HOMILÍA DE MONS. GINÉS GARCÍA BELTRÁNEN LA VIII JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO/B
Getafe, 17 de noviembre de 2024
Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
En este domingo XXXIII del tiempo ordinario, tocando ya el final del año litúrgico, celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial de los pobres, que convocara el Papa Francisco hace ocho años. Este año con el lema tan inspirador de, “la oración del pobre sube hasta Dios” (Sir 21,5).
Las lecturas de hoy nos hablan del fin de los tiempos, de las realidades últimas, una verdad que profesamos cada domingo en el Credo y a las que hemos de acercarnos ciertamente, la cuestión que se nos puede plantear es cómo me acerco yo a esas realidades últimas –la muerte, el juicio, la retribución-, ¿lo hago con miedo y desde el miedo, o lo hago desde la esperanza que mueve la fe y el amor de Dios?, ¿vivo la existencia cotidiana con la responsabilidad que conlleva con temor o confiado en la misericordia del Señor? Creo que de esto nos habla hoy la Palabra de Dios, recordándonos la importancia de vivir en la virtud, es decir, con fe, esperanza y amor.
Muchas veces hemos escuchado aquello de si fueras desterrado a una isla desierta qué te llevarías, seguro que enseguida pensamos en lo necesario para sobrevivir, o en lo que llenaría mis gustos o aficiones. No sé si alguien pensaría llevar la Palabra de Dios, y no solo el libro que la contiene, sino su palabra viva y eficaz en mi corazón, porque lo demás tiene caducidad, se acaba, la Palabra de Dios, no. Algo de esto viene a decirnos el evangelio que hemos proclamado hoy. Todo pasará, de hecho, sabemos por experiencia que todo pasa; el cielo y la tierra pasarán, dice el Señor, pero mis palabras no pasarán.
Si queremos permanecer en medio de todo hemos de acoger en el corazón la Palabra del Señor, y transmitirla a los demás, porque la lógica del crecimiento de la Palabra, como la del amor, es que en la medida en que la doy crece y da fruto, y en la medida que me la guardo, se pierde.
Si miramos a nuestro alrededor hay motivos suficientes para la angustia y la aflicción, son muchas las desgracias que amenazan nuestro mundo, como también los sufrimientos en el corazón del hombre, el Evangelio los ha llamado la “gran angustia”, y la consecuencia de todo esto es la visión de un mundo que se desmorona, pero siendo esta la realidad, no es la visión que nos transmite le Evangelio, pues después de estos acontecimientos finales veremos venir al Hijo del hombre en gloria y majestad. Es decir, la fe nos dice que el Señor vendrá, y que el mal no tendrá la última palabra.
Para que comprendamos esta verdad de fe, y, sobre todo, para que nunca perdamos la esperanza, se nos da la enseñanza –la parábola- de la higuera; cuando vemos que las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabemos que algo está cambiando, que se acerca un buen tiempo. Quién diría mirando un paisaje de invierno que en unos meses vendrá la primavera y todo volverá a florecer. Estamos ante el don de descubrir y esperar la vida escondida que Dios ha puesto en nuestra existencia. Que importante y qué bello es saber ver en el invierno del mundo la presencia de un tiempo nuevo donde Dios cumple sus promesas.
Solo esta convicción y actitud de esperanza revelará la caridad que Dios ha sembrado en nosotros y solo desde ella podremos mirar y acercarnos a los pobres.
Como ya hemos dicho, este domingo también celebramos la Jornada Mundial de los Pobres, establecida por el Papa Francisco. En su mensaje para este año, el Papa nos llama a vivir con solidaridad y compasión hacia los más necesitados. El lema de esta jornada, “La oración del pobre sube hasta Dios”, nos recuerda que Dios escucha las súplicas de los pobres y nos invita a ser instrumentos de su amor y misericordia.
El Papa nos exhorta a salir de nuestra indiferencia y a comprometernos en la lucha contra la pobreza y la injusticia. Nos dice: “La indiferencia y la comodidad son contrarias al espíritu del Evangelio. Tenemos que abrir nuestros ojos y nuestros corazones a las necesidades de los demás, especialmente de los pobres y marginados”.
Hemos ido repitiendo con el salmo: “protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”, que bien puede describir la actitud interior del pobre que se acerca a Dios con la confianza de su protección. El pobre se hace humilde ante Dios, se hace mendigo, se reconoce pobre y necesitado. El verdadero pobre es el humilde. “El humilde no tiene nada de qué presumir y nada pretende, sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelar al amor misericordioso de Dios, ante el cual está como el hijo pródigo que vuelve a casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15,11-24). El pobre, no teniendo nada en que apoyarse, recibe fuerza de Dios y en Él pone toda su confianza. De hecho, la humildad genera la confianza de que Dios nunca nos abandonará ni nos dejará sin respuesta”, escribe el Papa en su mensaje. Dios es refugio para el pobre, y el necesitado sabe que en Él puede esconderse. La oración nos recuerda que ante Dios todos somos pobres, y que solo los humildes llegan al corazón de Dios.
Estamos llamados a hacer nuestra la oración de los pobres, pero no solo esto, estamos también llamados a rezar con ellos. Me consuela comprobar que nuestras parroquias y comunidades son lugares donde llegan los pobres y encuentran un espacio para el encuentro con Dios, sea en la intimidad del corazón como en la vida comunitaria, y me preocupa que no estemos todavía suficientemente concienciados del lugar que ocupan los pobres en el corazón de Jesús, y del que han de ocupar en el corazón de nuestra Iglesia. No dice el Papa que este es un desafío para nuestra pastoral: “Es un desafío que debemos acoger y una acción pastoral que necesita ser alimentada. De hecho, «la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria» (E.G., 200).
La oración del pobre que nace de la confianza del mendigo reaviva en nuestro corazón la convicción de que Dios escucha, que no nos olvida, incluso los silencios de Dios no son nunca ausencia, sino una llamada a la confianza y al abandono. Dios siempre está. “De la palabra pobreza, por tanto, puede brotar el canto de la más genuina esperanza”, dice el Papa.
“La Jornada Mundial de los Pobres es ya una cita obligada para toda comunidad eclesial. Es una oportunidad pastoral que no hay que subestimar, porque incita a todos los creyentes a escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres, y también para reconocer y apoyar a tantos voluntarios que se dedican con pasión a los más necesitados. Debemos agradecer al Señor por las personas que se ponen a disposición para escuchar y sostener a los más pobres. Son sacerdotes, personas consagradas, laicos y laicas que con su testimonio dan voz a la respuesta de Dios a la oración de quienes se dirigen a Él. El silencio, por tanto, se rompe cada vez que un hermano en necesidad es acogido y abrazado. Los pobres tienen todavía mucho que enseñar porque, en una cultura que ha puesto la riqueza en primer lugar y que con frecuencia sacrifica la dignidad de las personas sobre el altar de los bienes materiales, ellos reman contracorriente, poniendo de manifiesto que lo esencial en la vida es otra cosa” (Francisco. Mensaje).
Los pobres, queridos hermanos y hermanas, no son un problema, sino los hermanos que caminan a nuestro lado, que nos muestran cada día el rostro de Cristo que queremos contemplar y la carne de Cristo a la que deseamos abrazar. Los pobres no son un número, son los que necesitan de nuestro amor, como también lo necesitamos nosotros, pues al fin y al cabo todos somos pobres ante Dios.
Quiero terminar con el testimonio de Santa Teresa de Calcuta, madre de los pobres, al que hace referencia el mismo Papa en su mensaje para esta Jornada: “El 26 de octubre de 1985, cuando habló a la Asamblea General de la ONU mostrando a todos el Rosario que llevaba siempre en mano dijo: «Yo sólo soy una pobre monja que reza. Rezando, Jesús pone su amor en mi corazón y yo salgo a entregarlo a todos los pobres que encuentro en mi camino. ¡Recen también ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a su lado. Quizá en la misma planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares hay alguien que espera vuestro amor. Recen, y los ojos se les abrirán, y el corazón se les llenará de amor»”.
En este domingo, Jornada Mundial de los Pobres, pidamos al Señor que nos dé un corazón compasivo y generoso, capaz de amar y servir a los demás con alegría. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de la esperanza y el amor de Cristo, y que nuestras acciones reflejen su misericordia y justicia. Que la oración del pobre suba hasta Dios y que nosotros seamos instrumentos de su amor en el mundo. Y que nos ayude siempre la poderosa intercesión de María Virgen pobre y Madre de los pobres.