HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA, EN LA APERTURA DEL CENTENARIO DEL INSTITUTO SECULAR ALIANZA EN JESÚS POR MARÍA
Getafe, 8 de dieciembre de 2024
Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Nos encontramos reunidos en la Catedral de esta joven diócesis para celebrar dos acontecimientos profundamente significativos, y a la vez unidos en su ser más profundo: la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y la inauguración del Centenario del nacimiento del Instituto Secular Alianza en Jesús por María, más conocidas como las Aliadas.
Hoy, nuestros corazones se llenan de gratitud y alegría al recordar la vida y el legado del venerable D. Antonio Amundarain Garmendia, cuyo ardiente amor por Cristo y María ha dejado la huella indeleble de la santidad de vida en la Iglesia, y cuyas veneradas reliquias custodiamos en esta diócesis, en la casa de las Aliadas de Griñón.
María Inmaculada: Testimonio de Fe y Fuente de Renovación Espiritual
El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX en 1854, nos enseña que María, desde el primer instante de su concepción, fue preservada del pecado original. En la primera lectura del Génesis (3,9-15.20), hemos visto como en el momento mismo del pecado se anuncia ya la aurora de la salvación. La derrota que supone el pecado para la humanidad se ve alumbrada por la victoria de una mujer, cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente. La Iglesia ha visto en esta mujer a María, la nueva Eva, que con su Sí ha derrotado el mal y ha abierto una nueva vida por la redención de Jesucristo.
Este relato del primer libro de la Escritura nos acerca al misterio mismo del hombre y a su relación con Dios y con todo lo creado. Ya la primera llamada de Dios a Adán es significativa: “¿Dónde estás? Es una pregunta no solo para el primer hombre, sino para todos, para cada uno de nosotros: Tú, ¿dónde estás?, ¿estás en el miedo o en la confianza? Adán, después de pecar, se ha encerrado en el miedo, un miedo que paraliza y nos impide mirar desde el Creador, un miedo que convierte al otro en mi rival y me hace sentir vergüenza de mí mismo. Aquel hombre toma conciencia de que está desnudo, está solo. Frente a esta actitud está la confianza representada en aquella mujer que en su debilidad aplastará al que es aparentemente más fuerte que ella, manifestando así donde reside la verdadera fortaleza y el camino de la salvación que se anuncia.
El misterio de la Inmaculada Concepción de María nos recuerda entonces la obra redentora de Dios desde el principio de los tiempos. María, preservada del pecado original, es un signo de la nueva creación que Dios inicia con la Encarnación de su Hijo. Este don extraordinario de Dios no es solo un privilegio para María, sino también una esperanza para toda la humanidad. La pureza de María nos invita a renovar nuestra vida espiritual, a volvernos a Dios con corazones abiertos y dispuestos a su gracia transformadora.
El venerable D. Antonio Amundarain nos enseñó que "María es el amanecer de la redención, la nueva Eva cuyo 'sí' trae al mundo la luz de Cristo". Este misterio de pureza y gracia nos inspira a vivir una vida de fe y obediencia, confiando plenamente en el amor y la misericordia de Dios. María, con su vida, nos muestra que la santidad es un camino accesible a todos, un camino de respuesta generosa a la llamada de Dios.
El carisma de vuestro Instituto, queridas hermanas, hunde sus raíces en esta pureza que vemos encarnada de un modo admirable en María, la Virgen Madre. Así, la celebración del Centenario de vuestra fundación ha de ser un momento para reflexionar sobre este carisma y sobre vuestra presencia hoy, después de cien años de preciosa historia, en la vida de la Iglesia y del mundo. Cito nuevamente a vuestro Fundador cuando dice: "María es el espejo en el que debemos mirarnos para caminar hacia Dios con paso firme y decidido". Esta afirmación nos recuerda la necesidad de buscar en María el ejemplo perfecto de obediencia y entrega a la voluntad divina.
María, la Mujer de la Libertad Donada
El texto del evangelio de Lucas que hemos proclamado (1,26-38), da un salto en la historia de la humanidad, y nos lleva al centro y culmen de la historia de la salvación. El ángel anuncia a María que va a ser la madre de Dios. Es una escena sencilla y encantadora. Gabriel saluda a María como la "llena de gracia". En este momento podemos contemplar la delicadeza de Dios en la misma ternura del anuncio, su poder, porque para él nada hay imposible, y la belleza de lo divino reflejada en la persona y la actitud de la Virgen.
Ella escucha, hace silencio en su corazón. Se le revela algo que supera la lógica humana, y que trasciende la misma naturaleza, pero ella escucha acogiendo la palabra del mensajero. En aquel momento, esta Eva se está enfrentando a la hostilidad de la serpiente, ¿y cómo lo hace? Lo hace con humildad e inocencia. En este momento es Cristo el que vence, pero es María la que en su acogida del Verbo de Dios pisa la cabeza del mal y del pecado. Es la gracia la que ha vencido al pecado y a su consecuencia, la muerte.
Dios ha sido acogido, no ha sido rechazado, entonces el miedo ha dejado paso a la confianza que permite que Dios pueda realizar su obra, y no solo en María, sino en toda la humanidad. María ha pronunciado su Sí, y con él no solo ha cambiado su vida, sino también el curso de la historia. María con este sí ha asumido su misión, la de ser madre de Dios y madre de la nueva humanidad.
Si María es la figura de la mujer que confía, por encima de cálculos humanos e intereses personales, lo es por su libertad. La libertad humana aparece en este pasaje evangélico como clave de interpretación de nuestra vida de fe. El sí de María, es el sí de una mujer libre, Dios no hace ni quiere esclavos. Pero, al mismo tiempo, María nos muestra la grandeza de la verdadera libertad. La libertad siempre se orienta al bien, la verdadera libertad es una libertad donada, está movida por el amor, y se dirige al otro, al servicio de los demás.
Es esta una buena y hermosa lección para nosotros y para nuestro mundo. En medio de una cultura que se ha querido definir por el individualismo, y el afán de autoafirmación y posesión, de complacencia de las conquistas humanas, aunque estas destruyan lo creado, y dejen en el camino a los más vulnerables; en un contexto de tensiones, guerras y polarización, resplandece el ejemplo de libertad de una niña, que aun sabiendo la desproporción entre la inmensidad de lo que se le anuncia y su propia capacidad, recorre el camino de la aceptación en el abandono. La Virgen en su libertad se hace obediente. Dice Paul Claudel que “es el corazón el que debe obedecer, y no la voluntad constreñida materialmente por un obstáculo”.
El Carisma de las Aliadas: Un Testimonio Vivo en el Mundo
Preciosa lección la de la Virgen, queridas Aliadas, para vosotras al celebrar el Centenario del inicio de vuestro Instituto.
Hace cien años, el venerable D. Antonio Amundarain fundó el Instituto Secular Alianza en Jesús por María, inspirado por su profundo amor a Cristo y a la Virgen María. Las Aliadas, con vuestra vida consagrada en la secularidad, han sido un testimonio vivo del Evangelio en medio del mundo. Vuestro carisma de vivir la consagración en el día a día demuestra que es posible seguir a Cristo plenamente en las actividades cotidianas.
El venerable Amundarain decía: "La verdadera grandeza del ser humano no reside en lo que posee, sino en lo que da de sí mismo en servicio a Dios y a los demás". Esta enseñanza ha guiado la misión de las Aliadas, quienes, con su entrega total, ofrecen un testimonio elocuente de la presencia de Dios en lo cotidiano. Su vida es una invitación a todos nosotros a vivir con autenticidad y generosidad, respondiendo al llamado de ser sal y luz en el mundo.
Cómo no recordar a tantas mujeres que a lo largo de este siglo han realizado el sueño que Dios puso en el corazón de D. Antonio; el ideal de una castidad que no es para uno mismo, para propia complacencia, sino para el servicio de los demás, para hacer crecer a la Iglesia, para ser testimonio y entrega en la salvación del mundo. Como ya he dicho en otras ocasiones, recuerdo en mi niñez el testimonio de aquellas mujeres buenas, siempre del pueblo, pero con un toque especial, y no solo en su dedicación a Dios, sino en su vida profesional, en su relación con los demás, era las Aliadas de mi pueblo. El mismo testimonio que me ha ido acompañando a lo largo de mi vida ministerial donde he sido testigo de la entrega de las Aliadas, hasta hoy. Doy gracias a Dios por este testimonio y pido que el Señor lo siga haciendo florecer en el campo de su Iglesia. Con las palabras de San Pablo en su carta a los Filipenses podemos repetir: “el que ha inaugurado entre vosotros la obra buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús”.
La Aportación de los Institutos Seculares a la Iglesia y su Futuro
La contribución de los institutos seculares a la Iglesia es inmensa. Como laicos consagrados generalmente, pero también ministros ordenados, están llamados a ser sal y luz en medio del mundo, llevando el Evangelio a los lugares donde la vida religiosa tradicional no siempre puede llegar. Su presencia y testimonio son signos visibles de que la santidad es accesible a todos, y su perspectiva de futuro es un camino de renovación y esperanza, enraizado en una profunda comunión con Dios y con la humanidad.
El Papa Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelica Testificatio, destacó que los institutos seculares tienen una misión única de ser "levadura en la masa", mostrando que la vida consagrada puede florecer en medio de las actividades seculares y contribuir a la santificación del mundo. Esta visión sigue siendo relevante hoy, recordándonos que cada uno de nosotros, en nuestra propia vocación, estamos llamados a ser testigos de la esperanza y del amor de Dios.
En este sentido, y como propuesta de futuro para vosotras Aliadas, y para todos, quiero traer unas palabras del papa Francisco en su programática Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, “La vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios” (n. 89).
En el camino del Adviento, renovemos la Esperanza
En este tiempo de Adviento, nos preparamos para la venida de nuestro Salvador. El Adviento es un tiempo de espera y preparación, pero también de esperanza renovada. Es un tiempo para recordar que Dios cumple sus promesas y que, a pesar de las dificultades y desafíos que enfrentamos, Él siempre está con nosotros.
El venerable D. Antonio Amundarain expresó en una ocasión: "El Adviento es el tiempo en el que los corazones se llenan de la certeza de que Dios viene a nuestro encuentro, no solo en el pasado, sino en cada momento de nuestras vidas". Estas palabras nos invitan a vivir el Adviento con una actitud de apertura y confianza, sabiendo que Dios está siempre presente, llamándonos a ser testigos de su amor.
Queridos hermanos y hermanas, al celebrar la Inmaculada Concepción y este centenario tan especial, pidamos a Dios que nos conceda la gracia de vivir con la misma pureza, fe y esperanza que María. Que el ejemplo del venerable D. Antonio Amundarain y la misión de las Aliadas nos inspiren a ser testigos valientes del amor de Cristo en nuestro mundo.
Para vosotras, queridas Aliadas, nuestra oración en palabras del apóstol de las gentes: “Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios”.
Que este tiempo de Adviento nos prepare para recibir con corazones abiertos a nuestro Salvador y que el Año Santo 2025 sea una oportunidad para renovar nuestra esperanza y compromiso con el Evangelio, siendo verdaderos testigos de la esperanza.
Terminemos mirando a la Estrella, invoquemos a María con las preciosas palabras de la oración de San Bernardo:
"En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara”. Amén.