos, Madre de la Esperanza, nos acompañe en este camino y nos ayude a ser verdaderos peregrinos de la esperanza, llevando el amor y la misericordia de Dios a todos los rincones de esta ciudad y de nuestra vida.
Mons. Ginés Garcia Beltrán, obispo de la diócesis de Getafe