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HOMILÍA EN LA MISA DE MEDIANOCHE DE NAVIDAD

Getafe, 25 de diciembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas en el Señor.

   “Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz verdadera sobre nosotros” (Antífona de entrada de la misa de medianoche de la Navidad).
    En esta noche santa, nos reunimos para celebrar uno de los misterios más grandes de nuestra fe: el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. En la quietud de la noche, cuando el mundo duerme, una luz divina resplandece en Belén. Esta luz, que es Cristo, ilumina no solo la oscuridad de la noche, sino también las sombras de nuestros corazones, trayendo esperanza y alegría a nuestras vidas.
    El evangelio de San Lucas que acabamos de proclamar nos relata el humilde nacimiento de Jesús: "María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada" (Lucas 2,7). Este sencillo y humilde comienzo nos revela la grandeza del amor de Dios, quien se hace uno de nosotros para compartir nuestras alegrías y sufrimientos, nuestras esperanzas y temores. En Jesús, Dios se hace verdaderamente Emanuel, Dios con nosotros.
    Hoy, cuando el Santo Padre Francisco acaba de inaugurar el nuevo Año Santo con el lema "Peregrinos de la Esperanza", somos llamados a renovar nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor. El peregrino es aquel que, lleno de fe y esperanza, se pone en camino hacia un destino que es cierto y nos trasciende. Esta imagen del peregrino nos invita a recordar que nuestra vida es un viaje, el hombre es homo viator, una peregrinación hacia la plenitud de la vida en Dios, hacia el Cielo que es nuestra patria definitiva.
    El Papa Francisco nos recuerda que la esperanza cristiana no es una ilusión, sino una certeza basada en la promesa de Dios. Somos peregrinos de la esperanza porque confiamos en que Dios camina con nosotros y nos guía hacia su Reino de amor y paz. En su bula Spe Non Confundit, el Papa Francisco citando al apóstol de las gentes nos dice: "La esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (gal 5,1-2.5). En este Año Santo, estamos llamados a ser testigos de esta esperanza, llevando el amor de Cristo a todos los rincones de nuestra vida y del corazón de los hombres y del mundo.
    La esperanza nos llama a mirar más allá de nuestras propias preocupaciones y a tender una mano a aquellos que necesitan nuestro apoyo. Vivimos en un mundo donde muchos experimentan desesperanza debido a la pobreza, la violencia, la guerra, la falta de dignidad y los atentados a la vida. Pero nuestra fe en Cristo nos invita a ser portadores de esperanza en medio de estas situaciones, para anunciarles que la esperanza cierta está en Cristo porque es Cristo mismo.
    En esta noche, cuando celebramos el nacimiento de Jesús, recordamos que Él es la luz que ilumina nuestras vidas. Como dice el profeta Isaías: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció" (Isaías 9,1). Esta luz de Cristo nos guía en nuestros caminos, nos da fuerza en los momentos de dificultad y nos llena de esperanza en medio de las pruebas.
    El nacimiento de Jesús nos invita a abrir nuestros corazones a la luz de Cristo y a dejar que su amor transforme nuestras vidas. Nos llama a ser portadores de esa luz, llevando esperanza y alegría a todos los que nos rodean. En este Año Santo, como peregrinos de la esperanza, estamos llamados a vivir con renovado fervor y compromiso, testimoniando con nuestras vidas el amor de Dios.
    La Navidad es también un tiempo para recordar la importancia de la comunidad cristiana. María y José encontraron en los pastores y en los magos una comunidad que compartía su alegría y su fe. Hoy, nosotros también somos llamados a ser una comunidad de esperanza y amor.
    Esta noche nos recuerda cómo estamos invitados todos a ser y construir puentes de amor y comprensión, a ser agentes de reconciliación y paz en un mundo que tanto lo necesita. A través de nuestra fe y nuestras acciones, podemos traer un cambio positivo y ser luz en la oscuridad.
    Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa, celebremos con alegría el nacimiento de nuestro Salvador y la apertura de este Año Santo de esperanza. Que el Niño Jesús, nacido en Belén, renueve en nosotros la esperanza y nos guíe en nuestro camino como peregrinos hacia su Reino. Que la luz de Cristo ilumine nuestros corazones y hogares, y que su amor nos inspire a ser verdaderos testigos de la esperanza.
Que la Virgen María de Belén y Madre de la Esperanza, nos acompañe siempre en nuestro peregrinar.